De la cuna a la tumba

Llámese ironía o paradoja, lo cierto es que uno de los mayores éxitos de la cooperación internacional puede convertirse en uno de los más importantes problemas de nuestro próximo futuro. El gran triunfo conseguido en la lucha contra las enfermedades mortales tradicionales ha tenido como consecuencia un aumento de la sobrevivencia de un mayor número de niños, una mayor longevidad y, en definitiva, el crecimiento de la población.Los demógrafos están cada vez más convencidos de que esta mejora de las condiciones sanitarias y el consiguiente aumento de la población son un prerrequisito para un pos...

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Llámese ironía o paradoja, lo cierto es que uno de los mayores éxitos de la cooperación internacional puede convertirse en uno de los más importantes problemas de nuestro próximo futuro. El gran triunfo conseguido en la lucha contra las enfermedades mortales tradicionales ha tenido como consecuencia un aumento de la sobrevivencia de un mayor número de niños, una mayor longevidad y, en definitiva, el crecimiento de la población.Los demógrafos están cada vez más convencidos de que esta mejora de las condiciones sanitarias y el consiguiente aumento de la población son un prerrequisito para un posible descenso de las tasas de fecundidad. Por supuesto, no debería existir razón alguna en contra del deseo de acabar con la enfermedad, como un fin en sí mismo. Sin embargo, el efecto inmediato es el aumento del número de habitantes, tal como muestran muchos países del mundo en desarrollo.

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Los datos citados por el doctor Mahler, director general de la Organización Mundial de la Salud, en su alocución a la 32ª Asamblea General, celebrada el pasado año, indican claramente la correlación entre tasas brutas de natalidad y mortalidad infantiles. En este sentido, resulta significativo que Africa tenga simultáneamente las más altas tasas mundiales de natalidad y mortalidad infantiles. Dada esta situación, no se podrá esperar un descenso en la tasa de crecimiento anual de la población africana.

Durante los próximos veinte años se producirá un paulatino, pero significativo, envejecimiento de la población a escala mundial. Aunque esta tendencia será más pronunciada en los países desarrollados, expresada en términos porcentuales de su población global.

La principal dificultad de los Gobiernos de las naciones en desarrollo será la puesta en práctica de políticas y programas que respondan a lo que para la mayoría de ellos resulta una situación enteramente nueva.

En cuanto al mundo desarrollado, a pesar de disponer de una larga tradición de pensiones y otros servicios sociales, va a tener que hacer frente a un significativo trasvase de recursos desde las actuales prestaciones a la juventud hacia la creación de servicios de asistencia para la vejez, durante el próximo cuarto de siglo, como reflejo de los cambios futuros en la estructura de edades de la población.

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