Coyuntura mundial y 'reaganomía'

Los pronósticos sobre 1982 están hechos con más pesimismo e incertidumbre que nunca. La OCDE acaba de divulgarlos con el temor de quien no difunde buenas nuevas y con las necesarias salvedades que obligan a realizar las muchas incógnitas planteadas por la delicada situación actual. El lector tiene resumidos esos pronósticos en el cuadro general de resultados para el total de los países de la OCDE y para nuestro propio país. Las cifras nos dicen que 1982 no será el año de la recuperación esperada de la economía occidental. Las tasas de crecimiento de la producción se sitúan en un modesto...

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Los pronósticos sobre 1982 están hechos con más pesimismo e incertidumbre que nunca. La OCDE acaba de divulgarlos con el temor de quien no difunde buenas nuevas y con las necesarias salvedades que obligan a realizar las muchas incógnitas planteadas por la delicada situación actual. El lector tiene resumidos esos pronósticos en el cuadro general de resultados para el total de los países de la OCDE y para nuestro propio país. Las cifras nos dicen que 1982 no será el año de la recuperación esperada de la economía occidental. Las tasas de crecimiento de la producción se sitúan en un modesto 0,3%, el paro seguirá aumentando en todos los países hasta situarse en promedio para la OCDE en el 8,5% de la población activa (29,8 millones de trabajadores).Los equilibrios de las economías occidentales mejorarán: ligeramente la tasa de inflación, que apenas bajará un punto (del 9,6% de 1981 al 8,5% en 1982); con más fuerza se recuperará el desequilibrio exterior, pues el déficit de la balanza por cuenta corriente se reducirá de 28.000 millones de dólares en 1981 a 91.000 millones en 1982. Los pronósticos que la OCDE ofrece para la economía española se inscriben en esa tónica general con algunos gastos diferenciales significativos. Mejores resultados para el desarrollo de la producción (2% del PIB); peores para el paro, que se situará a finales de este año en el 15,5% -uno de los más elevados de la OCDE-, mientras la balanza de pagos se prevé liquide su cuenta corriente con un déficit importante -4.200 millones de dólares-, aunque menor que el del pasado año, y la inflación, aunque disnúnuyendo sobre 1981 (en 2,3 puntos), mantendrá un amplio y preocupante díferencíal -ya abierto en el pasado ejercicio- con respecto a la inflación pronosticada para la OCDE (casi cuatro puntos).

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Ese cuadro general dulcifica un tanto sus duros perfiles cuando el pronóstico se sitúa en el tiempo, ya que el año 1982, según la OCDE, tendrá dos semestres bien distintos. El primero -que ya padecemos-, de crecimiento negativo del PIB (-0,6%); el segundo -que anhelamos-, con variaciones positivas del PIB (2,3%) que debe llevamos a la tierra prometida de 1983, contemplada por la OCDE según es habitual con tanto más optimismo Cuanto más se aleja de nosotros en el tiempo (2,8% en el primer semestre de 1983, 3,4% en el segundo semestre del próximo año). No hay, sin embargo, horizonte despejado para el paro, que seguirá aumentando para los países de la OCDE en éste y en el próximo año, hasta situarse en la desconsoladora cifra de más de 31 millones de trabajadores en diciembre de 1983.

Tal es, contada en pocas palabras, la suerte de la coyuntura económico que nos espera.

Riesgos e incertidumbres de un pronóstico

Dejar en este punto el parte de la coyuntura equivaldría a transmitir un mensaje sin matices, pues no contabiliza los riesgos e incertidumbres que le rodean y, por lo mismo, las condiciones en las que se realiza. Cinco son los fundamentales riesgos de ese pronóstico: los precios internacionales del petróleo; las variaciones supuestas del comercio mundial; la existencia aún en algunes países de tasas crecidas de inflación y expectativas inflacionistas profundamente arraigadas; la incidencia de los tipos previstos de interés, y los déficit esperados del sector público.

Los pronósticos suponen que los precios nominales del petróleo permanecerán inalterados hasta finales de 1983, hipótesis incierta, aunque con algún fundamento, pues se basa en las declaraciones de los países de la OPEP. Más arriesgado es, sin embargo, el supuesto en que descansa la tasa de crecimiento del PIB en 1982. Como puede comprobarse, la modesta tasa del 0,3% del PIB prevista para este año no se fundamenta tanto en un crecimiento de la demanda interna (que crecerá menos que el PIB) cuanto en una expansión del comercio exterior que, se supone, tirará de las exportaciones de la OCDE (al igual que en España, pues la demanda interna crecerá sólo en el 1% en 1982 y el PIB en el 2%, por efecto de las variaciones positivas del comercio exterior). Sin embargo, en este año el menor excedente de los países exportadores de petróleo y la difícil situación de los países en vías de desarrollo, definida por su crecida deuda exterior y desfavorable relación real de intercambio a causa de la caída de los precios de las materias primas, hacen problemática esa esperanza depositada en el vigor comercial de las exportaciones de la OCDE.

Una recuperación generalizada tampoco la hace factible el arraigo de la inflación y de las expectativas inflacionistas en algunos países. Es cierto que con el fundamento de la ganada estabilidad de los precios del petróleo y la caída de los precios de las materias primas, la inflación ha retrocedido de forma importante. Pero esa caída de la inflación no ha sido la misma en todas las economías, en particular porque el recinto de la inflación -la persistencia de los distintos grupos de rentas, y el más importante de ellos las de trabajo, a recuperar sus niveles de renta real- resulta difícil de reducir. La inflación actual se configura cada vez más no tanto como un problema general, sino como un problema de precios relativos a nivel macroeconómico de compleja y larga solución, pues reclama una fijación de precios relativos de trabajo y capital que evite las presiones sobre los precios y facilite las posibilidades de inversión. Mientras esto no ocurra, la inflación continuará presente, y mientras la inflación tenga fuerza en una economía será imposible que ésta participe en un proceso duradero de recuperación.

Con todo, las mayores incertidumbres de la recuperación actual proceden de los otros dos condicionantes del pronóstico -tipos de interés, déficit del sector público- convertidos cada día que pasa más en los factores dominantes de la coyuntura; factores con los cuales la reaganomía ha entrado de Reno en la vida económica occidental. Podrán, en efecto, existir -y existen- discrepancias en muchas valoraciones de la coyuntura actual; sin embargo, en un punto convienen todos los análisis: que las previsiones de recuperación de los ritmos de actividad dependen vitalmente de la evolución de la coyuntura económica estadounidense. Sin recuperación económica americana, es imposible la recuperación económica de los países de la OCDE, y esa recuperación dependerá del comportamiento de los tipos de interés y el déficit del sector público estadounidense.

¿De qué forma y por qué razones la reaganomía ha afectado a los tipos de interés y al déficit del sector público? ¿Cuáles eran sus objetivos y su tratamiento de los críticos problemas actuales? La respuesta a esas preguntas constituye un punto de partida necesario para entender lo que hoy está pasando en la economía mundial y para conocer las condiciones que limitan las posibilidades económicas españolas.

¿Qué es la 'reaganomía'?

Por todo lo afirmado hasta aquí y por lo que trataremos de probar, es ésta la pregunta clave de la actual coyuntura económica, pues sin contestarla resulta imposible evaluar las posibilidades económicas con las que contamos.

La pregunta práctica y fundada sobre la reaganomía tiene una respuesta sencilla: una suma de ideas diferentes unidas por una argamasa común con dos componentes -económico y político- en los que trata de buscar su fuerza ideológica y facilitar su penetración en la sociedad americana de los ochenta. Esos dos componentes son: de una parte, el económico, consistente en devolver el protagonismo a la iniciativa y la acción individual ("No se trata", afirma Laffer, uno de sus inspiradores, "de eliminar al Estado, sino de utilizarlo para mejorar y potenciar las actuaciones individuales"), y de otra parte está el componente político, consistente en afirmar la presencia americana en la escena internacional (con el despliegue de una nueva política exterior y el reforzamiento de los gastos de defensa). Con ayuda de esos (los componentes será posible conseguir lo que Robert W. Tucker ha denominado resurgimiento de América, una bandera que se halla detrás del éxito electoral de Reagan en las elecciones de noviembre de 1980.

El resurgimiento económico debe partir de la acción creadora de la iniciativa privada, cuya incentivación y estímulo ha de ser la línea rectora de la política económica. Establecer un cuadro de incentivos suficientes, evitar intervenciones publicas perturbadoras y hacer que el mercado y los precios funcionen son los mensajes más repetidos por los formuladores de la reaganomics (un colectivo numeroso en el que destacan Arthur Laffer, Irving Kristol, Paul C. Roberts, Robert Mundell, Ayn Rand, W. F. Buckely, J. Wanniski, G. Gilder y -con reservas- F. von Hayek y M. Friedman).

La traducción concreta de esas afirmaciones generales a la realidad económica pasa por la adopción de un conjunto de decisiones diferentes que parten de la siguiente igualdad:

Reaganomía: Rebaja impositiva + Eliminación de las regulaciones económicas + Equilibrio presupuestario con menor gasto público + Monetarismo.

La reforma tributaria constituye el programa prioritario para tratar una economía afectada por el estancamiento y la inflación. El desarrollo está frenado por el desaliento que los elevados impuestos siembran hacia el trabajo, el ahorro, hacia el optimismo preciso para lanzar la inversión y hacia el empleo, en fin, de una nueva tecnología, de la que depende el aumento de la productividad. "Soltemos el freno de los impuestos", dice Kemp, "y la economía marchará".

Los altos impuestos alientan también la inflación que se debe al empuje de los impuestos sobre los precios. La necesaria rebaja impositiva tiene, pues, que programarse en función de sus efectos sobre los incentivos. El fin de la política tributaria es estimular el trabajo, el ahorro, las inversiones y el empleo de nueva tecnología.

Aumento de los tipos marginales

Por este motivo, la acción debe comenzar por la rebaJa de las dañinas tarifas de los impuestos personales aplicados sobre las rentas elevadas (los tipos marginales elevados), que desalientan en mayor medida el ahorro y la inversión, ya que afectan a las clases que lo realizan.

Especialmente perturbador ha sido el aumento constante de los tipos marginales de la imposición en los tributos progresivos asociado con el proceso inflacionista. La suma de estos dos hechos despierta una voracidad fiscal en las haciendas contemporáneas, con muy pocos resultados recaudatorios, pero con graves consecuencias para el desarrollo económico, pues destruye los incentivos en los que ese desarrollo económico se basa. De ahí que la reforma fiscal deba considerar objetivo prioritario de su atención la rebaja de los tipos marginales de la imposición en las tarifas de los tributos progresivos. Por otra parte, la densidad de los efectos estimulantes de la reducción impositiva justifica también la reducción fiscal sobre los beneficios y realización de inversiones por las empresas. Esas reformas no son reaccionarias por beneficiar a quienes tienen más renta, pues, en opinión de Gilder: "Una economía dinámica depende de la proliferación de los ricos", pues de esta manera, "las buenas fortunas de los demás son también, y finalmente, de uno mismo".

La reforma fiscal así concebida debe continuar con la eliminación de las regulaciones que coartan la iniciativa individual. De nada servirá -afirma Weidenbaum- el más generoso de los créditos fiscales a una empresa, o la más pródiga de las bonificaciones impositivas a un particular, si éstos no pueden producir y enviar sus productos al mercado porque lo prohíbe simplemente la legislación.

La legislación reguladora, producto de un pensamiento negativo intervencionista, ha proliferado con tal intensidad que hoy es difícil hacer algo sin contar, conseguir o negociar el permiso correspondiente. Reforma tributaria y reforma de la reglamentación deben ir juntas para lograr una acción privada eficaz. Las reglamentaciones condenables son múltiples y afectan a la vida económica de las más variadas formas, porque el pensamiento negativo ha proliferado en todos los campos. Se ha afirmado con esas reglamentaciones una tecnología defensiva en muchos sectores. Los requisitos para la realización de inversiones quedan en manos de la discrecionalidad de los poderes públicos, sembrando la incertidumbre empresarial o, lo que es peor, la negociación empresa-Administración al margen de la capacidad innovadora y productiva en áreas importantes -a veces decisivas- de la inversión total. La intervención pública afecta también a los mercados de trabajo, con disposiciones como el salario mínimo, que perjudica ostensiblemente al empleo juvenil, o con reglamentaciones que compartimentan el libre ejercicio de actividades profesionales. Ese poder regulador extendido sobre muchas actividades económicas es mayor que el poder fiscal, porque no se trata ya de pagar o no, sino de ejercer el poder decisivo del veto sobre campos enteros de la actividad económica.

Esas dos reformas -la fiscal y la eliminación de las regulaciones- constituyen, en opinión de Irving Kristol, "la esencia de lo que llamamos economía de oferta" (suppy side economics), denominación que tiende a acentuar las diferencias de ese enfoque con una política intervencionista de demanda basada en el keynesianismo.

Limitar el gasto público y equilibrar el presupuesto constituye el tercer componente de la reaganomía. Dos líneas de acción por las que se han ganado tradicionalmente la respetabilidad y la fama los ministros de Hacienda durante más de un siglo: el que va de la era de la ecónomía clásica a la era keynesiana. La política presupuestaria de hoy debe buscar su inspiración en las ideas de ayer, pues sólo reduciendo el gasto público podrán aumentar la inversión y la exportación, y sólo reduciendo el déficit público podrá financiarse la inversión privada.

En cuarto lugar, la conducción de la política monetaria debe ajustarse a los principios del monetarismo. La aguda inflación que domina a las economías occidentales es principalmente un fenómeno monetario, tal es el reconocimiento de la reaganomía a Milton Friedinan. Si la cantidad de dinero aumenta sistemáticamente, será imposible contener los precios. Conseguir, por tanto, una tasa previsible y constante en el aumento de la oferta monetaria debe ser un propósito fundamental de una política económica tendente a contener la inflación.

Los cuatro grandes sumandos de la reaganomía permitirían, según sus defensores, la consecución de un mundo económico gobernado por la estabilidad de los precios (lograda merced a los mandatos del monetarismo, del equilibrio presupuestario y la desaceleración de los gastos públicos) y garantizaban el regreso, a una economía dinámica (lograda por las reducciones fiscales y la eliminación de las regulaciones públicas). Esa suma de bienes. lograda por la amalgama de esas cuatro líneas argumentales de la reaganomía incorporaba la adhesión de pensamientos y posiciones diferentes, lo que aumentaba los defensores potenciales de la sociedad a la nueva política económica.

La nueva política económica definida por la reaganomía se traducía el 18 de febrero de 1981 en el Program for economic recovery, el NEP de nuestros tiempos formulado desde el otro lado del espectro político. Un programa recibido en medio de una euforia general, con un consenso generalizado del mundo de los negocios y unas tasas de crecimiento espectaculares logradas en el primer trimestre de 1981.

Las promesas de la 'reaganomía'

El Program for economic recovery de Reagan constaba, como todos los programas económicos, de tres partes: la crítica a la política del pasado (pintada en un cuadro sombrío en el que destacaban el crecimiento dé la deuda y el déficit públicos, la multiplicación de las reglamentaciones que impedían actuar al empresario americano, la dramática caída de la siempre envidiada productividad americana y la inflación de dos dígitos incompatible con una convivencia económica ordenada); la descripción de las medidas que lo integraban (réforma fiscal, eliminación de las regulaciones, reducción del gasto público y equilibrio presupuestario y afirmación del monetarismo) y las promesas de una nueva situación. Sobre este último punto, la reaganomía no se quedó corta, pues prometía cinco cosas concretas y sustanciosas:

1. Un crecimiento económico "que debería acelerarse durante la última parte de 1981, después de una primera mitad invariable. El crecimiento será del orden del 5% durante 1982 y 1983, para luego asentarse en una tasa sostenida cercana al 4,5%".

2. La tasa de paro "puede elevarse ligeramente en 1981 antes de disminuir. Se prevé una tasa de 7,75% para el último trimestre de 1981 y 7%. para finales de 1982. Esa tasa deberá declinar sin interrupción en los años siguientes".

3. La inflación "se reducirá rápidamente. El crecimiento del índice de precios de consumo se prevé que aumente el 10% en 1981. Para 1982 debería bajar al 7%, para declinar constantemente de allí en adelante".

4. Los tipos de interés se reducirán a consecuencia de la propia caída en el nivel de los precios, que es su principal determinante.

5. La nueva política económica -concluía Reagan- "está diseñada para estabilizar la economía nacional, reducir la tasa de inflación y reanudar un crecimiento vigoroso. Sin embargo, como la economía de Estados Unidos constituye aproximadamente la quinta parte de la economía mundial, un comportamiento vigoroso de Estados Unidos es esencial para el buen funcionamiento de la economía mundial... El éxito del programa beneficiará la economía mundial de manera directa, al proporcionar bases para un comercio internacional y oportunidades de inversión crecientes, tanto para nosotros como para nuestros socios comerciales. Además, la mejora de la situación inflacionista en Estados Unidos reducirá las expectativas de inflación no sólo en este país, sino también en otros".

Una doctrina discutida

La euforia que rodeó la aparición de la reaganomía permitió muy poca discusión crítica en los primeros momentos. Como afirma Sidney Weintraub, "desde la elección de Reagan en el mes de noviembre de 1980 hasta marzo de 1981 las propuestas de la reaganomía, asociadas a la llamada economía de oferta, cubrieron con un manto blanco a todos los medios de comunicación y enterraron cualquier discusión seria de los problemas". Hoy, las cosas son distintas y se ven de forma diferente. El año largo discurrido desde la formulación del NEP ha ido configurando la reaganomía como una doctrina discutida que ha abierto una querella interna entre los distintos sumandos que la componen y entre sus propios propugnadores, y cuyas realizaciones prácticas están muy distantes de la tierra prometida con tan concreto compromiso hace ahora poco más de un año. La reaganomía comparecerá en Versalles, no sólo como un programa de medidas de política económica, sino con la experiencia de un año largo de su aplicación. Un año en el que la economía occidental no ha logrado recuperarse, ni la de Estados Unidos tampoco.

Importa saber por qué esa recuperación se ha dilatado, y aprender las lecciones que ese retraso costoso nos enseña para ajustar la política económica y no repetir en 1982 los mismos errores de 1981. Ese debería ser el propósito que animase la agenda de trabajo de la cumbre de Versalles.

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