Crítica:

El jardín de Georges Moustaki

El teatro Salamanca estaba casi lleno para asistir el pasado jueves al recital de tarde, no anunciado, que daba Moustaki en Madrid. Para la actuación de la noche, correctamente anunciada, hubo afluencia masiva; muchas personas se quedaron sin poder entrar en la sala, y la reventa de localidades llegó a alcanzar la cifra de 1.500 pesetas. Ese público fiel, mayoritariamente treintañero, se deshizo en aplausos, gritos y suspiros ante el autor de Le métèque.Moustaki y sus músicos traen níveas vestimentas. Y el escenario pisan suavemente, en medio de una blanca niebla. Son como amables monag...

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El teatro Salamanca estaba casi lleno para asistir el pasado jueves al recital de tarde, no anunciado, que daba Moustaki en Madrid. Para la actuación de la noche, correctamente anunciada, hubo afluencia masiva; muchas personas se quedaron sin poder entrar en la sala, y la reventa de localidades llegó a alcanzar la cifra de 1.500 pesetas. Ese público fiel, mayoritariamente treintañero, se deshizo en aplausos, gritos y suspiros ante el autor de Le métèque.Moustaki y sus músicos traen níveas vestimentas. Y el escenario pisan suavemente, en medio de una blanca niebla. Son como amables monaguillos en mitad de un jardín hecho para el amor y la amistad. Anuncian de antemano sus propósitos: libertad, placer, buenas maneras.

Mas una estrella es una estrella. Y las mozas de ayer se quedan aleladas ante ese pastor griego de pelo blanco y dulces gestos. Ha envejecido más que el trío Los Panchos, pero lo lleva con hermosa dignidad, casi de forma quevedesca: «¡ Cómo de entre mis manos te resbalas! / i Oh, cómo te deslizas, edad mía!». Exclamaciones mansas en mitad del jardín.

El personaje soporta bien el peso de la fama: canciones para Edith Piaf (Milord), Tino Rossi, Bárbara, Henri Salvador, Serge Reggiani...

Y el triunfo arrollador del primer tema que él mismo interpretara: Le métèque, símbolo condensado de eso que en todas partes; llaman una gran bocanada de aire fresco. Soporta todo eso junto a Marta Contreras, enigmática y envolvente voz, delicada cuando maneja los juguetes de percusión. Todos los músicos, en especial Kimpoh Cheah (flauta y percusiones), rodean con cariño al ídolo de carne y hueso, ducho en el savoir faire.

Edad al margen, nada ha cambiado en Moustaki, si exceptuamos su atención creciente por lo instrumental para crear un ámbito festivo, risueño y familiar. El canta para los amigos de Georges. Y sus amigos le escuchan con un atardecer en cada oreja.

El hace reverdecer Ma liberté y planta historias más recientes: Le petit homme el le grand homme. Le dedica un homenaje a la revolución portuguesa mediante una composición de Chico Buarque. Habla de amistad, felicidad, fraternidad. Y mezcla el Sena con la Ultima Cena y con la escena: La Seine, la Céne et la Scène. El lo sabe muy bien: «Hay canciones que vuelven, al igual que vuelve el mes de mayo ... ». Toques brasileños, autorretrato de un lagarto afable, recuerdos de hojas mustias y hasta un rock se deslizan perezosamente desde el escenario hasta el sensible corazón de quienes pronto cumplirán cuarenta años.

Nadie es insensible a lo sabido (Il est trop tard), a lo menos sabido (Mendigos y orgullosos) y a lo que acaba de saberse: Il y avait un jardin. Bajo los árboles, la playa. En ella toma el sol y retoza este Papá Noël de susurrante voz y vibrante palabra: «Yo declaro el estado de dicha permanente».

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