MÚSICA CLÁSICA

Expresidad y virtuosismo de Spivakov

La vuelta del violinista VIadimir Spivakov a nuestros conciertos de mano de Ibermúsica -esta vez, en compañía del pianista Boris Bejterev- constituyó un éxito grande y significativo, especialmente por las versiones escuchadas de la Suite italiana, de Stravinski, y la Sonata a Kreutzer, de Beethoven.Spivakov (1944) es uno de los grandes nombres de su generación violinística, que cuenta, entre otros, con los de Tretiakov (1946), Pavel Kogan (el hijo de Leónidas Kogan y Elísabeth Guilels, nacido en 1952), Oleg Kagan (del mismo año que Tretiakov), Guidon Kremer (1947), Pierre Amoyal ...

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La vuelta del violinista VIadimir Spivakov a nuestros conciertos de mano de Ibermúsica -esta vez, en compañía del pianista Boris Bejterev- constituyó un éxito grande y significativo, especialmente por las versiones escuchadas de la Suite italiana, de Stravinski, y la Sonata a Kreutzer, de Beethoven.Spivakov (1944) es uno de los grandes nombres de su generación violinística, que cuenta, entre otros, con los de Tretiakov (1946), Pavel Kogan (el hijo de Leónidas Kogan y Elísabeth Guilels, nacido en 1952), Oleg Kagan (del mismo año que Tretiakov), Guidon Kremer (1947), Pierre Amoyal (1949), Itzhak Perlman (1946), Zukermann (1948), Uto Ughi (1944) y Salvatore Accardo (un poco mayor, nacido en 1941).

Obras de Mozart, Stravinski, Schnitke y Beethoren

Violinista: VIadimir Spivakov. Pianista: Boris Bejterev. Teatro Real, 13 de abril.

Por otra parte, Spivakov es producto de la escuela soviética, como discípulo que fue de Jankelevitch y Sigal, por el que a su vez enlaza con Leopoldo Auer. Lo que quiere decir que hereda tradiciones múltiples y, acaso de modo inconsciente, hace un arte de síntesis, que suelen ser los más atractivos e interesantes.

Hay en Spivakov una capacidad expresiva unida a un pensamiento musical intrínsecamente poético, que se evidenciaron en la manera de desentrañar ese universo musical que es la Sonata a Kreutzer, en la que los imperativos internos dilatan y modifican la forma hasta convertirla en algo no sólo dramático, sino muy específicamente narrativo y, por supuesto, autobiográfico. El romanticismo de extroversión, nada dispuesto a ocultar los sentimientos tras el gesto convenido de las formas establecidas, aparece vivo y potente en Beethoven. Si en manos de Spivakov la rabia se dulcifica por vías de lo lírico, es debido a la misma calidad del sonido: precioso, palpitante, con extraordinario mordente.

La Suite italiana, procedente de Pulicinella -explotadora, por tanto, de material pergolesino-, nos mostró una vez más cómo hasta los deliberados retornos y neoclasicismos no lo son en realidad si se asumen al modo stravinskiano. Antes que una nueva forma del pretérito, escuchamos al hombre de hoy que mira al pasado lejano. Cualquier otra actitud es imitación o pastiche. Spivakov y Befterev hicieron una gran versión de la obra a partir de un virtuosismo asumido por la idea musical como elemento constitutivo.

La Sonata en Mi bemol mayor, de Mozart, y el Preludio en memoria de Shostakovitch, para violín solo y cinta magnetofónica, de Alfred Schnitke (nacido en la URSS el año 1934 y autor de un también bello Homenaje a Stravinski), completaron un programa que hubo de ser prolongado por numerosos bises. Contribuyó al éxito el buen hacer y técnica lúcida del pianista Boris Bejterev.

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