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¿Qué pasa en Wall Street?

Conocido el resultado de las elecciones para la renovación del Congreso, algo menos desfavorable al presidente Reagan de lo que se esperaba, el optimismo se ha convertido en euforia: el índice Dow Jones había alcanzado el pasado lunes día 1 el nivel de 1.022,08 puntos. El miércoles 3 cerraba a 1.065,30, superando los 1.051,70 que registró el 11 de enero de 1973, y que ha venido constituyendo, durante casi diez años, su más alta marca histórica. ¿Qué pasa, pues, en Wall Street?La aventura monetarista norteamericana ha visto su fin con el abandono, por parte del Federal Reserve, de la política r...

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Conocido el resultado de las elecciones para la renovación del Congreso, algo menos desfavorable al presidente Reagan de lo que se esperaba, el optimismo se ha convertido en euforia: el índice Dow Jones había alcanzado el pasado lunes día 1 el nivel de 1.022,08 puntos. El miércoles 3 cerraba a 1.065,30, superando los 1.051,70 que registró el 11 de enero de 1973, y que ha venido constituyendo, durante casi diez años, su más alta marca histórica. ¿Qué pasa, pues, en Wall Street?La aventura monetarista norteamericana ha visto su fin con el abandono, por parte del Federal Reserve, de la política restrictiva basada en el control a ultranza de la magnitud M, que incluye depósitos a la vista y dinero en circulación. Los operadores económicos internacionales habían basado sus expectativas monetarias sobre la evolución de esta magnitud, por cuanto su crecimiento o disminución determinaba el curso de la política monetaria del Federal Reserve americano.

Al abandonar esta medida, Paul Volcker, presidente de este organismo, ha pretendido distraer la opinión pública de un reflejo condicionado que esperaba el aumento de la tasa de interés, tan pronto, como se percibía un incremento de las disponibilidades líquidas, indicada en esas cifras. Detrás de esta decisión de Volcker late, incuestionablemente, el propósito de la Administración republicana de aflojar la tirantez monetaria. Pero hay algo más, y es que los síntomas de quince meses de recesión estaban manifestando síntomas de gravedad y existía en Estados Unidos y fuera de ellos el sentimiento generalizado de que un alivio en el sistema financiero era necesario.

Con estas medidas acababa la política restrictiva iniciada bajo la Administración Carter por el propio presidente del Federal Reserve, Paul Voleker, en octubre de 1979, y que ha tenido el controvertido éxito de hacer descender la inflación americana por debajo del 6%, a costa tal vez de aumentar el desempleo al 10% y de dejar inactiva una parte importante de la capacidad industrial.

Pero la resultante principal de la aplicación de la política monetaria en Estados Unidos se manifiesta en toda su crudeza en la dicotomía que se está produciendo hoy en el mundo, en que se superponen dos realidades diferentes: por un lado, la financiera, y por otro, la económica. Así ahora, por ejemplo, los indicadores básicos económicos tienen signo pesimista en lo que se refiere no sólo al desempleo, sino a la producción y a la actividad industrial, mientras la estruendosa irrupción de compra en los mercados financieros bursátiles ha aparecido estos días como el contrapunto a esa realidad económica debilitada. Tal vez bajo todo esto subyace el hecho de que detrás de los fenómenos económicos actuales existe un sustrato financiero, debido al grado intenso de monetización sufrido por la economía actual, la rapidez de los intercambios y, sobre todo, el desarrollo de las técnicas anticipativas de los operadores, que funcionan en sus decisiones de negocios en base a una prospectiva de futuro en lugar de hacerlo, como hasta ahora, basándose en una realidad estadística. Los economistas de antaño, y cuando decimos antaño decimos hace dos años, basaban sus decisiones en el crecimiento, del producto interior bruto, en la posibilidad de apreciación de los activos a corto plazo y en la existencia de una cierta estabilidad monetaria y de una racional esperanza de beneficio. Rota la estabilidad monetaria, con crecimientos económicos cercanos al cero, y con las expectativas de beneficio prácticamente negativas, el funcionamiento de la actividad económica se encuentra prisionero de una serie de magnitudes financieras que condicionan la viabilidad del proceso económico, cuyo punto de mira ha cedido el objetivo del beneficio para limitarse a buscar un cash flow correcto.

La fe en el sistema

Por eso, el descenso de los tipos de interés que se ha producido en Wall Street ha precipitado una inusitada capacidad de compra en los mercados bursátiles y, muy en particular, en el New York Stock Exchange, a la que se ha añadido, junto al cúmulo de incertidumbres hoy ya consustanciales a la actividad económica, la búsqueda de la seguridad inversora, hoy, al parecer, refugiada en el continente norteamericano.

En lugar del crecimiento económico efectivo, la pura esperanza de que se pueda barruntar y también el hecho de que para 1983 puedan obtener beneficios las industrias ha sido suficiente para convertir, en unas semanas, analistas pesimistas en optimistas. El inversor americano y europeo están hoy apostando a que no se vuelva a producir un alza en los tipos de interés, y nada más efectivo para lograrlo que el de hacerlo real, incorporando a esta previsión deseada el hecho real e inmediato de una subida en bolsa, como está sucediendo.

Los objetivos de crecimiento monetario previstos por Volcker entre el 2,5% y el 5,5% dejarán de ser el punto de mira del Federal Reserve, y esto ha conducido a las espectaculares alzas que se han producido en Wall Street y a los fantásticos volúmenes de compra de acciones que han tenido lugar. El alza de Wall Street ha servido también para aumentar la fe en el sistema, para poner la economía en movimiento y despejar las dudas sobre colapsos inmediatos en el mercado internacional de deuda, que está sufriendo su propia transformación, pasando de ser un mercado de acreedores a un mercado de deudores. La satisfacción de las necesidades del deudor son hoy de interés primario para mantener la economía en movimiento y evitar una catástrofe mundial.

Volcker ha utilizado como pretexto para este nuevo rumbo las distorsiones que sufre el M1 como consecuencia de los certificados de dinero All Savers, que tienen un efecto mixtificador en la evaluación de este agregado monetario. Pero, en el fondo, la postura de Volcker no solamente representa un alivio para la Casa Blanca, sino también a la comunidad internacional, que veía con aprensión una larga lista de deudores a punto de suspender pagos.

La pregunta que nos podemos hacer en este punto es: ¿Esta postura permisiva va a desencadenar otro proceso inflacionario? A pesar de las ilusiones que muchos comentaristas se hacen a este respecto, es, a nuestra forma de ver, incuestionable el que si los altos intereses han frenado el crecimiento de la masa monetaria, sensu contrario, una baja de intereses comportará un crecimiento de las disponibilidades líquidas, y con ello, de la inflación. Lo temible de la situación actual es que la dimensión de los deudores ha alcanzado tal envergadura que es prácticamente imposible disciplinar su comportamiento, como se ha visto en el caso mejicano, en el que la comunidad internacional ha debido conformarse momentáneamente con el pago de intereses.

Un buen augurio

El alza, no obstante, de la Bolsa neoyorquina demuestra que el mundo financiero internacional, y el inversor privado en particular, está apostando por la recuperación económica, y esto ha sido un signo alentador, ya que ha existido históricamente un paralelismo entre las subidas de la Bolsa de Nueva York y las salidas de la recesión. El Federal Reserve está jugando un papel clave en todo este proceso, ahuyentando, entre otros, los temores de falta de liquidez internacional. El proceso subsiguiente ya comienza a apuntar, vislumbrándose un cierto crecimiento de la actividad económica, como ha sido demostrado con una importante demanda de fondos bancarios en el sistema americano en los últimos meses.

Wall Street apuesta al futuro y parece querer convertir lo deseable en inevitable. Ahora lo importante será que del mundo financiero comiencen a traslucirse las consecuencias positivas al mundo de la actividad económica. Una vez más, el inversor tiene la palabra.

Juan G. de Madariaga es representante de Drexel, Burnham y Lambert en España.

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