Crítica:MUSICA

El genio interpretativo de Daniel Barenboim

En los dos últimos conciertos del ciclo Beethoven, Daniel Barenboim nos ha dado muy diversas medidas de su genio, esto es -según la Real Academia-, «de su facultad para crear cosas nuevas y admirables». Que el arte interpretativo de Barenboim, ante el piano, ante la orquesta, es original y de rica imaginación.Su creación del primer concierto, en do mayor, inserto -como la primera sinfonía- en el más puro estilo clásico vienés, resultó prodigiosa. No será necesario detallar las cualidades de Barenboim como hondo músico y como virtuoso de atractiva fuerza. Vale la pena recordar cómo en ma...

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En los dos últimos conciertos del ciclo Beethoven, Daniel Barenboim nos ha dado muy diversas medidas de su genio, esto es -según la Real Academia-, «de su facultad para crear cosas nuevas y admirables». Que el arte interpretativo de Barenboim, ante el piano, ante la orquesta, es original y de rica imaginación.Su creación del primer concierto, en do mayor, inserto -como la primera sinfonía- en el más puro estilo clásico vienés, resultó prodigiosa. No será necesario detallar las cualidades de Barenboim como hondo músico y como virtuoso de atractiva fuerza. Vale la pena recordar cómo en manos de Baretiboim, el «concierto» nacía ante nosotros, con lo que tuvimos la sensación del estreno. Esa dimensión de perdurabilidad, de renovación de la sorpresa, es característica de toda gran expresión artística; pero es preciso que el intérprete sepa descubrirla y evidenciarla o como suele decirse, explicarla.

Teatro Real

Orquesta de París. Ciclo Beethoven: Sinfonías primera, octava y novena. Primer concierto. Orfeón Donostiarra. Director: A. Ayestarán. Solistas: Barenboim, H. Harper, C Carlson, D. Rendall y M. Rinzler. Director: D. Baremboim. 17 y 18 de noviembre.

Flexibilidad de la melodía

Como si de otro teclado se tratara, manejó a continuación Barenboim su Orquesta de París en la Octava sinfonía, verdadero punto de reposo antes del gran salto de la Novena. Escuchar a un instrumento tan precioso como el parísiense producirse con total flexibilidad, obediente al más leve impulso de la batuta, a la su gerencia gestual de esta o aquella retención -de sonido o de silencio- fue toda una experiencia. En el allegretto, Barenhoim consiguió incluso los más perfectos rubatos (flexibilidad de la melodía sobre regularidad del bajo). Como los que logra en su condición de pianista.

Terminó el ciclo en apoteosis con la Sinfonía con coros. El Real rebasó en mucho su aforo, y el público rompió los límites del entusiasmo. En verdad, Daniel Barenboim hizo su novena, la que viene pensando desde muchacho, y si es cierto que al conductor virtuosista se le escapó algún detalle de perfección a la hora de realizar sus ideas, no lo es menos que todo quedó compensado por las mil bellezas objetivas y por el tirón de una interpretación creativa. Estupendamente planteada y resuelta la construcción del primer movimiento, podíamos admirar los mil detalles enriquecedores de la arquitectura sonora, todos ellos dirigidos a una trascendente finalidad expresiva. Cuanto nos dice el Beethoven de Bareriboim supera la belleza prosódica desde su radical valor significante.

Versos de Schiller

Aplicado esto al dificil Adagio molto e cantábile, montado sobre lo lírico-expresivo como estructura, iluminó todas y cada una de las variaciones que, con clarácter bien distinto, anteceden a otra serie de variaciones: las que constituyen el movimiento final, con la Oda a la alegría. Variaciones de carácter según demandan los versos de Schiller que van desde lo religioso, con raíz gregoriana, hasta la marcha popularista que acompasa la percusión (acaso uno de los primeros vulgarismos, conscientemente asumidos, que preanuncian los de Mahler).

El entramado de tensiones analizables a lo largo de la obra entera fue meridianamente expuesto por Barenboim, un buen cuarteto vocal -del que sobresale la soberana categoría de Heather Harper- y el Orfeón Donostiarra, que dirije Antonio Ayestarán. Estuvo fabuloso ya la altura de la gran orquesta con la que colaboraba.

El Real se venía abajo después de la Novena, culminación del inmenso triunfo madrileño de los músicos de París y de Daniel Barenboim. Triunfo también -es honesto decirlo- de Alfonso Aijón e Ibermúsica, capaces de acometer iniciativas tan importantes en lo artístico como arriesgadas en lo económico.

Un ciclo excepcional

El ciclo de conciertos dedicado a Beethoven en el teatro Real de Madrid por la Orquesta de París, que dirige Daniel Barenboim, comenzó hace una semana. Antes había tenido lugar el mismo ciclo en el Palau de la Música, de Barcelona. Se trata de una minitemporada excepcional que comenzó con la interpretación de la Heroica, siguió con la Cuarta y la Quinta, prosiguió con Concierto en do, número 1 y tuvo su momento culminante con la Novena sinfonía. El programa, del que el músico interpretado y el joven director que hace posible la perfección ejecutada de su música, ha animado de modo insólito la temporada musical madrileña que, por otra parte, en los últimos tiempos no precisa de excesivos estímulos para aparecer viva. El concierto inaugural de esta serie contó en Madrid con la presencia de la reina Sofía y del presidente del Gobierno, ambos conocidos melómanos.

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