Crítica:

El magistral violonchelo de Tortelier

De auténtica apoteosis cabe calificar el éxito alcanzado por el gran violonchelista francés Paul Tortelier, compartido con su hija María de la Pau, quien le acompañó con auténtica clase en todo momento e incluso brilló como considerable protagonista en Sonatas tan pianísticas corno son las de Chopin y Rachmaninof, apertura y cierre, respectivamente, de un programa largo y muy original de composición.Pero la largura no pareció tal a cuantos salíamos del Real dos horas y media después de haberse iniciado la sesión que el maestro Tortelier hubo de prolongar nada menos que con seis ...

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De auténtica apoteosis cabe calificar el éxito alcanzado por el gran violonchelista francés Paul Tortelier, compartido con su hija María de la Pau, quien le acompañó con auténtica clase en todo momento e incluso brilló como considerable protagonista en Sonatas tan pianísticas corno son las de Chopin y Rachmaninof, apertura y cierre, respectivamente, de un programa largo y muy original de composición.Pero la largura no pareció tal a cuantos salíamos del Real dos horas y media después de haberse iniciado la sesión que el maestro Tortelier hubo de prolongar nada menos que con seis propinas, en un clima de simpático diálogo con el público -atendido este, incluso, en alguna petición concreta- y recibiendo, entre los bravos de rigor, algún piropo, apretones de manos y hasta un beso. El Preludio de la prirriera Suite bachiana; Granadina, de Nin; Danza de los elfos, de Popper; una página de Hekking («que fue mi profesor», precisó Tortelier); Après un rêve, de Fauré, y una página propia en memoria de Casals, fueron los obsequios sucesivamente aclamados.

Sonata en sol menor (Chopin), Sonata entre menor (Tortelier), Rondó (Dvorak) y Sonata en sol menor (Rachmaninof)

Paul Tortelier, violonchelo. María de la Pau Tortelier, piano. Teatro Real, 16 de diciembre de 1980.

El intento de resumir las virtudes interpretativas de Paul Tortelier sería vano, y no exclusivamente por la limitación de espacio. La razón es muy sencilla: estamos no sólo ante un violonchelista formidable, no sólo ante un intérprete, magnífico, sino ante un músico con mayúsculas, ante un artista integral. El temperamento artístico de Tortelier se impone de tal modo frente a cualquier enfoque parcial de los que habitualmente adoptamos para valorar a un instrumentista, que el crítico se encuentra en una de esas ocasiones singulares en las que puede hacer más que sumarse al entusiasmo general y anotar en el recuerdo el sensacional concierto. Mis referencias para este recuerdo imborrable serán la nobleza y hondura expresiva alcanzadas por Tortelier en el Largo de la Sonata chopiniana, y el inefable fraseo con que abordó las sucesivas apariciones del estribillo del Rondó op. 94, de Dvorak, que constituyeron otros tantos momentos de auténtica magia musical.

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