El volcán de Centroamérica

Cuba, abocada al diálogo como única solución

"Desgraciadamente, las revoluciones no son exportables. Ojalá lo fueran: Cuba tendría unas magníficas entradas de divisas para equilibrar nuestra deficitaria balanza de pagos...". Fidel Castro rebatía con este irónico tono, el pasado mes de enero, acusaciones de injerencias en Centroamérica, hechas por un grupo de periodistas colombianos que acompañaron hasta el palacio de la Revolución de La Habana al ex presidente conservador Adolfo López Michelsen. Testigo de la informal conversación era Gabriel García Márquez, que esa misma noche recibía -con su uniforme de recibir premios, el liqui...

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"Desgraciadamente, las revoluciones no son exportables. Ojalá lo fueran: Cuba tendría unas magníficas entradas de divisas para equilibrar nuestra deficitaria balanza de pagos...". Fidel Castro rebatía con este irónico tono, el pasado mes de enero, acusaciones de injerencias en Centroamérica, hechas por un grupo de periodistas colombianos que acompañaron hasta el palacio de la Revolución de La Habana al ex presidente conservador Adolfo López Michelsen. Testigo de la informal conversación era Gabriel García Márquez, que esa misma noche recibía -con su uniforme de recibir premios, el liqui-liqui- la máxima distinción cultural cubana, la orden Félix Varela.Ricardo Alarcón, viceministro de Relaciones Exteriores de Cuba y uno de los hombres clave en la política exterior de su país, resumía en este periódico,(véase EL PAIS del 23 de mayo) la única posibilidad existente para la solución de los conflictos centroamericanos: "Se impone la necesidad del diálogo". Ese deseo de negociar, de dialogar, de sentarse en una mesa a discutir, es, sin ninguna duda, obsesión permanente de las autoridades cubanas, reiteradamente expuesta una y otra vez en los últimos años. Cuba sabe que ésa es la única posibilidad de romper definitivamente los obligados aislamientos. En esa soledad tiene un entrenamiento de 24 años.

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Las palabras de Alarcón eran, en definitiva, fiel reflejo de las pronunciadas por Fidel Castro cuando el 7 de marzo de este año se despedía en Nueva Delhi de su cargo de presidente del Movimiento de Países No Alineados: "Los pueblos centroamericanos y caribeños están por la paz y por la solución negociada". Castro se refería tanto a Nicaragua como a El Salvador. Negociar es la palabra mágica que repiten en La Habana todos los funcionarios, de arriba y de abajo, con los que es dable intercambiar opiniones. Y si esta posición se toma en abstracto, ahora, cuando hay fusiles y morteros funcionando en territorio nicaragüense, la propuesta toma visos de angustiosa aceleración.

La 'teoría del dominó'

El apoyo de Cuba a Nicaragua es manifiesto. Maestros, médicos, ingenieros y, sin duda, asesores militares o de seguridad, procedentes de la isla, viajan con frecuencia a Managua, a la vez que dirigentes sandinistas se pasean a diario por las calles habaneras. Jamás se ha negado este apoyo y nunca los cubanos se han recatado de demostrarlo en cuantas ocasiones se haya presentado tal necesidad. Como es evidente y reconocida la solidaridad con la guerrilla salvadoreña.Una y otra le reportan al régimen de La Habana más sinsabores -y gastos- que beneficios. Estados Unidos -o, mejor, la Administración Reagan- ha fiado en esta injerencia cubana -y, por extensión, soviético-cubana- toda su política de defensa de la democracia en la zona, basada en un cierto temor a una más que discutible teoría de las fichas del dominó, ya acuñada en su día por el entonces secretario de Estado Henry Kissinger, referida al sureste asiático. Según este criterio, extendido en algunos despachos de la Casa Blanca y el Pentágono, dejar que cayera Nicaragua, y ahora dejar caer El Salvador, significaría la automática pérdida para Occidente de Guatemala, Honduras, México y, ya en espiral superrealista, todo el sur de Estados Unidos correría el inmediato peligro de sovietización. De "espantajo para asustar niños" calificó recientemente un alto funcionario cubano este juego dialéctico.

La guerra contra Somoza la ganó el Ejército sandinista; la guerra en El Salvador la va a ganar la guerrilla salvadoreña; el régimen de Ríos Montt caerá por presión popular..., y así se llegaría a una teoría del dominó a la inversa. Es, a fin de cuentas, la postura oficial de Cuba sobre los acontecimientos de Centroamérica. Pero quizá esta cadena no interese excesivamente en La Habana, al menos por el momento. De ahí que no pocos observadores de la capital cubana insistan en que la búsqueda del diálogo que impida precisamente esa situación victoriosa, pero obviamente generadora de reacciones imprevisibles por parte de Washington, es actualmente la base de la actividad cubana.

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Acción diplomática que consiste, fundamentalmente, en el apoyo firme y decidido a todas las gestiones que lleven a cabo terceros países para la pacificación de la zona. Desde el grupo de Contadora hasta España, todos los Gobiernos implicados en el tema han recibido, por una u otra vía, este mensaje cubano: apoyo sin restricciones a la negociación, a la paz, al cese de conflictos. Sería la única fórmula, para Cuba, de no tener que llegar a la irresoluble incógnita de decidir entre enviar tropas y armas a Nicaragua, en caso de agresión directa de Estados Unidos, o dejar que un nuevo desembarco de Santo Domingo acabe con un Bosch, hoy sandinista.

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