Crítica:

Falla y Stravinski, triunfos de López Cobos en el homenaje a Picasso

El programa homenaje a Pablo Picasso -con el que la Orquesta Nacional cierra sus actividades de este año- evoco una parcela muy significativa, artística y biográficamente, del pintor malagueño: su acercamiento al ballet y, muy particularmente, a los ballet rusos de Sergio Diaghilew.Parade (1917), de Erik Satie; El tren azul (1924), de Darius Milhaud; Pulcinella (1920), de Stravinski, y El sombrero de tres picos (1919), de Manuel de Falla, pudieron representar el conjunto de siete ballet en los que intervino Picasso entre 1917 y 1945.
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El programa homenaje a Pablo Picasso -con el que la Orquesta Nacional cierra sus actividades de este año- evoco una parcela muy significativa, artística y biográficamente, del pintor malagueño: su acercamiento al ballet y, muy particularmente, a los ballet rusos de Sergio Diaghilew.Parade (1917), de Erik Satie; El tren azul (1924), de Darius Milhaud; Pulcinella (1920), de Stravinski, y El sombrero de tres picos (1919), de Manuel de Falla, pudieron representar el conjunto de siete ballet en los que intervino Picasso entre 1917 y 1945.

Separadas de la escena y de la danza, alejadas de su circunstancia, estas músicas nacidas a impulso de un movimiento colectivo cobran distinto significado. Permanece en su belleza musical autónoma la obra de Falla, que, por otra parte, asume en sus pentagramas todos los valores gestuales, rítmicos y plásticos que le dieron vida. Perdura, apoyada en el clasicismo pergolesino y en el genio de Stravinski, la música de Pulcinella. Y suenan un tanto desvanecidos, pero con fuerza testimonial del París de los años veinte, Parade y El tren azul, para el que Picasso pintó sólo un telón, aprovechando sus Mujeres corriendo en la playa (1922).

Orquesta Nacional

Director: J. López Cobos. Obras de Satie, Milhaud, Stravinski y Falla. Teatro Real 18 de diciembre.

Los figurines y decorados fueron hechos por Henri Laurens.

El gusto por el music-hall y el circo, sus personajes y la música trivial que les acompaña, dieron lugar a Parade, sobre argum ento de Cocteau, pero más determinado por Picasso. «Las ideas de Picasso me gustan más que las de nuestro Jean», escribe Satie. Con Parade se inaugura la estética de después de la guerra, gracias a unos resultados descritos por Apollinaire como «una suerte de surrealismo en el que veo el punto de partida para una serie de manifestaciones del espíritu nuevo».

Por ser obra más literaria y musical que coreográfica, El tren azul, paradójicamente, ha perdido vigencia, a pesar de la gracia viva de Darlus Milhaud, uno de los grandes del grupo de los seis. (Que, según Satie, se componía de Milhaud, Poulenc y Auric.) López Cobos seleccionó con buen tino los números más interesantes.

Aunque sólo sea por el valor referencial de su neoclasicismo, la Pulcinella stravinskiana conservará su puesto en la historia. Es cierto que tres años antes, Prokofiev escribe la Sinfonía clásica, y que el mismo Chaikovski ya había iniciado el juego. Pero todo es diferente en Stravinski, pues en él lo neoclásico se hace, simplemente, nuevo. Sin Pulcinella no cabría imaginar la Sinfonietta de Halffter, por ejemplo.

Por otra parte, Picasso decide, en buena parte, el tono y el estilo. Baste el testimonio de Stravinski, parco en el elogio público, cuando afirma: «Picasso hizo maravillas y me resulta difícil, decir si me en canta más su color, su plástica o el sorprendente estilo teatral de este hombre extraordiriario».

El genio de Falla

El sombrero de tres picos consti tuye uno de los capítulos mágicos del genio de Falla, imposible de valorar desde simples concepto pintoresquistas. No comentaremos, una vez más, este clásico musical del siglo XX. Recordemos tan solo el telegrama de Diaghilew al rey Alfonso XIII, decidido protector de los ballets rusos: «Obra soberbia, triunfo de público y Prensa londinenses. Soy feliz al poner en conocimiento de Su Majestad la noticia de esta nueva glorificación del magnífico arte español».

Pulcinella y, de modo superlativo, El sombrero de tres picos fueron los dos grandes triunfos de López Cobos al frente de la Orquesta Nacional. En las dos obras, el directo asociado de la ONE consiguió evidenciar, sumándolos, distintos niveles de lectura, desde el más exterior y colorista hasta el de significación más recóndita.

Falla y Stravinski dieron las mayores dimensiones a un homenaje que, desde luego, habría quedado manco sin la frivolidad, un poco triste cuando la escuchamos a clavo pasado, de Milhaud y Satie.

En definitiva, un concierto atípico, de los que está necesitando la obligada y ya anunciada renovación de la Nacional en su estilo de programar. Y un éxito grande para López Cobos y la Orquesta.

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