La delicadeza celta de Emilio Cao

A falta de datos lingüísticos, el movimiento celtófilo de Galicia (hay otro lusófilo) debe caminar por los senderos de lo no literario, como, por ejemplo, la música. Eso es lo que el pasado martes venía a explicar, sin decirlo, Emilio Cao, en la sala Olimpia, de Madrid.Emilio Cao salió acompañado aocasionalmente de un contrabajo que también le daba a la guitarra, pero ese apoyo, sin ser superfluo, si resultaba prescindible. Porque lo básico eran el arpa, la cítara o la zanfoña, con las que Emilio Cao iba soltando una música plácida y tranquila, pero llena de espíritu. El recital ...

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A falta de datos lingüísticos, el movimiento celtófilo de Galicia (hay otro lusófilo) debe caminar por los senderos de lo no literario, como, por ejemplo, la música. Eso es lo que el pasado martes venía a explicar, sin decirlo, Emilio Cao, en la sala Olimpia, de Madrid.Emilio Cao salió acompañado aocasionalmente de un contrabajo que también le daba a la guitarra, pero ese apoyo, sin ser superfluo, si resultaba prescindible. Porque lo básico eran el arpa, la cítara o la zanfoña, con las que Emilio Cao iba soltando una música plácida y tranquila, pero llena de espíritu. El recital debía ser grave, pero no lo fue tanto («Uno quiere montárselo de serio, pero no se puede»), sobre todo porque, a pesar de toda la seriedad, aquello era simplemente bello, y la belleza suele despertar sonrisas.

El público, en su mayoría. y como era de esperar, se componía de gallegos asilvestrados obligatoriamente en la capital, pero que, al parecer, no están dispuestos a olvidar quiénes son. De manera que allí se respiraba un cierto espíritu de reencuentro etnológico, de características plácidas y serenas. Y no es que el recital fuera siempre en el mismo tono, que por allí pasaban romances de ciego y pandeiradas, canciones acústicas sin más y aires que lo mismo podían ser irlandeses que bretones. Si algún denominador común podía unir tantos aspectos de la música, ese factor sería la delicadeza. Delicadeza en la voz, que recuerda mucho a la forma de cantar de Amancio Prada; delicadeza en los instrumentos, delicadeza sólo boicoteada por una chicharra que desde el equipo de sonido se empeñaba en matizar en maquinismo tanto derroche de acústica. Y como final de fiesta, el convencimiento de que allí casi todos estábamos felices y contentos, disfrutando de una comunicación simple, sin aspavientos, pero sentida. O sea, muy bonito.

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