El dispositivio defensivo argentino, superior a la capacidad ofensiva de la fuerza británica

En el nivel de conducción de la guerra, la de las Malvinas es un hecho increíble en la misma medida que son increíbles la dictadura y el colonialismo que la protagonizan. Ambos pertenecen al orden de lo irracional, y no es extraño que sus iniciativas escapen a la comprensión.Pero en el nivel de los ejecutantes estamos ante un acontecimiento históricamente cotidiano realizado por profesionales y organizaciones especializados para estas suertes y susceptible de análisis, crítica y pronóstico, aunque, en la parte que tiene en común con aquel nivel superior de conducción haya que sustituir el razo...

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En el nivel de conducción de la guerra, la de las Malvinas es un hecho increíble en la misma medida que son increíbles la dictadura y el colonialismo que la protagonizan. Ambos pertenecen al orden de lo irracional, y no es extraño que sus iniciativas escapen a la comprensión.Pero en el nivel de los ejecutantes estamos ante un acontecimiento históricamente cotidiano realizado por profesionales y organizaciones especializados para estas suertes y susceptible de análisis, crítica y pronóstico, aunque, en la parte que tiene en común con aquel nivel superior de conducción haya que sustituir el razonamiento por la intuición y tal vez por la adivinación.

Sorpresa británica

Del lógico secreto con que se cubren las operaciones militares ya se han filtrado suficientes indicios para constatar la concienzuda y conocida preparación de las fuerzas armadas argentinas, muy anterior a este evento, así como la sorpresa de la que fue víctima la máquina militar de la Gran Bretaña. En efecto, en las bases del sur del país, las fuerzas aéreas argentinas mantienen en alerta un poderoso despliegue sobre las pistas, listo para reaccionar en defensa de la flota, cautamente abrigada cerca de las costas. La flota, por su parte, y en especial el portaviones 25 de Mayo, se mantiene presta para lanzar sus aviones y misiles contra los barcos ingleses que se acerquen a las islas.

Allí, en la Soledad y en la Gran Malvina, la Infantería de Marina, ampliamente reforzada por el Ejército de Tierra, se pega al suelo, sin que al adversario le sea posible llegar hasta el objetivo final más que con elementos ligeros capaces de burlar el dispositivo de vigilancia terrestre, pero sin capacidad para acciones resolutivas.

El esquema descrito contiene naturalmente el dinamismo propio de la acción bélica, pero su fundamento estratégico no parece que vaya a apartarse sustancialmente de los siguientes tres sencillos y eficaces principios:

- Resistir sobre las posiciones isleñas a toda costa.

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- Reaccionar desde el continente y desde la flota con fuerzas aéreas fundamentalmente.

- Preservar las fuerzas navales para no perder la posibilidad de tráfico marítimo entre el continente y las islas para el refuerzo, el reemplazo de bajas y el abastecimiento.

Se trata, en definitiva, de un dispositivo absolutamente defensivo, adaptado a la configuración geográfica del teatro y a la medida de las posibilidades militares argentinas.

Logística

Por otra parte, en el terreno de la logística, tan crítico para un país como Argentina, esencialmente dependiente para su dotación armamentística y de repuestos, la preparación de sus Fuerzas Armadas no es menor que la que viene demostrando en el combate. Previendo el más que probable boicoteo de los suministradores habituales de equipos militares, las Fuerzas Armadas se dotaron, para cada sistema de armas que montan las un¡ dades terrestres navales y aéreas, con stocks completos de municiones, componentes, repuestos y talleres, todo ello traído a altísimos costes de países diversos, fundamentalmente Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Francia e Israel.

La gigantesca operación de preparación y abastecimiento se ha venido realizando a lo largo de los últimos años, intercalando cortinas de humo para su ocultación, como muy bien pudo haber sido el conflicto del, canal de Beagle con Chile.

Por su lado, la Gran Bretaña posee una fuerza naval muy poderosa en el ámbito para el que fue concebida, el oceánico, y para el fin para el que fue diseñada, el dominio del mar.

Se trata de unidades navales listas para garantizar el tráfico propio y la circulación, marítima entre Norteamérica y el norte de Europa, por ejemplo, y para impedir la entrada al Atlántico, por el Norte, de fuerzas contrarias. De ahí su formidable fuerza submarina. Quizá sean la OTAN y la guerra generalizada los supuestos que han guiado a los estrategas británicos.

No es la inglesa una flota para ser proyectada sobre tierra, porque ir por un objetivo terrestre exige acercarse, ponerse a tiro de armas bien asentadas, donde la alerta radar es entorpecida por el relieve y las contramedidas electrónicas, defensa contra los misiles, se activan demasiado tarde, como demostró la destrucción del Sheffield.

Hace falta más flota

Hace falta más flota, más cantidad de unidades, si se quiere aceptar el lógico porcentaje de bajas para vencer con las restantes, y no es así la flota inglesa. Sus unidades están contadas.

Además, el desalojo de tropas contrarias instaladas en tierra no es posible a distancia, hay que ir allí y entablar finalmente el combate de las infanterías, y tampoco cuenta la Royal Fleet con los medios adecuados para ello. Sí que los marines tienen preparación suficiente y sus dos o tres regimientos se han reforzado con unidades del Ejército; sin embargo, no existe prácticamente una fuerza anfibia británca a la medida de la tarea.

Con un solo buque de asalto se puede lanzar un batallón reforzado, el resto de la fuerza de desembarco es transportado en mercantes requisados, sin la necesaria dotación de medios de transbordo, comunicaciones y control. En el plano estrictamente militar, no se ve capacidad resolutiva en las fuerzas británicas. Su triunfo, si lo logran, tendrá que venirles por el combate de las retaguardias, donde se enfrentan la estabilidad de la monarquía parlamentaria contra una siempre inestable dictadura.

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