DECIMOCUARTA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

El radiador

De entre la variada fauna que, pacientemente, abreva cada tarde en las no siempre plácidas sabanas de Las Ventas, el habitualmente aburrido observador obtiene valiosos elementos de reflexión. Tal ocurre con un espécimen que suele abundar en los tendidos, y al que daremos en llamar el radiador.

Trátase de un aficionado generalmente voluntarioso y entusiasta, con más de eso que de sapiencia taurina, cuyo mayor empeño consiste en radiar la corrida a sus congéneres cercanos (e incluso, con frecuencia, a alguno de los lejanos, en función del timbre, tono y registro de su voz), con abu...

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De entre la variada fauna que, pacientemente, abreva cada tarde en las no siempre plácidas sabanas de Las Ventas, el habitualmente aburrido observador obtiene valiosos elementos de reflexión. Tal ocurre con un espécimen que suele abundar en los tendidos, y al que daremos en llamar el radiador.

Trátase de un aficionado generalmente voluntarioso y entusiasta, con más de eso que de sapiencia taurina, cuyo mayor empeño consiste en radiar la corrida a sus congéneres cercanos (e incluso, con frecuencia, a alguno de los lejanos, en función del timbre, tono y registro de su voz), con abundancia de detalles y comentarios.

Desde su localidad, el radiador suele ilustrar al torero acerca de los diferentes defectos de su enemigo, se lamenta con voz pesarosa de las constantes equivocaciones del diestro, cuando se trata de un radiador ácido, y encomia de manera permanente, cuando es benévolo, las excelencias de la faena. Asimismo, envía paternalistas mensajes sobre los peligros del viento, la imposibilidad de ligar faena en tal o cual terreno o sobre la tendencia del astado a dar puñaladas por la izquierda.

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Para dejar constancia de la amplitud de sus conocimientos sobre la fiesta de los toros, señala "lo trasera que le han puesto esa pica" al toro, jalea con entusiasmo el par de banderillas colocado a la remanguillé y mueve la cabeza a uno y otro lado con desesperación en el momento en que el maestro se apresta a ejecutar la suerte suprema cuando, según su sabio juicio, "el toro está mal doblado".

El vecino de localidad del radiador, que suele ser un amigo que le ha invitado a los toros esa tarde, aguanta con estulticia la docta exposición, y se hace firmísimos propósitos de, la próxima vez, enviarle a casa una caja de cigalas. El resto de los próximos soporta con peor humor la catarata de comentarios y, de vez en cuando, catapulta hacia él miradas asesinas.

Figúrense ustedes lo divertida que tuvo que ser la corrida cuando uno ha tenido tiempo de hacer las observaciones anteriores. Ayer estuvo justificado, incluso, el habitual gesto de los guías de grupos turísticos, que acostumbran a llevarse a sus pupilos al morir el tercer toro, con el convicente argumento de que "los tres toros siguientes son lo mismo que hemos visto".

Sebastián Palomo Linares rumiaba ayer, junto a su esposa, desde una barrera del diez, la fecha de su regreso a los toros. José Alonso, delegado del grupo Fierro en Ecuador, valoraba la inoportunidad de su viaje desde Quito para asistir a las corridas de San Isidro.

El padre de Emilio Muñoz, a quien se conoce por el apodo de El Nazareno y por su escaso sentido del humor, vigilaba la salud de su hijo que, según confesión de parte, salió a torear enfermo, "con treinta y nueve". Demasiados para esta plaza.

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