Reposición de películas clásicas del musical norteamericano

El bailarín Gene Kelly y el director Stanley Donen crearon un género

En varias ciudades españolas se han reestrenado tres filmes musicales norteamericanos considerados como clásicos del género: Levando anclas, rodada en 1944; Cantando bajo la lluvia, fechada en 1952; y Siete novias para siete hermanos, de 1954. Las tres películas, con otro admirable filme intermedio, rodado en 1948, Un día en Nueva York, abarcan lo que fue un casi milagroso encuentro entre dos cineastas únicos, irrepetibles: el bailarín, coreógrafo y director Gene Kelly, y el corista, gagman, especialista musical y finalmente director Stanley Donen. En sólo cuatro filmes, rodados en estado de g...

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En varias ciudades españolas se han reestrenado tres filmes musicales norteamericanos considerados como clásicos del género: Levando anclas, rodada en 1944; Cantando bajo la lluvia, fechada en 1952; y Siete novias para siete hermanos, de 1954. Las tres películas, con otro admirable filme intermedio, rodado en 1948, Un día en Nueva York, abarcan lo que fue un casi milagroso encuentro entre dos cineastas únicos, irrepetibles: el bailarín, coreógrafo y director Gene Kelly, y el corista, gagman, especialista musical y finalmente director Stanley Donen. En sólo cuatro filmes, rodados en estado de gracia, dos hombres reinventaron, desde la posesión de la alegría y el esplendor en el asfalto, el cine.

Nacieron Kelly y Donen con once años de diferencia, uno en 1912, entre las humaredas de Pittsburg, y otro en 1921, en un remanso universitario de Carolina del Sur. Desde sus estudios secundarios, descollaron como danzarines. Kelly a medida que crecía fue a más, Donen a menos. Ambos se instalaron en Nueva York, a la cola de la fortuna. Kelly, dotado de condiciones físicas excepcionales, no tardó en encontrarla y, tras unos papelillos secundarios, el triunfo le llegó con un musical legendario en los anales de Broadway, Pal Joey.Era el año 1940. Kelly, sobre aquel escenario, comenzó a convocar multitudes y su fama se extendió como un reguero de pólvora: un bailarín capaz de combinar las ondulaciones de la danza melódica con un frenético ritmo de claque. En algunos números de la opereta, anónimo entre los teloneros, Donen, un muchacho de veinte años, oscuro danzarín del coro, seguía las evoluciones de la nueva estrella Kelly. Luego, cada uno tiró por su lado, pero por poco tiempo.

Dos encuentros

En 1942, Kelly entró en Hollywood, contratado por la Metro Goldwyn Mayer, y por la puerta grande. Donen, que había subido un peldaño en su carrera de bailarín en Best Foot Forward, llegó a Eldorado por la puerta de servicio, como uno del montón, para intervenir en la versión filmada de esa comedia musical. Tres años despues, en 1944, la estrella Kelly comenzó a hacer su primer gran papel en un musical, Levando anclas, dirigido por un buen artesano llamado George Sidney, hombre de ideas brillantes y sentido del espectáculo, pero no especialista en danza, por lo que tuvo que rodearse de un ayudante especializado en ella. Ese fue el segundo encuentro entre Donen y Kelly.Levando anclas -donde Kelly compartió el mágico e irreal colorido con Frank Sinatra- es un buen musical en sí mismo, pero hay en él algo todavía inconcluso, que tuvo su corroboración en otro filme de características similares, rodado en 1948, Un día en Nueva York, otra vez con Sinatra. En él, los dueños del tinglado eran ya, delante y detrás de la cámara, Kelly y Donen. Era éste su tercer encuentro y, en él, una nueva concepción del cine musical nació en estado de plenitud. Era el no va más del género y, sin embargo, los dos cineastas llegaron aún más lejos tres años más tarde, con la refundición de un viejo tema, Cantando bajo la Iluvia, que había jugado a Guadiana en la historia del cine musical de Hollywood y que aquí tuvo su desembocadura definitiva.

Un puñado de luz

Cantando bajo la lluvia es una gloria del cine y uno de los espectáculos más perfectos que ha dado la imaginación humana. Una alegría contagiosa, radiante, eufórica, inunda a la pantalla y fluye desde ella hacia la retina del espectador cautivado, drogado, hipnotizado por esta catarata de inventiva y de optimismo en estado químicamente puro. Si el cine alcanzó alguna vez las proximidades del milagro, fue aquí.El fulgurante pies locos y el humilde telonero de Pal Joey estaban en su cumbre yen la cumbre de un arte sin equivalencias, en el que coincidieron las tradiciones escénicas del music-hall sajón y la imaginación abierta, irresistible, volcánica, de unos individuos que eran al mismo tiempo pioneros y últimos vástagos de una idea de la luz, el color, el juego y el ritmo que nació con ellos y morirá con ellos: Gene Kelly, Stanley Donen, Busby Berkeley, Vincent Minnelli, Fred Astaire, Donald O'Connor, Cyd Charisse, Ann Miller, VeraEllen, Judy Úrarland, y pocos más. Sólo un puñado.

Despues de otra colaboración menos afortunada en 1955, Siempre hace buen tiempo, Donen y Kelly partieron otra vez, y esta vez para siempre, cada uno por su lado. Se les calumnió a cada uno a costa del otro. Pero ahora, un cuarto de siglo más tarde, sus nombres, solos o unidos, se conservan intactos. Kelly siguió interpretando y dirigiendo películas de fuste. Y Donen demostró por sí solo ser un director del que no es casual que firmara Cantando bajo la lluvia. Bastaría para ello recordar que es autor de Siete novias para siete hermanos, de 1954, película que deja, boquiabierto a cualquiera.

¿Cómo es posible, en efecto, que de un temilla tan cursilón se extraiga tal lección de buen gusto; que de tales cromitos se deduzcan tales maravillas de composición? La película se hizo con cuatro cuartos, en un rincón olvidado de los estudios de M.G.M. y con el bailarín frustrado Donen otra vez en estado de gracia, elevándose, ya que no con sus pies, con sus ideas sobre las nubes. De nuevo, la luz de una inventiva sin fronteras.

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