Tribuna:SPLEEN DE MADRID

El castellano

Como he contado aquí, yendo a otra cosa, la semana pasada estuve dando una charla en la Universidad de Barcelona y me enteré de que, en dicha Universidad, alguien con poder y decisión trata de eliminar el Departamento de castellano. No es sólo, pues, la queja de esos estudiantes de periodismo que reclaman su derecho a seguir estudiando en castellano/ mesetario/imperial, contra la decisión de un catedrático o muchos: es un movimiento más oscuro y profundo, que quiere talar, de entre los nobles cedros que rodean el edificio novecentista y neoclásico de aquella Universidad, el cedro noble, viejo ...

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Como he contado aquí, yendo a otra cosa, la semana pasada estuve dando una charla en la Universidad de Barcelona y me enteré de que, en dicha Universidad, alguien con poder y decisión trata de eliminar el Departamento de castellano. No es sólo, pues, la queja de esos estudiantes de periodismo que reclaman su derecho a seguir estudiando en castellano/ mesetario/imperial, contra la decisión de un catedrático o muchos: es un movimiento más oscuro y profundo, que quiere talar, de entre los nobles cedros que rodean el edificio novecentista y neoclásico de aquella Universidad, el cedro noble, viejo y alto del idioma castellano o, por extensión, español.Como Javier Alfaya -gracias, amor- elogia mi castellano en Diez Minutos, como la Ley Ansón no va a funcionar jamás en periodismo, según altas autoridades informativas, y uno podrá seguir escribiendo por libre, e incluso presentando una antología de desnudos masculinos en El Sol, según me han solicitado, como Yale me pide un prólogo y Juan Cueto un artículo sobre Quevedo, como todo eso, parece que no soy el más llamado a defender el castellano, del cual vivo, el cual me vive, en el cual consisto (como más o menos expliqué en la charla de Barcelona). Pero puedo hacerlo porque, a la viceversa, yo he defendido el catalán y su literatura a tope, y lo defiendo, y quiero ir a hacerle una visita a Pla como al santuario de Lourdes de la catalanidad literaria, que es mucha. Pero me parece que las autoridades académicas de Barcelona se han pasado con la lengua del Imperio. Una Universidad universalista, como la de Barcelona, no puede ignorar el alemán, el francés, el inglés, el italiano, el castellano. Me cuenta mi querido Antonio Vilanova de un rector de principios de siglo, misterioso señor, que vendió una parte del jardín universitario a particulares, sin duda con beneficio indebido, y me muestra las casas, con colada del día y orinales en las galerías, que interrumpen desde entonces dicho jardín. Pienso que igual mutilación le quieren hacer hoy al jardín políglota quienes clausuran, hipotecan o segregan el idioma castellano, privando de él a un alumnado populoso que ha acudido recientemente, en masa abrumadora, para escuchar la palabra castellana de escritores que escriben castellano: Cela, Delibes, Goytisolo, etcétera. Y el caso es que, mientras tanto, mientras se ejerce este despotismo ilustrado contra el castellano, algún escritor catalán y catalanista ha cobrado algún millón por hacerle la campaña electoral y anticomunista a Jordi Pujol, el más ambiguo de los líderes de esa nación, el más contaminado de Madrid, la ciudad de la contaminación. Con o sin campañas, escritores y millones, Pujol ha salido, de modo que el nacionalismo catalán no es tan urgente, apremiante, sangrante, vidente, evidente, como para que haya que salvarle de la peste del castellano, que comprendo que es una peste, pero tiene mil años, y una peste de mil años es ya una fecunda forma de salud.

El que Franco cohechase el catalán en alguna medida (nadie dejó nunca de hablarlo, afortunadamente), mientras hacía la instrucción legionaria en su despacho, al paso de un himno, con el médico que ahora lo ha contado, no significa que el castellano, lengua invasora, esté maldita ni tocada de franquismo para siempre. El castellano y el catalán están venturosamente vivos, con y sin Franco, porque a los idiomas no se los fusila. La universalidad de la Universidad de Barcelona se vuelve provinciana en uno o dos señores, que lo que querían -ahora se ve- no era rescatar su legítima lengua vernácula, sino, además, borrar para siempre de su pizarra cultural una lengua fronteriza y enorme: el castellano. Culturalmente locoide y políticamente heterogéneo respecto de¡ resultado de las elecciones catalanas, ese holocausto/ desahucio del castellano que ahora se premedital deja a sus autores en el nivel de aquel rector anónimo y arcaico que malvendió unas parcelas del culto jardín universitario a los constructores de casas baratas con orinal de herrumbre. Esos señores también quieren orinarse en el castellano.

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