XXVII edición de Semana de Cine

La película portuguesa 'Ana' ganó la Espiga de Oro del festival internacional de Valladolid

Ana, ganadora del festival de Valladolid, es un poema cinematográfico sencillísimo, de gran rigor narrativo ritual, que abre, a mi juicio, un camino a los atolladeros, que son muchos, de la producción independiente. A juicio del jurado, este poema fílmico "sintetiza la pureza del cine clásico y la audacia de escritura del cine moderno, participando tanto de la subjetividad poética como de la crónica cotidiana del documental, con un resultado, por su sinceridad y emoción, capaz de alcanzar un público amplio".La exactitud del premio y de su justificación están fuera de toda duda. Este bel...

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Ana, ganadora del festival de Valladolid, es un poema cinematográfico sencillísimo, de gran rigor narrativo ritual, que abre, a mi juicio, un camino a los atolladeros, que son muchos, de la producción independiente. A juicio del jurado, este poema fílmico "sintetiza la pureza del cine clásico y la audacia de escritura del cine moderno, participando tanto de la subjetividad poética como de la crónica cotidiana del documental, con un resultado, por su sinceridad y emoción, capaz de alcanzar un público amplio".La exactitud del premio y de su justificación están fuera de toda duda. Este bellísimo filme debe exhibirse en todo el mundo, con el aval para la Semana de Valladolid de haberlo, ya que no descubierto, pues se proyectó en otros festivales con antelación, sí de haberlo lanzado a los mercados comerciales minoritarios.

La Espiga de Oro a cortometrajes fue a manos del español Manuel Vidal Estévez, por su pequeño y buen corto Días inolvidables, del que el jurado dijo que es una "búsqueda de una perspectiva capaz de expresar del intimismo de una peripecia individual en un momento histórico". La justificación, como se ve, es algo confusa, ya que no expresa bien las calidades del filme de Vidal Estévez y su excelente desarrollo formal.

Menciones honoríficas

El jurado hizo tres menciones honoríficas, una al cortometraje alemán Gitanos en la ciudad, de Irmgard von zur Muhlen, muy clásico y bien hecho; al excelente largometraje húngaro de Karoly Makk Una cierta mirada, del que el jurado dijo que posee "precisión y delicadeza en el tratamiento de un tema valiente e insólito en el contexto del cine del Este, a lo que contribuye una admirable interpretación".

Finalmente, el jurado hizo mención honorífica del largometraje Reisend Criegel, del suizo Schocher, a causa de su "visión desértica, desolada y solitaria de la vida de hoy". Olvidó el jurado añadir que, de paso, dicho filme, consecuente con los apelativos que le dan, desertiza, asola y deja literalmente solitarias las salas donde se proyecta, pues contiene tres horas y media de cine plomizo, intragable y con auténtica maestría en el arte de aburrir a los hombres.

Un filme no premiado, pero que llegó con expectación, fue el de la belga Chantal Ackerman Toda una noche, un irregular experimento antinarrativo, que fracasa pese a algunas poderosas imágenes y de serias indagaciones en los ritmos secuenciales, pues pese a estas virtudes le falta algo de energía y de inventiva.

Viota se suelta la melena

Paulino Viota, cineasta español tildado habitualmente de hermético, se ha soltado la melena en su Cuerpo a cuerpo, logrando un filme divertido, vivo, libre, abierto y magníficamente realizado e interpretado, que puede suponer para él el ingreso en el extraño círculo de los cineastas españoles con éxito, si tiene la generosidad de aliviar al espectador de quince o veinte minutos del metraje del filme, cosa no demasiado difícil, pues varias secuencias pueden ser peinados con rupturas interiores de tiempo, lo que las haría mejorar, y una de ellas, la secuencia final de la librería, pura y simplemente suprimida, pues tiene difícil arreglo.

Tras la decepción de La trucha, de Joseph Losey, y la presencia de Otelo Saraiva de Carvalho, que ha venido a presentar Gestos y fragmentos, de Alberto Seixaf, filme donde él actua, la XXVII Semana de Valladolid se ha cerrado con el futuro abierto.

El feroz olvido de Edgar Neville

Mientras los espectadores de Valladolid iban descubriendo, una por una, las olvidadas películas de Edgar Neville, una docena de estudiosos de su vida y su obra y otra de profesionales del cine y el teatro que trabajaron con él se reunieron durante tres mañanas seguidas para compartir estudios y recuerdos. Casi nada han dejado de decir sobre este cineasta que ahora, gracias a ellos y al Festival de Valladolid, emerge del feroz olvido español.

Julio Pérez Perucha, crítico y ensayista cinematográfico, que ha sido conductor y alma del redescubrimiento de Edgar Neville, nos dice que "este cineasta que ahora emerge es sólo la punta del iceberg del cine español desconocido o mal conocido, que es casi todo. Sobre este cine español, y en especial el de Neville, concluyen algunas circunstancias que le hacen doblemente interesante. La primera es su vinculación inicial al cine de Hollywood, que le otorga credibilidad profesional y técnica".

"La segunda es que, en el caso de Neville, se trata del cine de un intelectual integrado en la generación de 1927, y esto no es frecuente en España, donde los intelectuales se han pasado décadas ignorando o menospreciando al cine".

"Otro aspecto que da interés al rescate del cine de Neville", continúa Pérez Perucha, "es que este autor fue menospreciado en su tiempo por la crítica de la derecha, pero también fue silenciado por los críticos de izquierda o que se consideran como tales. Esta doble marginación es lo que hace que el verdadero cine español, su historia y sus protagonistas, sigan en la sombra, y lo que justifica este esfuerzo que hemos hecho por poner en su lugar una obra como la de Neville, plenamente vigente. Creo que es sólo el primer paso de una serie de operaciones de rescate que hay que hacer, y que abarcan a casi todo el cine español que merece la pena. Este cine está oculto, postergado, menospreciado, silenciado u olvidado. Pero está ahí y hay que rescatarlo pese a todas las inercias".

Ayer, día de la clausura del festíval y del cine dedicado a Neville, coincidieron en los debates sobre la figura del cineasta madrileño una serie de actores, actrices y profesionales del cine que trabajaron con él. Entre ellos estaban Conchita Montes, Antoñita Colomer, Fernando Fernán-Gómez -que leyó unas bellísimas cuartillas-, Santiago Hontañón, Rafael Alonso, Antonio Mingote e Isabel Vigiola. Ellos, en vivo, sin preparación previa, completaron con sus recuerdos los sesudos ensayos leídos los dos días anteriores por críticos y analistas de su obra, que abordaron los aspectos esenciales para saber quién fue y qué hizo Neville en nuestro cine.

Vicente Molina Foix, que centró su análisis en la obra novelística de Neville, hurgó en el parentesco de su estilo literario y su humor con el surrealismo y con la literatura de Ramón Gómez de la Serna. Juan Miguel Company, crítico de cine y profesor de literatura de la universidad de Valencia, esbozó algunos aspectos esencialmente técnicos de la puesta en escena en el cine de Neville; mientras Félix Fanés, profesor de Historia del Cine en la Universidad Autónoma de Barcelona, hizo un minucioso análisis de la estructura narrativa de La vida en un hilo, uno de los más logrados filmes de Neville, del que dijo: "Una inteligente e inesperada película en la que se produce un extraño equilibrio entre formalización y libertad"".

El crítico y escritor Javier Maqua insistió en el hecho de que Neville excluyó de su cine las grandes ambiciones y jamás intentó hacer una gran película, pues, "como todo obeso, disfrutó con la prodigalidad y el capricho, y porque su única obra maestra fue su vida misma".

Emilio Sanz de Soto habló de Neville en el marco histórico de la generación de 1927 y se refirió a esa dura condición dela vida cultural española que le hace devorara sus mejores hombres para más tarde, en medio de grandes dificultades, tener que redescubrir y reconstruir los hombres y los valores que hemos originado".

Francesc Llinás, crítico de cine y editor de la revista de cine madrileña Contracampo, estudió la última etapa de la obra. cinematográfica de Edgar Neville, la de El baile, Mi calle, El último caballo, La ironía del dinero y Duende y misterio del flamenco. Estos filmes, muy cercanos en el tiempo y, no obstante, casi olvidados, coinciden, a su juicio, "con el momento en que se esboza el futuro del cine español de los años 60, década en que se pierde no sólo el contacto con la obra de Neville, sino con las más notables tradiciones cinematográficas españolas".

El cine de Neville en los años de la República y en los años de la posguerra fueron analizados respectivamente por Florentino Hernández Girbal y por Alfonso García Ceguí, y más atrás aún, en los orígenes mismos del cineasta en sus años de formación, escarbó el trabajo de Alvaro Armero, centrado en los años en que Neville trabajó en Hollywood, que fueron determinantes de su evolución posterior. Con ellos se cerró el casi exhaustivo periplo de indagaciones de la Semana de Valladolid sobre un importante cineasta español engullido por el feroz olvido de los españoles hacia su cultura.

Quedan, bien es cierto, otros olvidos ocultos en el abismo de nuestro desprecio por nuestra dultura cinematográfica, y habrá que ir pacientemente en su busca. Julio Pérez Perucha dice que "el caso de Edgar Neville puede servir de ejemplo y de pauta para posteriores indagaciones monográficas, que están por hacer en muchos aspectos de la historia del cine español. Valladolid puede ser un marco propicio para hacer bien estos trabajos, pero que esto vaya adelante ya es cosa que no depende de mí".

La huella del rescate de Neville ha quedado impresa en el haber de esta Semana vallisoletana. Sería una pena que no se siguiera hasta el fondo un camino ya trazado y con tanto espacio en el que abrir brecha por delante.

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