BILBAO: SEXTA CORRIDA DE FERIA

Nervios y almohadillazos

El ambiente, no sé por qué, estaba tenso. Sería cosa del síndrome Miura, digo yo. Ya. en el segundo toro, mientras toreaba Campuzano, fue increpado Ruiz Miguel: «,Aprende, aprende!». Ruiz Miguel miraba al que decía eso con una mirada de conmiseración, con una sonrisa helada. Después, al doblar el tercer toro, que había intentado quitarle el corbatín a cornadas, se fue Ruiz Miguel hacia un espectador que le había llamado golfo, y nervioso, tartamudo, sudoroso y, cabreado, le dijo: «¿Qué más quiere usted, que me mate?». «Me he jugado la vida, me he jugado la vida... No hay derecho». A todo e...

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El ambiente, no sé por qué, estaba tenso. Sería cosa del síndrome Miura, digo yo. Ya. en el segundo toro, mientras toreaba Campuzano, fue increpado Ruiz Miguel: «,Aprende, aprende!». Ruiz Miguel miraba al que decía eso con una mirada de conmiseración, con una sonrisa helada. Después, al doblar el tercer toro, que había intentado quitarle el corbatín a cornadas, se fue Ruiz Miguel hacia un espectador que le había llamado golfo, y nervioso, tartamudo, sudoroso y, cabreado, le dijo: «¿Qué más quiere usted, que me mate?». «Me he jugado la vida, me he jugado la vida... No hay derecho». A todo esto, la gente se arremolinaba en el callejón y cada uno daba su opinión: «Usted está ahí para eso, yo pago». «Calla, chalao, calla». Intervinieron los delegados gubernativos, y aquello se calmó un poco.

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"Una moruchada"

Después, en el sexto, los nervios se desataron con la intervención del picador y los banderilleros, y empezaron a caer almohadillas de sol, de sombra, de arriba y de abajo. Mientras, en el palco, Eduardo Miura salía de naja y, no quería hablar. «Esto ha sido una moruchada», se lamentaba Ruiz Miguel, que seguía nervioso. «Vamos a decirlo claro: no ha habido ninguno que haya embestido una sola vez y en estas condiciones ya me dirás, aparte de jugarte la vida, poco había que hacer».

Campuzano aguantaba los tornillazos del sexto toro y el hombre, a cada gañafón, sólo articulaba insultos a la madre del toro. El servicio de orden de las comparsas, un hombre de una de ellas, la de Txomin Barullo, quería sacar a un exaltado que tiraba las almohadillas a dar.

El público abandonaba la plaza malhumorado.

Alguno de los espectadores de ayer no volverán hoy, esa es la pena.

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