LA LIDIA / VALENCIA

Dámaso el 'senyero'

El hombrecito Dámaso González se agiganta en Valencia. Viste de nazareno y oro o de caqui y oro -ayer era de nazareno- pero nadie le ve así. Dámaso el de los péndulos y el de los pundonores se convierte en bandera del público valenciano. Naturalmente ha de ser senyera y así flamea por el ruedo, unas veces con el brillo de los oros, otras con el dramatismo del rojo sangre, siempre entre los pitones.No para torear, que quizá no sabe y es seguro que de eso pasa, sino para burlar las embestidas, para encoger los corazones del público sencillo y seguramente para ponérselo, él mismo también, en un p...

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El hombrecito Dámaso González se agiganta en Valencia. Viste de nazareno y oro o de caqui y oro -ayer era de nazareno- pero nadie le ve así. Dámaso el de los péndulos y el de los pundonores se convierte en bandera del público valenciano. Naturalmente ha de ser senyera y así flamea por el ruedo, unas veces con el brillo de los oros, otras con el dramatismo del rojo sangre, siempre entre los pitones.No para torear, que quizá no sabe y es seguro que de eso pasa, sino para burlar las embestidas, para encoger los corazones del público sencillo y seguramente para ponérselo, él mismo también, en un puño. Al senyero es muy posible que le complazca el escalofrío, la emoción íntima de exponer el fisico a la incertidumbre de la corfiada y luego sentir que, pasado el peligro, la vida le sonríe como antes de salir al ruedo.

Plaza de Valencia

27 de julio.Toros de Manuel Camacho, segundo y tercero de Núñez hermanos, con trapío, manejables. Dámaso González. Aviso y oreja / Oreja y dos vueltas. Espartaco. Vuelta / Aplausos. El Soro. Silencio / Bronca y almohadillas

Dámaso, senyero una feria más, una vez más armó el alboroto en Valencia, y el público quería dar buena cuenta del presidente porque no accedió a conceder la segunda oreja en el cuarto de la tarde. Estuvo bien el presidente, aunque el mérito de la faena, hecha a base de pendular el engaño, de circulares, de tirar los trastos en desplantes temerarios, lo acrecentó el trapío del toro, que era un galán chorreao, largo, alto, enmorrillado, musculoso y reservón.

Espartaco y El Soro, comparsas

Espartaco y El Soro, al lado de Dámaso parecían comparsas y probablemente lo eran. Ambos estuvieron voluntariosos y cada uno dio la medida de su momento profesional. Espartaco, decidido, vulgar, pegapases, y destemplado. El Soro, indeciso con el lote menos claro, al que capoteó bien, banderilleó mal y muletetó a la defensa. Este Soro que tiraba líneas, perdidos los papeles, por delante de los astados en muy poco se parecía a aquél Soro que sólo hace cuatro meses, en esta misma plaza, atropellaba la razón para conseguir un triunfo de escándalo en la tarde de su alternativa.

Claro que también los de ayer eran otros toros. La misma diferencia había entre el cuajo y la seriedad de los ejemplares de Camacho y los del día de la ceramonia, que de trapío anduvieron bastante escasos. Por valencianía, el senyero debería ser El Soro, que es de Foyos. Pero lo es el hombrecito Dámaso, natural de Albacete. Que tampoco queda demasiado lejos.

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