Crítica:

El Noneto Clieco para una fiesta de Beethoven

Septintino, de Beethoven.J. Pauer: Divertimento para Noneto. W. Lutoslawski: Preludios de danzas para Noneto. L. Van Beethoven: Septimino en mi bemol mayor, op. 20.

Teatro Municipal de Valencia

Un aire de libertad sin afectación y la gracia que se desprende de ella, cuando está respaldada por el oficio, son las notas palpables del Noneto Checo en el segundo concierto del curso de la Sociedad Filarmónica de Valencia.

La naturalidad, fruto de la madurez de estos intérpretes, contrasta oportunamente con el academicismo juvenil de la Real Orquesta de Cámara Suec...

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Septintino, de Beethoven.J. Pauer: Divertimento para Noneto. W. Lutoslawski: Preludios de danzas para Noneto. L. Van Beethoven: Septimino en mi bemol mayor, op. 20.

Teatro Municipal de Valencia

Un aire de libertad sin afectación y la gracia que se desprende de ella, cuando está respaldada por el oficio, son las notas palpables del Noneto Checo en el segundo concierto del curso de la Sociedad Filarmónica de Valencia.

La naturalidad, fruto de la madurez de estos intérpretes, contrasta oportunamente con el academicismo juvenil de la Real Orquesta de Cámara Sueca, protagonista del primer concierto. Este curso filarmónico contará con la Orquesta de Cámara de Praga y Teresa Berganza.

Las obras de Pauer y de Lutoslavski, programadas en la primera parte de esta velada, han sido escritas para este conjunto inusual, el Noneto, y se inscriben en una modernidad de corte moderado. Así, la música de Pauer, con una escritura ecléctica que evoca el cosmopolitismo con gotas de folk de Darius Milhaud, encaja de maravilla en el estilo ajeno a prejuicios de nuestros intérpretes.

Tras una primera parte de experiencia inédita con primeras audiciones entre nosotros, la presencia del Septimino, obra juvenil de Beethoven con juventud a toda prueba, es un puro recreo: una fiesta. Los intérpretes ponen en él sus hábitos de espontaneidad y subrayan con algunas gotas de llanto el lado teatrero de ese Beethoven de 1800, con sólo treinta años y unas tablas infalibles.

Es verdad que el inquebrantable desenfado pasa por algunas irregularidades -un violín algo afónico y un violonchelo en la frontera de la afinación-, pero la gracia de lo espontáneo sólo se alcanza por la vía del riesgo y con la renuncia a esas redondeces a las cuales los discos nos tienen mal acostumbrados.

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