Crítica:MUSICA CLASICA

La madurez creativa del pianista Joaquín Achúcarro

El programa de Joaquín Achúcarro, dentro del cielo Lunes Musicales de RNE, despertó tal interés que la Sala Fénix se vio desbordada. Muchas personas de pie, otras sentadas en las escaleras o, simplemente, en el suelo. Y hay que resaltar la juventud de la mayoría del público.No se sintieron defraudados cuantos buscaron un lugar, aún incómodo, desde el que escuchar al pianista bilbaíno un recital Debussy-Ravel, verdaderamente ejemplar. Achúcarro, que a fines de este año alcanza los cincuenta, luce una espléndida madurez artística que no es sino el consciente y laborioso desarrollo de su i...

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El programa de Joaquín Achúcarro, dentro del cielo Lunes Musicales de RNE, despertó tal interés que la Sala Fénix se vio desbordada. Muchas personas de pie, otras sentadas en las escaleras o, simplemente, en el suelo. Y hay que resaltar la juventud de la mayoría del público.No se sintieron defraudados cuantos buscaron un lugar, aún incómodo, desde el que escuchar al pianista bilbaíno un recital Debussy-Ravel, verdaderamente ejemplar. Achúcarro, que a fines de este año alcanza los cincuenta, luce una espléndida madurez artística que no es sino el consciente y laborioso desarrollo de su innato talento musical. La imaginación es cada vez mas viva, la técnica aparece más segura, el virtuosismo más firme y brillante el pensamiento musical, más amplio, exigente y definido.

Gaudio Debussy y Mauricio Ravel

Joaquín Achúcarro, pianista. Lunes de Radio Nacional. Sala Fénix. 18 de enero.

Cinco preludios de Claudio Debussy (La catedral sumergida, Fuegos de artificio, La terraza de las audiencias del claro de luna, Ondina y General Lacine excéntrico) se enfrentaron con la Alborada del gracioso y las tres piezas sobre Gaspard de la Nuit, bien definitorias del genio de Ravel. Un largo repertorio de coincidencias y diversidades, hacen del piano de los dos grandes compositores de Francia, algo modular en el panorama de nuestro siglo. Debussy y su alquitarada teoría de sugerencias impresionistas se torna, en ocasiones, netamente realista, como en El general Lavine. Ravel, desde su ánima prodigiosa de nuevo clásico, buscadora de líneas definidas, sabe penetrar también en el mundo de lo difuminado y puntillista, como en Ondina.

Lograr la entera gama de matices que, entre uno y otro maestro suman, requiere una muy honda capacidad de análisis, un poder creativo movido por la razón y, por supuesto, tener despejado el panorama de las dificultades técnicas. Achúcarro ha accedido a ese elevado estrato. De ahí que su pianismo se imponga, día a día y constituya en la actualidad no sólo una brillante representación de una línea española de piano en el mundo, sino una manera actual de entender y de interpretar. Estilo, por otra parte, bien impostado en el total de su generación: la que unos llaman del 51 ó 52 y yo prefiero, siguiendo el, método de Ortega y Marías, clasificar como generación de 1931, formada por los nacidos entre 1924 y 1938. El año central es, precisamente, 1932 en el que nació Achúcarro, dos años menor que Cristóbal Halffter, De Pablo y Castillo. Venimos celebrando el cincuentenario de los representantes destacados en el campo de la creación. Otro tanto debemos hacer con Achúcarro, si es que no hemos iniciado ya la celebración con su concierto del lunes, y la próxima actuación con la Sinfónica de RTVE en Los cuatro temperamentos, de Paul Hindemith. Actitud a mantener con otros intérpretes que, junto a los compositores, deciden el talante de una generación musical con trazo tan seguro y significación tan valiosa como los de Joaquín Achúcarro. No estamos sólo ante un pianista, sino en presencia de un músico de cuerpo entero. El triunfo del artista fue total. La entrega del auditorio se medía por el silencio durante las ejecuciones y por el desbordamiento que las subrayaban.

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