Crítica:MÚSICA CLÁSICA

La Orquesta de París no pasa del aplauso al clamor

En el programa de mano, tan interesante y originalmente planteado, se recordaba cómo la música de Brahms tardó en ser asimilada por el público español: sólo después de la guerra civil se logró que las sinfonías fueran recibidas en Madrid como capítulos del más escogido repertorio. Bien distinto es ahora el panorama.Los melómanos madrileños no sólo acogen la música de Brahms de acuerdo con su excepcional valía sino que incluso aceptan de buen grado la reiteración de sus obras sinfónicas en fechas tan próximas que ponen de relieve la falta de una coordinación global, tan difícil como deseable, d...

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En el programa de mano, tan interesante y originalmente planteado, se recordaba cómo la música de Brahms tardó en ser asimilada por el público español: sólo después de la guerra civil se logró que las sinfonías fueran recibidas en Madrid como capítulos del más escogido repertorio. Bien distinto es ahora el panorama.Los melómanos madrileños no sólo acogen la música de Brahms de acuerdo con su excepcional valía sino que incluso aceptan de buen grado la reiteración de sus obras sinfónicas en fechas tan próximas que ponen de relieve la falta de una coordinación global, tan difícil como deseable, de los programas sinfónicos.

Ello es que el Real se abarrotó en el primer concierto del nuevo ciclo de Ibermúsica, y que se palpaba la expectación de las grandes ocasiones ante la presencia de la Orquesta de París y de Daniel Barenboim para interpretar las dos primeras sinfonías de Brahms (anoche se completaría el ciclo con la Tercera y la Cuarta).

Sinfonía número 1 en do menor, op

68, y Sinfonía número 2 en re mayor, op. 73 (Brahms).Orquesta de París. Director: Daniel Barenboim. Teatro Real. 12 de enero de 1983.

La recepción tibia del público madrileño

El resultado en función de lo que cabe esperar de tales artistas y de la referida expectación habrá que calificarlo de un tanto decepcionante, y creo que no es solamente el punto de vista del crítico, ya que el público, tantas veces arrebatado tras las interpretaciones de esta música y tan especialmente volcado con el maestro Barenboim -sin duda uno de los artistas que mayores triunfos han cosechado en el Real-, no pasó en esta ocasión del aplauso al clamor previsible.

La Orquesta de París, de cuyo magnífico nivel nadie puede dudar, no es, sin embargo, un conjunto de calidades homogéneas: posee una buena sección de cuerda, un grupo de madera mejor (Sobre todo en algunas individualidades de primerísima línea) y metales bastante menos buenos.

Tales diferencias se liman en actuaciones más felices, pero no fue así la otra tarde, en la que, además, se observaron algunos momentáneos desajustes.

Barenboim plantea un Brahms de expresión efusiva, buscando la carga humanista que subyace en pentagramas tan cerebralmente trazados. Los tempi se flexibilizan con admirable musicalidad para dar siempre con el fraseo más adecuado, con la más atractiva línea cantabile.

Versiones con falta de dinamismo

Acaso sus versiones -particularmente la de la primera- pecaron de ser un poco chatas desde el punto de vista dinámico, esto es, con escasa distancia entre pianísimos y fortísimos, lo que se traduce en sonoridad dominada por el mezzoforte, y esto, a su vez, en cierta monotonía.

Decir que, a pesar del tono nada eufórico de la crítica, asistimos a momentos de extraordinaria calidad, resulta obvio tratándose de un concierto de Barenboim y la Orquesta de París. Como también es esperable que las cosas hayan rodado de otro modo en el segundo concierto.

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