'POP'

Asia, la noche de los muertos vivientes

Asia, el supergrupo de 1982, acudió a San Sebastián el pasado sábado para mostrar por qué han sido número uno en Estados Unidos un sinnúmero de semanas. Lo que demostraron estos presuntos apóstoles del sinfonismo pop es que su falta de ideas corre pareja a su antigua fama. Un concierto espectáculo que ni ofreció emociones, sorpresas, sensibilidades ni cualquier otro factor positivo en música. Ocho mil personas acudieron a verles Ocho mil personas tragaron, mal que bien, tamaña píldora.Asia estuvo aquí. Fue el desfile de los dinosaurios, la gran parada del circo Barnum, las aguas de Lour...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Asia, el supergrupo de 1982, acudió a San Sebastián el pasado sábado para mostrar por qué han sido número uno en Estados Unidos un sinnúmero de semanas. Lo que demostraron estos presuntos apóstoles del sinfonismo pop es que su falta de ideas corre pareja a su antigua fama. Un concierto espectáculo que ni ofreció emociones, sorpresas, sensibilidades ni cualquier otro factor positivo en música. Ocho mil personas acudieron a verles Ocho mil personas tragaron, mal que bien, tamaña píldora.Asia estuvo aquí. Fue el desfile de los dinosaurios, la gran parada del circo Barnum, las aguas de Lourdes... Tembló la tierra de San Sebastián bajo las ruedas que transportaban el inmenso equipo. Chocaron hierros, el escenario se alzó más y más, los camiones vomitaban caja tras caja de sofisticación, se instaló el equipo, las luces ... ; "es el tinglado más complicado desde el de los Stones. Con decir que traen cada uno un afinador personal..." Es Luis Rovira, jefe de producción de Gay, que ni come, ni duerme, ni aun respira en el seno de este follón.

Las gentes van llegando. Luego serán unas 8.000, que no conseguirán llenar el inmenso velódromo de Anoeta. Han venido en la fe, buscando su música entre los asaltos del griterío heavy y la superficialidad pop. Desean reencontrar de nuevo aquellas sutilezas creadas por Yes, Génesis, King Crimson o Pink Floid y tratan de hacerlo a través de estos nombres míticos, estos virtuosos de portento, estos artistas amados, venerados y de largo historial: Steve Howe, guitarrista de Yes; Carl Palmer, batería de Emerson Lake and Palmer; John Wetton, bajista y cantante de King Crimson y mil aventuras más, y Geoff Downes, teclado con Buggles y Yes. ¡Un supergrupo! ¡Lo mejor! ¡Número uno en Estados Unidos durante miles de semanas! ¡Cuatro millones de discos vendidos en pocos meses!

Por desgracia, la luz se hizo cuando las luces se apagaron. Cuando salieron, los cuatro jinetes del sinfonismo tenían enfrente a un público entregado. Ellos y sólo ellos demostraron que no tienen madera de líderes, que el futuro de esta música no está ya en sus manos, y mucho menos en sus cabezas. En vez de animar desanimaron, en vez de calentar enfriaron, en vez de dar aliento daban pena (muy relativa).

Comenzó el acto un malabarista que lanzaba bolitas y pañuelos. Buena idea, y en esta ocasión, simbólica. Porque Asia es un puro truco. Tal parece que estos gentilhombres se reunieron un día tonto y decidieron hacer un grupo al que cada cual aportaría sus gracias. Steve Howe es el virtuoso de la guitarra, el gran creador de ambientes; John Wetton, la voz desgarrada, el espíritu sensible; Geoff Downes, la electrónica, la vis pop del asunto; Carl Palmer, la fiereza, la fuerza animal...

La realidad sobre el escenario fue otra. Howe hizo un largo pero horrendo solo de acústica, puso más rictus faciales que nunca y acababa pareciendo un mico. John Wetton cantaba muy bien cosas que habíamos oído cien veces, pero ya no es tan etéreo y sí bastante fondón. Geoff Downes, el moderno, iba con pantalones cortos y camiseta futurista, encaramado en un absurdo sobreescenario repleto de teclados y otras martingalas. Palmer fue el más discreto hasta que se quitó la camiseta, la batería dio vueltas y, tal como Conan, la emprendió a mazazos con dos pobres gongs que no habían hecho nada.

La verdad, parecían boxeadores sonados haciendo sombra sobre el play back de sus glorias pasadas. Porque la música fue, con mucho, lo peor. Un mal pastiche que sonaba a todos y cada uno de los grupos-madre de Asia. Aquello era un trabajo muy honrado en lo físico e insultante en lo intelectual. Aquello era, en suma, el enemigo de toda música viva, desde el folk al tecno. Una infamia y una engañifa que ya veremos cuánto dura. Luego tendríamos una hipertensa rueda periodística. En ella los semidioses se enfadarían muchísimo ante las reticencias de los plumíferos, hasta el punto de que Carl Palmer amenazaría físicamente a uno de ellos. Todo su argumento y defensa es que han vendido mucho y que tienen mucha experiencia. O sea, igual de pobres hablando que tocando. Mucha pena.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En