Crítica:TEATRO

Una reliquia

Marcel Marceau, mimo, es uno de los personajes del gran París de la posguerra: el de Sartre y Camus, el de Gerard Philippe, el de los hermanos Prevert y Juliette Greco. Una reliquia. Fue, como cada uno de ellos, un renovador de su género -milenario-, la pantomima, en la que introdujo a Kafka. No renegó de las tradiciones, del rostro blanco de Pierrot, del teatro gestual japonés, ni siquiera del todavía próximo Charlot, cuya simple ternura de personaje bueno y burlado o ignorado está aún en sus pantomimas. Sobre todos estos retazos inventó el personaje de Bip: el sombrero de copa blando y aboll...

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Marcel Marceau, mimo, es uno de los personajes del gran París de la posguerra: el de Sartre y Camus, el de Gerard Philippe, el de los hermanos Prevert y Juliette Greco. Una reliquia. Fue, como cada uno de ellos, un renovador de su género -milenario-, la pantomima, en la que introdujo a Kafka. No renegó de las tradiciones, del rostro blanco de Pierrot, del teatro gestual japonés, ni siquiera del todavía próximo Charlot, cuya simple ternura de personaje bueno y burlado o ignorado está aún en sus pantomimas. Sobre todos estos retazos inventó el personaje de Bip: el sombrero de copa blando y abollado con una flor de papel, el corpiño de rayas y el asombro por la vida cotidiana: un asombro blanco, lírico y silencioso, de hombre sorprendido por la inadaptación a una cierta crueldad de lo diario, de lo normal.Marceau tiene ahora 59 años. El mundo que le rodeaba cuando apareció se ha ido desvaneciendo, no sin haber dejado una fertilidad en la literatura y en el pensamiento. Repite una y otra vez sus pantomimas: las de ejercicio clásico de mimo blanco, con sus efectos eternos de hacer visualizar objetos, paredes o cristales que no existen; repite su otro yo, el tierno Bip. Sigue teniendo la gran flexibilidad expresiva de siempre; sigue dominando, sobre todo, el gesto facial y el movimiento de unas prodigiosas manos. La simplicidad, la ingenuidad, la bondad de los breves argumentos de sus pantomimas se despegan, posiblemente, de la forma de ver hoy los espectáculos, que son agresivos, duros. La vida que remeda se ha quedado lejos. Va pesando, poco a poco, el espectáculo, demasiado sabido. Algún mimo posterior, como Frederick, ha añadido fuerza y actualidad a la pantomima, pero no existiría Frederick si no hubiese existido Marceau. Hay que verle, por tanto, como esta reliquia, como este superviviente de otro tiempo, aunque tenga todavía una edad de vigor y creación. Puede no haberse quedado él anticuado, sino que la dinámica de la vida ha sufrido una aceleración exagerada en los veinticinco años que se cumplen desde que Marceau está pisando las tablas (la primera vez, con Jean-Louis Barrault, que también va a venir a España pronto).

Pantomimas de Marcel Marceau

Presentador, Shawn Bryan. Colaboradores, Jonatan Lambert y Jean Gerome Raclot. Puesta en escena, Antoine Casanova. Estreno, sala Olimpia. Madrid, 29 de septiembre de 1982.

Con él comenzó la muestra de teatro de compañías estables e independientes del Centro Dramático Nacional -que con tanta seguridad y calidad está dirigiendo José Luis Alonso- en la sala Olimpia; va a durar hasta diciembre. El público, generalmente joven, de esta sala gozó con Marcel Marceau, a juzgar por la intensidad de los aplausos espontáneos. Pensamos que también se aplaudía la época del gran Marceau, su veteranía, su persistencia, su condición de museo vivo.

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