Tribuna:SPLEEN DE MADRID

Los senadores

Los señores senadores han cogido la ley Ordóñez, o sea el divorcio, y parece ser que la están peinando. Que la están puliendo/endureciendo.Cuidado con los senadores. Cuando empezó la movida democrática, algunos politólogos decían que nos habíamos pasado con esto de la alta y la baja cámara, que si íbamos de británico o de bonito, que era mucha tela o que alguien había inventado la cosa senatorial para contentar descontentos. Ya ven ustedes que no, que todo estaba previsto y bien previsto, y que el Senado de la plaza de la Marina Española no es sólo un museo de regias siestas senatorial...

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Los señores senadores han cogido la ley Ordóñez, o sea el divorcio, y parece ser que la están peinando. Que la están puliendo/endureciendo.Cuidado con los senadores. Cuando empezó la movida democrática, algunos politólogos decían que nos habíamos pasado con esto de la alta y la baja cámara, que si íbamos de británico o de bonito, que era mucha tela o que alguien había inventado la cosa senatorial para contentar descontentos. Ya ven ustedes que no, que todo estaba previsto y bien previsto, y que el Senado de la plaza de la Marina Española no es sólo un museo de regias siestas senatoriales, sino que la sombra del Consejo Nacional del Movimiento, o tinglado de la antigua farsa franquista, que ahí acampó, puede descender su danza macabra, su sonata de espectros, su repertorio Strindberg, sobre la papela legislativa, mientras los señores senadores duermen la siesta lúcida y tranquila con el sueño de los justos, los liberales, los demócratas y los que tienen por dosel una Constitución drapeada. Las batallas que la derecha pierde en el reñidero de San Jerónimo, las peleas de gallos que salen flojas de espolones -o demasiado duras- de las Cortes, son cosa que tiene su versión más mozartiana y como de minué -«nadie sabe lo que cabe en la plaza de la Marina Española. que es toda una plaza ateniense de la conversa y el concepto. Las más altas instancias condenaron a Sócrates a la cicuta, partiendo la Historia en dos, de aquel 399 a. C. hasta nuestros días. Cuanto más sutil un tribunal. más afilado el filo de su guillotina.

Pacordóñez es un Sócrates socialdemócrata y bajito que ha renunciado a defenderse, como prácticamente renunció Sócrates. Sólo le queda la posteridad de Platón, y ya sabemos que Platón es de UCD.

Ni democracia vigilante, ni democracia vigilada, ni democracia rodeada. La democracia pasmada, que es lo de ahora (de pasmo y de pasma), ha hecho llegar su pasmo más allá de las comedias de capa y espada que pasan entre políticos, en sus restaurantes con duelos a tenedor. El pasmo llega al pueblo, a la calle, a la conciencia peatonal del mundo en cosas concretas, como el divorcio. El divorcio va a ser endurecido/suavizado y ahora es cuando el personal tiene conciencia de que Tejero nos dejó pasmados y ya parece que nada puede se igual. El Senado no era una pasa da democrática, ni un lujo, ni un vacile parlamentario. El Senado resulta que es el tren de laminación de las leyes difíciles, la boutique o planta caballeros de la transición, el sitio donde se adecentan los proyectos, se les quita la greña laico/jacobina, se les pasa por el esmeril y la garlopa y, al final, si Pacordóñez nos sale arisco o vivaracho, se le da la cicuta.

Los senadores, que parece que estaban ahí para hacer bonito, como el frontispicio con corbata de la transición, como el bajorrelieve alto de la democracia, con caras tan conocidas y veneradas como las de Cela, Julián Marías o Víctor de la Serna, tiene ahora otras caras y, sobre todo, nos pone otra cara. Los intocables de la tribu descienden sobre el populacho de San Jerónimo, dibujado del natural por Anciones, de vuelta de la Monumental, y hacen justicia. La llamada cláusula de dureza, que así en general nos lo endurece todo, es cicuta para adúlteros.

Pero pasará la cláusula y quedará la dureza. El Senado, por fin, puede vestirse de Apocalipsis o revestirse de Juicio Final para los juicios de faltas de la oscura gente. Esperamos que el Senado no sea un campo contrario donde el progresismo pierda todos los partidos. Los atenienses, reunidos en la plaza de la Marina Española, llevan veinticinco siglos esperando a Sócrates para darle la cicuta. La democracia murió el año 399 a. C.

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