Falleció ayer en Barcelona el pintor Carlos Mensa

Ayer falleció en Barcelona el pintor Carlos Mensa. Nacido en la Ciudad Condal en 1936, Mensa todavía estuvo presente en Arco-82 y ninguno de sus amigos pudo suponer que ya le había marcado la enfermedad sus últimas horas. Era un pintor superrealista que ejercía el sarcasmo como pocas veces se ha ejercido en pintura y que intentaba con una inteligente burla la descomposición de todos los tópicos.La pintura de Carlos Mensa, según Miguel Fernández-Braso, tiene bastante de acción masoquista, de regusto en la propia debilidad y de recreación en la tristeza mejor o peor disimulada que envuelv...

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Ayer falleció en Barcelona el pintor Carlos Mensa. Nacido en la Ciudad Condal en 1936, Mensa todavía estuvo presente en Arco-82 y ninguno de sus amigos pudo suponer que ya le había marcado la enfermedad sus últimas horas. Era un pintor superrealista que ejercía el sarcasmo como pocas veces se ha ejercido en pintura y que intentaba con una inteligente burla la descomposición de todos los tópicos.La pintura de Carlos Mensa, según Miguel Fernández-Braso, tiene bastante de acción masoquista, de regusto en la propia debilidad y de recreación en la tristeza mejor o peor disimulada que envuelve al ser humano. El pintor -formalmente expresionista, con evidentes elementos superreales- canalizaba lo real y lo superreal en una búsqueda obsesiva por lo absurdo, lo corrosivo y lo oprimente.

Particularmente creo que la intensidad del quehacer de Carlos Mensa era desusada. La tensión, la degradación de tópicos que pueblan nuestro ámbito social, el simbolismo extraño que imprimía a sus lienzos, eran factores claves para que uno quedara prendido en la red misteriosa de su arte. A este conjunto de intencionalidades y propuestas hay que añadir algo realmente elemental, pero que pocas veces se cumple fielmente: la impecable realización del cuadro.

La habilidad de su composición nutría sus obras de fantasmas de la realidad y de sueños perseguidores precisamente en los momentos más lúcidos. Mensa procuraba así siempre situaciones de impacto, a veces extremadas y un tanto arriesgadas: la presión de un rostro con un asfixiante corsé, los puñales que amenazan el impasible y ceñudo busto gongorino, la cara felina que aparece vistiéndose de hombre contemporáneo, la criatura envejecida en su niñez que está situada junto a un vientre que conserva la cicatriz producida por el parto de ese ser deforme en su envoltura física, la atadura y flagelación moral de un desnudo de mujer, la representación de una masa le gentes siniestras con su ídolo erótico en alto, la mano que parece abrir un mundo tecnificado y helador...

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