LA LIDIA

Las novilladas de promoción cumplen sus objetivos

Plaza de Las Ventas. Novillos (sin picadores) de Isabel Vicente Hernández, bien presentados, con casta. Manolito González: pinchazo, estocada corta delantera y rueda de peones (vuelta). José Lorano: pinchazo, otro a paso de banderillas, dos pinchazos más, media pescuecera, rueda de peones (aviso) y tres descabellos (silencio). Manolo Osuna: estocada perdiendo la muleta y aviso con retraso (petición y vuelta). Paco Marín: tres pinchazos (primer aviso), estocada, dos descabellos (segundo aviso) y dos descabellos más (silencio). Rubio...

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Plaza de Las Ventas. Novillos (sin picadores) de Isabel Vicente Hernández, bien presentados, con casta. Manolito González: pinchazo, estocada corta delantera y rueda de peones (vuelta). José Lorano: pinchazo, otro a paso de banderillas, dos pinchazos más, media pescuecera, rueda de peones (aviso) y tres descabellos (silencio). Manolo Osuna: estocada perdiendo la muleta y aviso con retraso (petición y vuelta). Paco Marín: tres pinchazos (primer aviso), estocada, dos descabellos (segundo aviso) y dos descabellos más (silencio). Rubio de la Puebla: estocada corta delantera, voltereta cuando intenta cuadrar, estocada (primer aviso), dos descabellos (segundo aviso) y otros cuatro descabellos (palmas). Presidió bien el comisario Pajares. Los hallazgos artísticos de la segunda novillada. de promoción no serán como para echar las campanas al vuelo, pero lo ocurrido demuestra que estos festejos van por el buen camino, sencillamente porque cumplen con su cometido; es decir, que se descubren toreros. Como en el primer día, los de domingo quieren serlo y, puesto que les faltan recursos técnicos, dan lo que tienen. que es principalmente el valor. Varios de ellos sufrieron aparatosas volteretas y tremehundos testarazos y, no les concedían importancia: volvían tan entregados y enteros a la cara del novillo. El público se asustaba mucho más que los zarandeados artistas.

Estos sucesos naturalmente, relegaban a segundo plano el arte de torear, que a casi ninguno de los aspirantes le salía. Pero apuntaban sus cositas. Por ejemplo, Manolo Osuna alternaba el mantazo con el fino dibujo de la verónica o el pase en redondo, según la fortuna o el acierto. Recibió a su enemigo con un farol de rodillas, tres trapazos, dos lances exquisitos y media torera, y con la muleta recorrió des veces el redondel en línea de desconcierto y batacazos, con alguna incrustación de toreo güeno, que se producía cuando lograba entender al nervioso novillo.

Lo mismo cabe decir de Paco Marín, que, tras dos violentas largas de rodillas, cargó la suerte en las verónicas, con mucha hondura, por el lado izquierdo, y después de unos ayudados hermosos llenó el último tercio de fintas, regates, carreras, desarmes y un quiquiriquí. Chocantes contrastes del bajito novillero, cuya taleguilla le llegaba a los tobillos y le sentaba más bien mal.

Y del Rubio de la Puebla, que bajó las manos en las verónicas y en dos series de derechazos bien construídas y ejecutadas, y a cambio el novillo le levantó en tres o cuatro ocasiones, simplemente porque no acertaba a darle la lidia adecuada. En toreo sucede así: cuando no dominas al toro, cobras.

Si la novillada hubiera sido picada, del segundo de la tarde habríamos dicho que le faltaba una vara. Como no era picada, diremos que le faltó todo el primer tercio. Era como un vendaval, y José Lozano, repetidor por su triunfo (muy relativo, por cierto) el día del debú hizo lo que podía, que era librar el físico, apartándose de aquel energúmeno que se le venía encima.

De nuevo fue Manolito González el que mejor impresión causó. Tiene vitola este torero y además maneja el capote con gusto y conocimiento. Sus verónicas y gaorteras poseyeron enjundia, y ahí queda eso. Con la muleta, templa y manda y es capaz de doblar con eficacia y arte en el ayudado, ejecutando muy bien la técnica de arquear la pierna y sobre este eje marcar el semicírculo de la suerte y olé. Lo que ocurre es que quiere hacerlo todo cual si el novillo fuera el carretón, que no lo es. Y así le pasó que, por elegir terrenos y plantear pases que no eran los adecuados, el novillo se le iba, o se le colaba, y había de interrumpir continuamente la faena para volver a empezar.

Pero es principiante, desde luego, y lógicamente aún le queda mucho por aprender, aunque puede que lo haga de prisa, porque tiene valor y torería, y encima responsabilidad y buena colocación en el ruedo, virtudes que no abundan en la tauromaquia presente, ni siquiera entre muchos que llevan años de figuras, con fama de finos y todo, y no miro a nadie.

La templada tarde de sol fue una delicia; tarde típica de toros, con mucho público en la plaza, que lo pasó bien. La experiencia de las novilladas sin picadores se perfila hacia el éxito, y si la empresa monta, por añadidura, entre col y col, alguna con ellos, la temporada no acabará tan mal como era de prever.

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