Editorial:

Veinticuatro horas en Marruecos

PÉREZ LLORCA termina hoy la visita a Marruecos que emprendió ayer; fugaz pero no inútil, si tiene la virtud de acelerar las negociaciones entre los dos países. Son muy complejas. La vecindad, la Historia y el cruce de intereses las tienen enredadas de tal forma que no pueda tirarse de un problema sin que broten los otros. Marruecos tuvo un momento de esplendor cuando Sidi Mohamed pasó del sultanato a la monarquía constitucional; murió pronto y el impetuoso y personalísimo heredero, Hassan II, vio cómo le crecían entre las manos toda clase de problemas, desde los truculentos atentados y complós...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

PÉREZ LLORCA termina hoy la visita a Marruecos que emprendió ayer; fugaz pero no inútil, si tiene la virtud de acelerar las negociaciones entre los dos países. Son muy complejas. La vecindad, la Historia y el cruce de intereses las tienen enredadas de tal forma que no pueda tirarse de un problema sin que broten los otros. Marruecos tuvo un momento de esplendor cuando Sidi Mohamed pasó del sultanato a la monarquía constitucional; murió pronto y el impetuoso y personalísimo heredero, Hassan II, vio cómo le crecían entre las manos toda clase de problemas, desde los truculentos atentados y complós -que terminaron con el desmantelamiento de la oposición- hasta la perennidad de los problemas sociales y políticos propios de un país en subdesarrollo. Resolvió enfrentarse con ellos mediante una política de acción directa: más de una vez se ha encontrado España en su camino, y la más espectacular en el momento de la teatral marcha verde. Lo que viene pretendiendo Marruecos de España es una adhesión total a su política, y se estima con derecho a ello por su compromiso occidentalista. Sobre todo en el problema del Sahara, que sigue siendo militarmente muy duro -la ofensiva de septiembre de los polisarios ha ido bastante lejos- y que le tiene alienado de dos de sus vecinos más inmediatos, Argelia y Mauritania. Con los que tiene además contenciosos más antiguos: cuestiones fronterizas y cuestiones de régimen político, como también diferencia de puntos de vista con respecto al problema Israel-Oriente árabe.Con el juego eterno de la política, Hassan II presiona sobre España en dos puntos vulnerables: los pesqueros y Ceuta y Melilla. A este juego le da Hassan II el tono clásico árabo-bereber de la partida de ajedrez. No es menor el tema del paso de los agrios marroquíes por territorio español, que despierta en los agricultores españoles una cólera no menor -aunque felizmente mejor expresada- que la de los franceses al paso de las frutas y las verduras procedentes de España. El gran sueño marroquí es el de que España sea un puente con Europa -los proyectos iniciales para el túnel del Estrecho superan los problemas temporales, pero se dirigen a ese objetivo-, que no parece menor que el de España al considerar todas sus posibilidades de nexo con Africa que le ofrece Marruecos. Pero hay demasiadas mezquindades en el camíno de los grandes sueños y quizá en un mundo donde la intercomunicación se hace ya por otros medios que van superando el concepto antiguo de la geografía esta unidad termine por ser en gran parte superflua.

La dificultad española de entendimiento con Marruecos responde, en parte, a la ambigüedad general de su política exterior y a la falta de representatividad de una Europa que Marruecos pretende alcanzar, sobre todo en su carácter de intermedio entre Marruecos y Francia. España trata de conectar con un arabismo en el que tampoco Marruecos aparece como muy representativo; le aisla todo un concepto general de política de bloque, el interés por seguir la línea de Washington y el tema del Polisario, en el que España se viene manifestando con perplejidad e indecisión. Es muy probable que la colaboración española no pueda ser enteramente ofrecida hasta que Marruecos resuelva sus propios asuntos interiores y exteriores. Pero tampoco le puede ser enteramente negada mientras Marruecos tenga instrumentos de presión, que en la precaria situación española multiplican su valor, y que, por otra parte, utilizan también, y también sin escrúpulos, los saharauis -con los rehenes olvidados, los rehenes de segunda que no despiertan no ya en el mundo, sino en su propio país, la misma solidaridad que despiertan los americanos de Irán-, los argelinos y los mauritanos.

El equilibrio, por tanto, es muy difícil. Hassan II es un negociador voraz -quizá en su razón, en su necesidad propia y en la de su país-, y nuestro Gobierno, un negociador huidizo y escurridizo, generalmente poco concluyente en este caso. Puede ocurrir que el nuevo ministro, Pérez-Llorca, que tiene fama de enterizo, acierte a plantear en esta breve visita puntos de vista claros para las dos partes. Lo que no iustificaría del todo la visita sería que fuese únicamente para que las dos partes recordasen que tienen muchos litigios pendientes y solamente buena voluntad para resolverlos.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En