Crítica:'ROCK'

Jethro Tull y el cubo de la basura

Más de 12.000 personas se reunieron en la plaza de toros Monumental de Barcelona para disfrutar del doble concierto de Jethro Tull en la noche del miércoles. Una concurrencia sorprendente y sintomática si tenemos en cuenta los factores que envolvían la velada: por un lado Jethro Tull actuaba por segunda vez en cuestión de pocos meses, y, por el otro, su actuación se producía junto con la de los teloneros Camel, formaciones clásicas muy difíciles de encontrar.Algunas veces, sin embargo, esto no es más que un peligro ante el cual hay que arrugar la nariz. Aunque Andy Latimer (delgado, alto, con ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Más de 12.000 personas se reunieron en la plaza de toros Monumental de Barcelona para disfrutar del doble concierto de Jethro Tull en la noche del miércoles. Una concurrencia sorprendente y sintomática si tenemos en cuenta los factores que envolvían la velada: por un lado Jethro Tull actuaba por segunda vez en cuestión de pocos meses, y, por el otro, su actuación se producía junto con la de los teloneros Camel, formaciones clásicas muy difíciles de encontrar.Algunas veces, sin embargo, esto no es más que un peligro ante el cual hay que arrugar la nariz. Aunque Andy Latimer (delgado, alto, con gorra de visera y líder de Camel), no lo haga. Y es normal que no se plantee si está o no repitiendo ritmos, melodías y solos, tocados hasta la saciedad. Es normal que no se lo plantee porque hacerlo supondría la inseguridad a la hora de interpretar. The single factor, su ultimísimo disco, se va desgranando con un acolchado luminotécnico sin fisuras aunque, también, sin demasiados alardes de genio. Los pasajes más comerciales mantienen al público a la espera de la improvisación, el momento en que los músicos comienzan a disfrutar del directo. Es el momento en que Camel deja fluir naturalmente su Canterbury-sound.

Refiriéndose a Watching me, watching you, (una de las piezas del último disco de Jethro Tull), Ian Anderson dijo que la había hecho pensando en el sentimiento claustrofóbico en que se ven envueltas las personas constantemente observadas por el público. Al final parece ser que en su retiro campestre, rodeado de terneras, lan Anderson ha resuelto el dilema a base de hacer oídos sordos a las exigencias coreográficas que suelen acompañar a los mitos del rock y a base de ofrecer un show sencillo en el que todo el espectáculo se asienta sobre los cinco músicos. En este sentido, los pocos gags que se sucedieron fueron de una cotidianeidad hasta embarazosa: Davis Pegg, el bajista, había desaparecido del escenario. Anderson lo llamó insistentemente. Pegg apareció con visibles muestras de estar mareado. En este momento un auxiliar del escenario, todo de negro, se acercó con un inmenso cubo de basura metálico. Con toda la respetuosidad del mundo alzó la tapa y Pegg, como si le faltara tiempo, vomitó.

En otro momento del concierto los cubos de la basura volvieron a ser parte primordial del espectáculo. Fue cuando todos los músicos habían desaparecido y uno a uno fueron volviendo disfrazados de vagabundos. Comenzaron a rebuscar entre tres grandes cubos, repletos de escombros, hasta que cada uno encontró algún instrumento: Anderson y Barre una mandolina y el batería (recién llegado de Magna Carta) unos bombos. Se sentaron en un banco que allí había sido colocado e iniciaron la interpretación acústica de lo que acabaría siendo el potente Pussy willow. A continuación, cuando llegó el Watching me, watching you, Ian Anderson accedió, por primera vez, a la presencia en el escenario de personal ajeno al público. El solo, bajo intermitencias de luz blanca, afrontó el tema perseguido por un médico, con bata blanca que sorprendentemente se iba multiplicando. Al acabar eran doce los médicos que le agobiaban.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En