NOVILLADA EN LAS VENTAS

Angelito tocó pelo

Angelito González cortó una oreja y es la única concedida en las novilladas de promoción. Así que Angelito tocó pelo, según se dice en la jerga taurina. Tocar pelo es lo que les faltaba a los voluntariosos novilleros en estos últimos festejos del frío otoño madrileño para calentar a la afición. Ahora, con oreja en el balance, se podría montar la ansiada novillada en regla, picada como Dios manda, en competencia este Angelito con su compañero Manolito, también apellidado González que es el más entonado entre la veintena de aspirantes que han debutado en Madrid.Pero nos dicen que Las Ventas cer...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Angelito González cortó una oreja y es la única concedida en las novilladas de promoción. Así que Angelito tocó pelo, según se dice en la jerga taurina. Tocar pelo es lo que les faltaba a los voluntariosos novilleros en estos últimos festejos del frío otoño madrileño para calentar a la afición. Ahora, con oreja en el balance, se podría montar la ansiada novillada en regla, picada como Dios manda, en competencia este Angelito con su compañero Manolito, también apellidado González que es el más entonado entre la veintena de aspirantes que han debutado en Madrid.Pero nos dicen que Las Ventas cerró el domingo la temporada. Es una lástima: todos los novilleros merecían la repetición. El Angelito, desde luego, pues lanceó bien a la verónica, instrumentó media a tener en cuenta, y su faena de muleta fue de torero valiente y enterado. Calibra el ténico que se dejaba a los novillos cortos en los remates. Puede ser, pero también es cierto que los templaba en el viaje, y cuando abrochaba las series con el de pecho no se podía pedir más hondura y autenticidad al muletazo. Unos por bajo, otros de la firma, llevaban el sello de la calidad, y el estoconazo con que culminó su actuación entra en el marco de los volapiés netos y aptos que hayamos visto en toda la temporada.

Plaza de Las Ventas

Cuatro novillos de Guillén Cuesta y uno -segundo- de Antonio Palacios, todos bien presentados, astifinos, manejables. Angelito González: buena estocada (oreja). Gerardo Roa: dos pinchazos, estocada atravesada que asoma, aviso y descabello (silencio). Jacinto Belmonte: cuatro pinchazos pescueceros y descabello (aplausos y saludos). Manolo Batalla: primer aviso antes de entrar a matar, pinchazo, estocada trasera contraria que asoma, rueda de peones, cuatro descabellos, segundo aviso y cinco descabellos más (silencio). José Mari Núñez: pinchazo pescuecero (vuelta al ruedo). Presidió bien el comisario García Conde.

Los otros coletudos, cada cual en lo suyo, también exhibieron cosas. Principalmente, las ganas de ser toreros por el camino de la ortodoxia, que es lo difícil en la profesión. Gerardo Roa está, desde luego, muy en esta línea, aunque el domingo no acertaba a quedarse quieto y en la mayoría de las suertes echaba el pasito atrás. Avila nos envió un mozallón de apellido inquietante: ¡Belmonte! En toreo, llamarse Belmonte obliga a superarse hacia la genialidad, porque el nombre, tan cargado de leyenda, se sale de ojo. El abulense, lejos de mostrarse genial, se hizo un lío al ensayar la verónica, por aquello de que no sacaba los brazos y se metía a la fiera en la mismísima barriga, y con la muleta correteó zarrapastroso y alborotón, regateando embestidas y brincando derrotes; pero ¿sabes qué? Cuando en el redondo corría la mano, la corría de verdad; un temple, un mando, un aquel que pueden llevarle a ser torero Cuando se placee, aprenda mejor el oficio y calme los nervios.

Con Manolo Batalla la fiesta entró en el interminable túnel de los dos pases dichosos. Su novillo era el de menos casta y reculaba, pero cuando acometía lo hacía por lo pastueño, muy bien humillado y tal, lo que no quiso desaprovechar, de ninguna manera, el onubense debutante, y no veía el momento de acabar la retahilá de derechazos y naturales a lo largo de una desmesurada faena, que le salió desligada y sosota. Dos avisos le tocaron.

Y para fin de fiesta y de temporada tuvimos un gitanito de catorce años, o al menos eso parecía, menudito y pinturero, que se quedaba quieto al ejecutar los lances de capa y los pases de muleta, los cuales interpretaba con personalidad, garbo y sentido artístico, nada menos. Al dejar un leve pinchazo pescuecero, el novillo, que era muy flojo, se le derrumbó, y en éstas apareció, volando como un jet, Agapito Superman, quien pegó el cachetazo mortal. Agapito Supermán, mataor. También el debió tocar pelo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En