LAS VENTAS

Rechazo unánime a las payasadas

Está la fiesta de los toros como para que suene la hora de los bufones. Cuando más falta hace que surja un torero auténtico, de los de muletazo hondo, pata alante y faena ligada, resulta que aparece un tonino de carpa pueblerina, un caricato de teatrito verbenero, un polichinela de charlotada nocturna, y trata de tomar el pelo a la seria afición de Las Ventas, con la esperanza tal vez de que le rían las gracias los ignorantes de ojos oblicuos que abarrotan el tendido del diez. Eramos pocos y se le acabó el anticonceptivo a la abuela. Hasta ahí podíamos llegar...Pero, afortunadame...

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Está la fiesta de los toros como para que suene la hora de los bufones. Cuando más falta hace que surja un torero auténtico, de los de muletazo hondo, pata alante y faena ligada, resulta que aparece un tonino de carpa pueblerina, un caricato de teatrito verbenero, un polichinela de charlotada nocturna, y trata de tomar el pelo a la seria afición de Las Ventas, con la esperanza tal vez de que le rían las gracias los ignorantes de ojos oblicuos que abarrotan el tendido del diez. Eramos pocos y se le acabó el anticonceptivo a la abuela. Hasta ahí podíamos llegar...Pero, afortunadamente, no hemos llegado. La afición madrileña ha rechazado rotunda y tajantemente la actuación de un señor bajito y jacarandoso, que se hace llamar El Gallo de Morón, y cuyo toreo consiste en pasear con contoneo de vals, dialogar con los tendidos, inclinar el cuerpo cuando pasa el toro, sin mover la muleta, y no ofrecer nunca el engaño para provocar la embestida. Después, todo se le vuelve lamentarse en ostentosa gesticulación, con amenazas al toro, encaramientos con el público y desplantes tragicómicos. Como cantan en Pamplona: «Que éste no vuelva, que éste no vuelva ... ».

Plaza de Las Ventas

Cinco novillos de Bernardino Giménez, de presencia desigual y mansurrones, y un sobrero del mismo hierro, chico y sin fuerzas, en sustitución del sexto, devuelto por cojo. Todos, a excepción del quinto, se dejaron torear. El Gallo de Morón: pitos. Un aviso y bronca. Román Lucero: ovación. Silencio. Cesterito: ovación. Palmas. Presidió bien el señor González.

Los otros novilleros de la terna fueron como un refrescante oasis tras la bufonada. Son dos muchachos con sus virtudes y sus defectos. Muy valiente Román Lucero, con más sentido del toreo de lo que muchos se creen. Su faena al segundo tuvo algunos aciertos, temple en muchos muletazos y la sorpresa de un auténtico pase de pecho. Si no lo hubiera ahogado al final, hubiera redondeado mejor su actuación. Para matar entra con el brazo suelto y no consigue atrapar las estocadas. Ya aprenderá, si le enseñan.

Cesterito se coloca bien e intenta el toreo de verdad, pero no tiene sentido de las distancias ni remata los pases. Su gran virtud es el manejo del acero, con el que se reveló como fácil estoqueador.

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