Crítica:

Alberto Cavalcanti, la muerte del brasileño errante

Debido a sus trabajos en Francia, el Reino Unido, Brasil, Austria e Italia, se puede considerar al cineasta brasileño Alberto Cavalcanti, muerto en París el pasado lunes (véase la segunda edición de EL PAIS ayer), como una de las personalidades más errantes del mundo cinematográfico. Fallecido a los 85 años, hacía casi veinte que estaba retirado del cine y hay que remontarse a los años treinta y cuarenta para encontrar su etapa de máxima actividad creadora.Cavalcanti dirige sus primeras películas en Francia, al final del período mudo. Es amigo de Jean Renoir, Marcel L'Herbier, Louis Delluc y l...

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Debido a sus trabajos en Francia, el Reino Unido, Brasil, Austria e Italia, se puede considerar al cineasta brasileño Alberto Cavalcanti, muerto en París el pasado lunes (véase la segunda edición de EL PAIS ayer), como una de las personalidades más errantes del mundo cinematográfico. Fallecido a los 85 años, hacía casi veinte que estaba retirado del cine y hay que remontarse a los años treinta y cuarenta para encontrar su etapa de máxima actividad creadora.Cavalcanti dirige sus primeras películas en Francia, al final del período mudo. Es amigo de Jean Renoir, Marcel L'Herbier, Louis Delluc y los principales miembros del grupo surrealista, a cuyas búsquedas permanece ligado. En el Reino Unido dirige adaptaciones de obras de Graham Greene y Charles Dickens durante los años cuarenta, década de su mayor actividad como realizador. A comienzos de los cincuenta hace dos películas en Brasil y, al final de su carrera como director, una versión de El maestro Puntilla y su criado Matti, de Bertold Brecht, en Austria.

A pesar de su considerable actividad como realizador, el verdadero interés de Cavalcanti reside en su trabajo como teórico y documentalista. Su aportación al grupo de Grierson en el Reino Unido durante la segunda guerra mundial es muy importante, tanto al dirigir cortometrajes como al colaborar con los diversos miembros dentro de la escuela documentalista más importante del mundo.

Tampoco hay que olvidar su discutible aportación al cine brasileño al colaborar en la fundación de la gran productora Vera-Cruz. Esta magna empresa, creada gracias a la aportación de conocimientos de Cavalcanti, se construye según el modelo de Hollywood, con excesiva aportación de técnicos extranjeros y dura pocos años. Fruto de sus esfuerzos es el éxito internacional de O cangançeiro (Lima Barreto, 1953), la película que triunfa en el Festival de Cannes y descubre al mundo la existencia del cine brasileño.

De la vigencia de su obra es buena prueba el pase por Televisión Española, a primeros del pasado mes de mayo, de una de sus obras más representativas, Al morir la noche. Rodada en 1945 para los Estudios Ealing, está compuesta por episodios rodados por diversos realizadorés ingleses, debutantes supervisados por Cavalcanti; se centra en un grupo de personas que pasa la velada en una vieja mansión contando historias de miedo y tiene un aire claramente surrealista.

A principios de los sesenta hace su última película, y en 1969 realiza un programa en la televisión francesa. Desde entonces vivía apartado del mundo de la imagen este realizador cosmopolita, que ha pertenecido a lo más selecto de la vanguardia francesa, a la mejor escuela documentalista y ha colaborado en la creación del mayor imperio cinematográfico brasileño.

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