Crítica:HUMOR

Las tontas bobadas de Andrés Pajares

Disfrazado de chansonnier con su canotier, Andrés Pajares abre su polvoriento espectáculo en la madrileña sala de fiestas Windsor. Y al cómico se le duerme en seguida el sombrero, pues ante las palabras de la nueva cocina -gazpachera, licuadora y yogurtera- ni siquiera es capaz de repetir la muy añeja pregunta de José María de Pereda: «¿Es usted capaz de conocer un verbo por estas señas que convienen a tantas cosas que no son verbos?» No, Pajares no es capaz de eso.De lo que sí es capaz es de resucitar la astracanada colegial: «Verbo es la parte más gorda del rabo del cerdo». No ...

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Disfrazado de chansonnier con su canotier, Andrés Pajares abre su polvoriento espectáculo en la madrileña sala de fiestas Windsor. Y al cómico se le duerme en seguida el sombrero, pues ante las palabras de la nueva cocina -gazpachera, licuadora y yogurtera- ni siquiera es capaz de repetir la muy añeja pregunta de José María de Pereda: «¿Es usted capaz de conocer un verbo por estas señas que convienen a tantas cosas que no son verbos?» No, Pajares no es capaz de eso.De lo que sí es capaz es de resucitar la astracanada colegial: «Verbo es la parte más gorda del rabo del cerdo». No paladea esa definición, pero la ilustra con los comentarios roceros que hilvana torpemente a partir de canciones de María Jiménez, Rocío Jurado y Patxi Andión. Sus imitaciones de Adolfo Suárez y Jesús Hermida lo son, en realidad, de Pedro Ruiz, aunque en tono de blanca palidez y con recursos verduleros.

Pajares nada en el esparto. Y su versión de un tema de Rocío Jurado convierte a la imitada en síIfide: «Lo siento, Leonor, pero hoy te lo voy a largar ... » Larga con una ordinariez de polvo y lodo, que provoca, eso si, carcajadas feroces en la sala.

Lo grave de este cómico, que desperdicio su soltura escénica en una loa fecal a lo sobado, es que no inventa un personaje, sino que todo parte de él y vuelve a él, salpicándole por completo en su supuesta dignidad personal. Ele ahí que el crítico se sienta incómodo, pues puede parecer insulto lo que no es sino clara aversión a cierta forma de ganarse el pan. Pajares procura rentabilizar, no obstante, esa sombría semejanza entre lo imaginado y lo real.

Se autoconfiesa cantante frustrado, mas lo demuestra con creces cuando se empeña en cantar. Su único destello, pese a no abandonar lo trillado, acontece cuando Pajares, que va de macho sin mancha, se amanera para hacer de Pepín de Triana. Un admirador grita: «¡Eres único, Andrés! » Y, sí, seguramente lo es.

Lo es, al menos, cuando teje este epílogo para sus chistes: «¡Qué bobada más tonta!» Esas tontas bobadas, van de Travolta a Fraga, pasando por el zoológico y el confesionario. La bobería de Pajares es, ante todo, obscena: no por moralidad, sino por estética.

Andrés Pajares, que tuvo otros momentos más felices y que conserva dotes desaprovechadas, acaso se conforme con esa reacción de alabanza a la bajeza. Sin embargo, debiera darse cuenta de que al lado de él, su compañero Esteso, tan criticado en estas mismas páginas, es un genio de lujo. Así las cosas del humor español, ¡qué tristes Navidades nos aguardan!

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