Crítica:MUSICA

Un Bruckner fuera de serie por la Sinfónica de Viena

Madrid ha recibido una visita musical, de gran importancia: la de los sinfónicos de Viena, dirigidos por Sawalisch. Esta orquesta, de tan brillante historia como espléndida realidad, posee todas las virtudes para alcanzar versiones de gran calidad. La expresividad de sus arcos, el refinamiento de sus maderas, el sonar poético de sus metales, la precisa afinación de los timbales se integran en un todo preciso y, a la vez, flexible. El «ideal, sonoro» parece equidistar de los germanos y de los latinos, con características propias de unos y otros. Y el espíritu es, en suma, vienés, término...

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Madrid ha recibido una visita musical, de gran importancia: la de los sinfónicos de Viena, dirigidos por Sawalisch. Esta orquesta, de tan brillante historia como espléndida realidad, posee todas las virtudes para alcanzar versiones de gran calidad. La expresividad de sus arcos, el refinamiento de sus maderas, el sonar poético de sus metales, la precisa afinación de los timbales se integran en un todo preciso y, a la vez, flexible. El «ideal, sonoro» parece equidistar de los germanos y de los latinos, con características propias de unos y otros. Y el espíritu es, en suma, vienés, término cargado de sentido a través de los tiempos.Al frente de los sinfónicos ha venido una de las primeras batutas contemporáneas: el muniqués Wolfgang Sawalisch, nombre que excusa todo comentario biográfico. El programa equilibraba dos autores bien significativos del mundo musical de Viena: Mozart y Bruckner, en los que se reúnen, respectivamente, la anticipación y la consecuencia del más vienés de los músicos: Franz Schubert.

Orquesta Sinfónica de Viena

Director: W. Sawalisch. Obras de Mozart y Bruckner. 31 de octubre. Teatro Real.

El Mozart de Sawalisch y la Sinfónica de la capital austriaca en la sinfonía de Linz resultó de extraordinaria belleza sonora, perfecta arquitectura, medido lirismo y transparencia de textura. Sobre todo nos llegó con una magnífica naturalidad, como lo que es para ellos, aunque no lo sea para nosotros: música de todos los días. Quizá pecó de cierta severidad, pero esto son gustos personales, y el de Sawalisch está avalado por la autoridad del saber y la experiencia del constante hacer. En cualquier caso, un Mozart que no se escucha con frecuencia: una verdadera fiesta musical.

Después, la ebullición posromántica o superromántiea de la Cuarta sinfonía, de Antón Bruckner. Sawalisch, gran director en todo, me parece siempre mejor en el repertorio romántico o filorromántico, al que quita retórica y otorga intimidades y esplendores de directa expresividad.

La grandeza de una orquesta que sabe mucho de Wagner (en la Tercera sinfonía Bruckner había rendido homenaje al autor de Tristán) fluye a partir del más íntimo hontanar romántico: el lied. El poderío de Bruckner luce así en una rica serie de contrastes capaces de albergar la continuidad estructurada procedente de la sinfonía grande de Schubert.

Ante la Cuarta sinfonía hemos de olvidar toda alusión extra objetiva, por más que se haya escrito sobre los elementos descriptivos (Sinfonía del bosque ha sido llamada), popularistas, ambientales o literarios. La Sinfonía en mi bemol mayor es, en su estructura, su pensamiento, su continuidad, un soberbio edificio sinfónico y, a la vez, una no por prolongada y grandiosa menos escueta narración orquestal.

Sawalisch y los vieneses ofrecieron una versión auténticamente inolvidable, de una capacidad de comunicación admirable, de una belleza de color extraordinaria. La Cuarta se alzó ante nosotros como una gran catedral en la que la majestuosidad de las formas quedó tan evidente como el detalle de las vidrieras o la esbeltez de las esculturas.

Exito enorme al que respondieron los visitantes con una preciosa versión de El bello Danubio azul.

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