Reportaje:

La tragedia de Casas Viejas, recordada sin rencor al cumplirse su cincuentenario

Al cumplirse el cincuentenario de la frustrada insurrección libertaria en Casas Viejas y posterior represión, que tuvieron lugar del 9 al 12 de enero de 1933 y ocasionaron un balance de veintitrés muertos, testigos de aquellos trágicos sucesos manifiestan que aquellas escenas son hoy irrepetibles, a pesar de que dicha localidad (hoy denominada Benalup de Sidonia) no es ajena a la difícil situación que atraviesa actualmente el campo andaluz.

ENVIADO ESPECIALPara alegría de José Suárez, uno de los testigos de la tragedia, hoy Casas Viejas, o Benalup, es socialista. En las últimas elec...

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Al cumplirse el cincuentenario de la frustrada insurrección libertaria en Casas Viejas y posterior represión, que tuvieron lugar del 9 al 12 de enero de 1933 y ocasionaron un balance de veintitrés muertos, testigos de aquellos trágicos sucesos manifiestan que aquellas escenas son hoy irrepetibles, a pesar de que dicha localidad (hoy denominada Benalup de Sidonia) no es ajena a la difícil situación que atraviesa actualmente el campo andaluz.

ENVIADO ESPECIALPara alegría de José Suárez, uno de los testigos de la tragedia, hoy Casas Viejas, o Benalup, es socialista. En las últimas elecciones, el PSOE obtuvo el 85% de los votos. El alcalde, Antonio Orellana, sobrino de José Suárez, es un hombre joven que no vivió aquel. horror, pero que da por buena la interpretación de su tío. Su preocupación ahora es independizar Benalup de Medina Sidonia: "En los presupuestos municipales siempre nos dejan las migas". Quiere que el pueblo se llame Benalup, pero no de Sidonia, para resaltar la independencia de Medina, y admite que en el pueblo es mayoritario el deseo de recuperar el viejo nombre de Casas Viejas, que muchos no han dejado de usar. Hay una especie de pugna entre quienes sienten el dolor de ese recuerdo y quienes creen que la mejor forma de superarlo es recoger el nombre.

Benalup, o Casas Viejas, tiene ahora 5.000 habitantes y en estos cincuenta años ha pasado desde la miseria hasta la pobreza. La tierra sigue mal repartida, predominan aún los cotos de caza y los pastos, y en bastantes meses del año hay que ir por el espárrago, la tagarnina o el conejo, que se caza furtivamente con más o menos facilidad, según el celo que ponga la Guardia Civil en la persecución del furtivo. Pero ya no hay chozas. José Suárez cree que aquellos hechos no podrían reproducirse: "Ahora hay más cultura, y la cultura lo es todo", y lamenta el fracaso de aquella República en la que tantas esperanzas puso: "Con cincuenta años de República, España sería ahora una taza de plata", si bien, al tiempo, hace elogios al Rey: "La monarquía de éste no es la de su abuelo. Este hombre trabaja para el pueblo".

La CNT prepara estos días una serie de actos para el próximo fin de semana en Casas Viejas. Aunque la fuerza descomunal del sindicato en aquellos años se ha quedado hoy en una presencia poco más que testimonial y casi inexistente en el campo, donde su espacio lo ocupa el Sindicato Obrero del Campo (SOC), no quiere dejar que pase esta oportunidad de hacer una llamada a los jornaleros.

Rafael Sánchez, secretario regional de CNT, declara que no está "tan claro que no puedan reproducirse aquellas escenas, que nadie desea. Nosotros queremos, realizar unos actos en recuerdo de aquellas víctimas, pero también como una llamada de atención a las conciencias. Las condiciones no son tan distintas. La tierra está repartida igual y sigue habiendo necesidad. En Medina Sidonia hubo hace poco un levantamiento por la detención de unos furtivos; en el propio Benalup hubo otro porque no llegaba el empleo comunitario, y en toda Andalucía se está sufriendo necesidad".

Rafael Sánchez lamenta el camino que llevan las cosas: "Hoy nadie, ninguna organización, empuja al jornalero a luchar por la tierra. Parece que se le abandone a su destino. Toda la ayuda que se le da es el paro comunitario, que le hace perder dignidad, le resta deseo de luchar por la tierra. Nadie puede creer que éste sea el camino. Andalucía necesita ahora lo que necesitaba en 1933: una agricultura que dé de comer a los campesinos. Ese es el mensaje que queremos llevar en este cincuentenario".

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Casas Viejas ya se llamaba Benalup de Sidonia en el año 1933. El nombre se lo había cambiado, en el año 1928, el alcalde pedáneo (este pueblo era y sigue siendo pedanía de Medina Sidonia), Antonio Pueye.

Hace cincuenta años, Casas Viejas tenía cerca de 2.000 habitantes, la mayoría de los cuales pasaba hambre. La mitad de las casas del pueblo eran chozas. de una sola dependencia donde toda la familia dormía junta, sobre lechos de paja. Como hoy, en la tierra que rodea al pueblo, dominan los pastos para ganadería brava y los cotos de caza. No se cultivaba mucho y sólo en las épocas de recolecta había jornal para la mayoría. El resto del año, la supervivencia era difícil.

La reconstrucción de los hechos a partir del relato de Miguel Pavón, único superviviente del asalto al cuartel de la Guardia Civil, José Suárez, alcalde pedáneo en 1931, y Francisco Estudillo, que cuando los sucesos contaba dieciesiete años, es el siguiente:

Un error

Todo comenzó con un error. Se había previsto una insurrección anarquista en toda España, que debía empezar por los ferroviarios y seguir por el campo. Los anarquistas de Casas Viejas estaban excitados esos días. La comunicación con Jerez era difícil. No había a mano teléfono ni radio para saber cómo iban las cosas, así que Gallinito, uno de los más exaltados, se subió a una colina próxima al pueblo para ver si circulaba o no el tren Jerez-Cádiz. Aquel día se retrasé, o había neblina y no pudo ver el humo de la locomotora, el caso es que Gallinito volvió excitado al pueblo a comunicar que la insurrección había triunfado. La noche del día 9, los anarquistas de Casas Viejas ("prácticamente todos los analfabetos del pueblo") deciden que hay que colaborar con sus compañeros del resto de España.

Era la tarde del martes 10 de enero. En la sede de la CNT se discutía acaloradamente sobre la forma de emprender la acción. El secretario, José Villarrubia, no está convencido y dimite, pero su gesto no detiene aquello. Algunos le acusarán después de haber alertado a la Guardia Civil.

Al fin se acuerda un plan de acción. Se le comunicará al alcalde, el radical Juan Bascuñana, que se ha instaurado el comunismo libertario al tiempo que se le comisionará para que se lo explique al sargento del puesto de la Guardia Civil, que deberá entregar las armas y vestirse como los demás, para trabajar la tierra en adelante. Un grupo asalta la tienda de Alfonso Gómez Lago, que entre sus existencias tenía cinco escopetas de caza, munición y pólvora, con lo que se reforzaría la docena de escopetas zorreras, de carga por la boca, que ya existían en el pueblo. Otro grupo sale a la carretera para cortar la línea telefónica (el único teléfono del pueblo lo tenía la Guardia Civil). Por su parte, los socialistas se refugian en sus casas, y si alguno anda por la calle es encerrado en el local de la CNT. Los anarquistas temen que les traicionen.

El alcalde, Juan Bascuñana, vuelve con malas noticias: el sargento no se entrega. Es más, ha dicho: "Si es preciso, moriré con la República proclamada". Se organiza una fuerza de choque para sitiar el cuartel. Ahí está Miguel Pavón, con sus cuatro hermanos, y también Perico Sinhueso, hijo de Seisdedos, y El Zorrillo, yerno de aquél. Son las primeras horas de la noche. Los hombres que se encargan del cerco tizonan sus caras para no ser reconocidos.

Mientras, en el pueblo hay fiesta. Todo es de todos. Nadie sabe que en el resto de España no sólo no ha triunfado el movimiento, sino que ha sido incluso desconvocado antes de llevarse a efecto. Casas Viejas es una isla de comunismo libertario.

¿Quién disparó primero?

De madrugada hay disparos en tomo al cuartel. ¿Quién disparó primero? Hoy nadie sabe decirlo. Miguel Pavón estaba en la parte de atrás. José Suárez y Francisco Estudillo no estaban en el asalto. Algunos comentaron que el sargento y los tres números intentaron salir disparando. Otros, que dispararon, desde la ventana. Alguien cree que alguno de los anarquistas estaba deseando apretar el gatillo y que aprovechó un momento en que el sargento y un número se asomaron por la ventana. El caso es que en ese primer tiroteo cayeron heridos el sargento y el número. El primero moriría a las pocas horas; el segundo, días después.

Por la mañana, en el cuartel de la Guardia Civil de Medina se comprueba que la línea de teléfono está rota. Tres guardias y un técnico van hacia allá. Dos hombres que vigilaban la carretera son detenidos y la línea restablecida. Los dos guardias encerrados en el cuartel de Casas Viejas pueden por fin comunicar su desesperada situación.

A partir de ahí todo se precipita. Llegan primero un sargento y doce guardias de Medina. Se cruzan algunos disparos y mueren un sordo que no se entera de nada y un muchacho, por una bala perdida. La mayoría de los anarquistas que han participado huyen. Pero las autoridades están alarmadas. Si los anarquistas de Casas Viejas creyeron que su movimiento era el final de una insurrección en toda España, las autoridades piensan lo contrario, que el foco puede extenderse y deciden aplastarlo. Por la tarde llega la guardia de asalto, con el teniente Artal al frente y unos pocos guardias civiles más. Hay órdenes de esclarecerlo todo. Se detiene a Manuel Quijada, reconocido por los dos guardias civiles del pueblo como uno de los insurrectos. Tras recibir muchos golpes, señala a los hijos y al yerno de Seisdedos como autores de los disparos.

"Los hijos de Seisdedos hicieron una estupidez quedándose allí", comenta ahora Estudillo. "Si se hubieran ido, como los demás, no hubiera pasado nada". El teniente Artal dirige su fuerza hacia la choza de Seisdedos. Dentro de la cabaña está Perico y Paco, hijos de Seisdedos, el Zorrillo, yerno de él, más una nuera, dos muchachas (una de ellas María Silva la libertaria) y dos niños. Dos guardias de asalto acuden a la choza y reciben una descarga. Uno queda muerto en la puerta y el otro, herido, se arrastra hasta el corralillo vecino. Manuel Quijada es comisionado para entrar en la cabaña y convencerles de que se entreguen. No sólo lo hace, sino que se queda dentro. Es el anochecer del 11. Empieza el tiroteo. Mientras, han llegado otros veinte hombres de la Guardia Civil. La choza de Seisdedos está rodeada por cuarenta hombres. Pedro Cruz, Seisdedos, a sus 94 años, encorvado por la artrosis de columna, casi ciego y muy asustado, no sabe que su muerte será objeto de leyenda. María Silva, su nieta, de dieciséis, analfabeta y muy simplona, tampoco.

Con la noche cesan los tiros. El teniente Artal decide esperar al amanecer y probar suerte otra vez. Sus guardias de asalto son gente muy joven que maneja mal las armas, y la ametralladora se les ha averiado. Pero todo cambia a las dos de la mañana, cuando aparece el capitán Rojas, también de la guardia de asalto, que había sido enviado la víspera desde Madrid a Jerez con órdenes estrictas de acabar con la insurrección, cuyo alcance había sido exagerado en Gobernación. Tras una noche en tren sin dormir, había patrullado todo el día por Jerez, ocioso, y ahora había recibido por fin una misión: tenía que frenar la insurrección en quince minutos.

La noche se rompe con un fenomenal tiroteo. Sigue la resistencia. Se lanzan granadas de mano sobre el techo, pero no estallan. El capitán Rojas decide lanzar sobre el techo de la cabaña piedras envueltas en algodón empapado en alcohol. Se prende fuego al techo. Una de las muchachas con uno de los niños intenta salir por la puerta y ambos mueren alcanzados por los disparos. María hace saltar al otro niño por el ventanuco de la parte de atrás y ella misma sale; con mucho esfuerzo se pierden en la noche. Los demás se carbonizarán en la cabaña. La resistencia ha terminado.

José Suárez afirma que fue el cacique José Vela quien sugirió al capitán Rojas: "Esto no puede quedar así. Dé un escarmiento". Según otros, Rojas había pasado la noche bebiendo, incluso hay quien dice que le vio inyectarse. El caso es que ordenó un registro y detuvo a doce hombres más, de los cuales sólo uno había participado en la revuelta, los subió a la choza de Seisdedos y los hizo fusilar. Era ya la mañana del día 12. Todo había terminado.

Los fusilamientos indiscriminados, entre ellos algunos anarquistas, dio pie a la mitificación de Seisdedos y de María Silva, a la que se le empezó a llamar La libertaria.

Una investigación parlamentaria esclareció los hechos. El capitán Rojas fue condenado a veinte años de prisión, pero el Movimiento lo puso en libertad y pudo participar en tareas de represión en Granada, donde ha sido vinculado con la ejecución de García Lorca.

María Silva fue convertida en un mito, a su pesar. Se fue a Paterna y se casó con un jornalero, El aguardentero, que cuando comenzó la guerra se marchó al frente. María fue detenida en Paterna, y en atención a que estaba embarazada de ocho meses se esperó a que naciera su hijo para matarla junto a la laguna de Medina. Su mitificación la llevó a ser fusilada, sin que ella supiera ni por qué moría, con diecinueve años y un hijo que hoy es Juan, el electricista, en San José del Valle y que, como su bisabuelo, tiene seis dedos en cada pie y tenía seis en cada mano, hasta que se hizo operar.

José Suárez está convencido hoy de que los anarquistas fueron explotados por los caciques para hundir a la República: "Entre los anarquistas señalados había algunos con muy buena relación con los caciques", versión que no comparte el cenetista Rafael Sánchez. Pasados 50 años, de aquello ha quedado una absurda leyenda y un recuerdo doloroso. Y la esperanza de que no pueda repetirse.

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