Cartas al director

Del miedo a la esperanza

Cuando yo volvía a casa en la tarde del lunes -todavía no había sucedido nada en Madrid-, las calles de Valencia estaban ya llenas de coches de la Policía Militar. A mí me llamó la atención, pero no le di demasiada importancia. A las 19.30, una vez nos enteramos a través de la radio de lo sucedido en Madrid, las emisoras valencianas quedaron totalmente censuradas; sólo se emitía el terrorífico bando en el cual se decretaba el estado de excepción. La Televisión en aquellos momentos también estaba ocupada por fuerzas del Ejército y no daba noticias; por tanto, los valencianos nos quedamos absolu...

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Cuando yo volvía a casa en la tarde del lunes -todavía no había sucedido nada en Madrid-, las calles de Valencia estaban ya llenas de coches de la Policía Militar. A mí me llamó la atención, pero no le di demasiada importancia. A las 19.30, una vez nos enteramos a través de la radio de lo sucedido en Madrid, las emisoras valencianas quedaron totalmente censuradas; sólo se emitía el terrorífico bando en el cual se decretaba el estado de excepción. La Televisión en aquellos momentos también estaba ocupada por fuerzas del Ejército y no daba noticias; por tanto, los valencianos nos quedamos absolutamente aislados del resto de España. Algunos tratábamos de escuchar las emisoras italianas que comentaban lo sucedido en el Congreso.Para las nueve de la noche se había decretado el toque de queda. Las academias y escuelas cerraron sus puertas mucho antes, al igual que las facultades, talleres, oficinas, etcétera. La gente corrió despavorida hacia los hipermercados y tiendas, donde se llegaron a producir discusiones por la posesión de las viandas. El tráfico se colapsó, y esto hizo que la situación se fuera tornando más y más angustiosa. Las líneas telefónicas estaban sobrecargadas, y la mayoría de telefonos no daban señal alguna por esta causa. Mucha gente creyó que las comunicaciones habían sido cortadas, y en los patios de vecindad las personas pasábamos de unas casas a otras en busca de un teléfono útil.

El bando del capitán general había sido recibido con estupor. ¿Qué se ocultaba detrás de aquel supuesto afán proteccionista? Yo, personalmente, dejé de tener dudas cuando los tanques llegaron a Valencia, los nidos de ametralladoras se colocaron en las aceras y desde mi ventana podía distinguir los cañones antiaéreos a la orilla del río.

Y me cogió una tristeza indefinible, porque tuve el claro presentimiento de que el pueblo valenciano estaba siendo engañado. Afortunadamente nada sucedió. Los valencianos conservamos la serenidad y nos atrincheramos en nuestras casas. A la una de la madrugada sólo el rumor de los tanques rompía el silencio de una ciudad absolutamente desierta.

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