Crítica:

Un 'adagio' de Angel Barja en la catedral santanderina

En el claustro de la catedral de Santander, el cuarteto checo Janacek, colaborador con los finalistas de las últimas pruebas del concurso Paloma O'Shea de piano, ofreció el pasado martes un programa, cuya parte más interesante, el estreno de un nuevo cuarteto del gallego-leonés Angel Barja, quedó reducida a la audición de uno de sus movimientos: un adagio de buena factura, amplitud en su criterio modernista e interesante juego rítmico.La prestigiosa formación checa no responde actualmente a la brillantez de su historia, pero posee, en todo caso, una alta comprensión del fenómeno camerístico, l...

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En el claustro de la catedral de Santander, el cuarteto checo Janacek, colaborador con los finalistas de las últimas pruebas del concurso Paloma O'Shea de piano, ofreció el pasado martes un programa, cuya parte más interesante, el estreno de un nuevo cuarteto del gallego-leonés Angel Barja, quedó reducida a la audición de uno de sus movimientos: un adagio de buena factura, amplitud en su criterio modernista e interesante juego rítmico.La prestigiosa formación checa no responde actualmente a la brillantez de su historia, pero posee, en todo caso, una alta comprensión del fenómeno camerístico, lo que en música es más que un género, todo un sistema de concebir y expresar el pensamiento sonoro a través de manifestaciones tan varias como puedan serlo un cuarteto de Mozart o el titulado Cartas íntimas, de Leos Janacek. Aquí los intérpretes bohemios desplegaron sus mejores posibilidades técnicas y, sobre todo, su más auténtico criterio interpretativo.

Nikita Magaloff, uno de los miembros más ilustres del jurado internacional para el concurso Paloma O'Shea, tocó en la Plaza Porticada, ante un auditorio muy numeroso. El pianista ruso, nacionalizado en Suiza, cumple ahora los setenta años y es un representante cualificado de un estilo en el que la intuición personal se cruza con la influencia de la escuela pianística francesa de Isidoro Philipp. De ahí el preciosismo expresivo de un Mozart que aparece tocado de romanticismo en la Sonata en la mayor; el intimismo delicado con que nos llegó el carnaval de Schumann o la estructura sentimental que determinó las versiones de Chopin. Lo mejor de la noche fueron los cuatro extraordinarios estudios de Stravinsky, que Magaloff tocó con dominio técnico e imaginación rutilante. Hay en el profesor y pianista algo de lo que se deriva parte de su atractivo y, quizá, algunas actitudes de desvío: una rara síntesis de espíritu pretérito y pensamiento moderno, realizada bajo el signo del discreto encanto.

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