Cartas al director

El golpe desde el cuartel

El día de la tejerada estaba de guardia -estoy haciendo la mili-. No podía dar crédito a lo que oía. A la incredulidad del primer momento sucedió una enorme indignación, que se vio acrecentada por un fuerte sentimiento de impotencia. Después, el miedo, que fue la sensación dominante; era un espanto totalmente egoísta... ¡Cuán cierto es aquello de que no apreciamos el verdadero valor de las cosas hasta que nos vemos en el trance de perderlas! Me refiero, en este caso, a la Libertad, único estado en que creo posible saciar nuestra líbido intelectual./...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El día de la tejerada estaba de guardia -estoy haciendo la mili-. No podía dar crédito a lo que oía. A la incredulidad del primer momento sucedió una enorme indignación, que se vio acrecentada por un fuerte sentimiento de impotencia. Después, el miedo, que fue la sensación dominante; era un espanto totalmente egoísta... ¡Cuán cierto es aquello de que no apreciamos el verdadero valor de las cosas hasta que nos vemos en el trance de perderlas! Me refiero, en este caso, a la Libertad, único estado en que creo posible saciar nuestra líbido intelectual./

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En