Simplemente María Ostiz

Procedente de Pamplona, ha llegado a Madrid la cantante María Ostiz para dar cuatro recitales en la sala Florida Park. Su voz es hermosa. Su declaración de principios resulta transparente: dice cantar para el obrero y el patrón, para el niño, el anciano y la flor. Su problema es que de continuo confunde sencillez con monotonía, austeridad con frigidez, poesía con sopor.

Segrega soledad María Ostiz frente al páramo de una sala semivacía. Trae pantalones aterciopelados, chaleco negro con adornos de plata y una blanca camisa rozada por la rubia cabellera. Se abraza a su guitarra, se deja a...

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Procedente de Pamplona, ha llegado a Madrid la cantante María Ostiz para dar cuatro recitales en la sala Florida Park. Su voz es hermosa. Su declaración de principios resulta transparente: dice cantar para el obrero y el patrón, para el niño, el anciano y la flor. Su problema es que de continuo confunde sencillez con monotonía, austeridad con frigidez, poesía con sopor.

Segrega soledad María Ostiz frente al páramo de una sala semivacía. Trae pantalones aterciopelados, chaleco negro con adornos de plata y una blanca camisa rozada por la rubia cabellera. Se abraza a su guitarra, se deja acompañar por otro músico de rostro ruboroso, se dispone a cantar: «Tener que contentar a tanta gente ... ». Indica que no viene a demostrar nada, y que canta porque así lo quiso Dios.Ella a se ve como un árbol pequeño, que, al calor de la gente, es más fecundo. Es un árbol de jardín interior, con hojas hogareñas y casi navideño. Parece incluso que es de plástico. Se balancea al son de una bonita voz, pero sus frutos son insípidos.

Canta María al aire, a una niña con «piel de escarcha en sus manitas / y fuego en el corazón», canta para el obrero y el patrón. Y no se mueve del taburete donde esta sentada. El público ovaciona lo que reconoce: «A veces, algunas veces, / el cantor tiene razón ... ». Pero las canciones, viene a añadir, son difíciles de cazar, pues no entran de buenas a primeras por el balcón.

Buena compañera, saluda el verso agridulce de Serrat. Habla de libertad con gestos envarados. Va de la letra con mensaje a la trivialidad impalpable: «Qué hermoso es el día / en el que ha nacido / el amor en ti. / Te ríes, te ríes, / te sientes feliz». Ella parece colmada de felicidad, piensa que un pueblo es abrir una ventana una mañana y respirar.

Tal vez así empezó María Ostiz, una espléndida voz, una compositora nada despreciable, pero que se equivoca radicalmente de repertorio y de gestos. Confunde un escenario con una sacristía. Y uno siente lástima de ese error congelado, pues ella -simplemente María- confiesa estar asomada al balcón de su guitarra, buscando con fervor la verdad.

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