La CEE, quiere mantener su política comercial autónoma con los países del Este

La Europa comunitaria contempla cada día con más preocupación los efectos de la tensa política del presidente norteamericano Jimmy Carter, en el panorama internacional y su probable repercusión en el plano económico y comercial. Encabezada por Francia -y sin el apoyo de Gran Bretaña- la CEE intenta recuperar las riendas de su propia política comercial con respecto a la Unión Soviética y los países del Este, política que quedó seriamente comprometida ante la exigencia estadounidense de boicot como represalia a la invasión rusa en Afganistán.

El primer síntoma concreto de este esfuerzo co...

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La Europa comunitaria contempla cada día con más preocupación los efectos de la tensa política del presidente norteamericano Jimmy Carter, en el panorama internacional y su probable repercusión en el plano económico y comercial. Encabezada por Francia -y sin el apoyo de Gran Bretaña- la CEE intenta recuperar las riendas de su propia política comercial con respecto a la Unión Soviética y los países del Este, política que quedó seriamente comprometida ante la exigencia estadounidense de boicot como represalia a la invasión rusa en Afganistán.

El primer síntoma concreto de este esfuerzo comunitario por volver las aguas económicas a su cauce ha sido la inesperada decisión del Mercado Común de reanudar sus ventas de mantequilla a la URSS, suspendidas el pasado mes de enero. La decisión de la comisión europea -órgano ejecutivo en materia de regulación de mercados- ha sido acogida con alivio por todos los Gobiernos comunitarios, excepto por la señora Tatcher, que la ha calificado de «insultante».Los funcionarios de las Comunidades Europeas parecen haber recuperado su tradicional sentido pragmático y se han limitado a recordar que los stocks de mantequilla siguen creciendo.

El mercado de la Europa del Este es «una salida habitual» para este producto y el boicot perjudicaba más a los nueve que a la propia Unión Soviética. No parece descabellado suponer que esta medida será seguida por otras similares en el mercado de la carne, si bien se extremará la prudencia para evitar en lo posible más airados comentarios del altavoz de EEUU en Londres.

El reciente discurso del presidente de la CEE, Roy Jenkins, ante el Parlamento Europeo -un discurso negro- y las previsiones de la OCDE -crecimiento cero para 1980- han sido los últimos aldabonazos en la «conciencia» económica comunitaria. Europa depende cada día más de países terceros -mucho más, desde luego, de lo que depende Estados Unidos- y la crisis en la que se encuentra inmersa permite pocas gollerías.

Irritación por el proteccionismo

El Gobierno Carter exige solidaridad con las medidas de retorsión económica a la Unión Soviética, pero, al mismo tiempo, prosigue su propia política comercial, antagónica en muchos casos a la de los nueve. Varios técnicos estadounidenses han visitado Bruselas en los últimos quince días para intentar disipar temores en este terreno. La CEE, sin embargo, sigue irritada con la política proteccionista del mercado americano y recuerda que mientras su balanza comercial con EEUU es fuertemente deficitaria (9.000 millones de dólares en los nueve primeros meses de 1979, frente a 4.700 millones en el mismo período de 1978) con respecto a los países del COMECON continúa siendo positiva (808 millones de dólares aproximadamente en 1979).

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La crisis de Afganistán llegó escasamente un mes después de que el vicepresidente de la CEE, Haferkamp, se entrevistara en Bruselas con el secretario del COMECON, Faddeev.

Las Comunidades Europeas están también muy interesadas en extender el régimen de preferencia generalizadas a los países del Este (Rumania y Bulgaria ya lo han so licitado), mientras que Estados Unidos intenta presionar para que la CEE desarrolle una política «más restrictiva» que no alcance ni a los países comunistas ni a los de la OPEP.

La CEE tiene entablada una guerra sorda -aparentemente todo son promesas de colaboración y apoyo- con el Gobierno norteamericano a propósito de la actitud de las empresas norteamericanas frente al acero, calzado y otro productos europeos. Las importaciones de acero de los nueve -afirma el Gobierno Carter, presionado en plena campaña electoral por los holding americanos- causan graves perjuicios al sector siderúrgico estadounidense y la Administración no puede evitar que, las empresas se protejan entre sí y frente a Europa. En el caso del calzado, Estados Unidos se ha reservado explícitamente la posibilidad de intervenir en el supuesto de que se vuelvan a disparar, como sucedió en 1978, las ventas de zapatos italianos (96 millones de pares, que se convirtieron en sólo 64 millones en 1979). Por el contrario, intenta por todos los medios colocar en el mercado europeo sus fibras sintéticas".

A la vista de estos datos, no re sulta tan difícil comprender por qué la Europa comunitaria -firmemente convencida de que en el plano político y defensivo la alianza con Estados Unidos es incuestionable -busca gobernar sus propias relaciones comerciales sin dejarse arrastrar por la política de Jimmy Carter. Los nueve comparten, como decía el ministro de la República Federal de Alemania Genscher, «el concepto de Occidente» pero están más interesados que nadie en preservar la distensión. Francia y la RFA «reventaron» la cumbre de jefes de Estado propuesta por Washington para el pasado 20 de febrero y contemplan, ambos, con gran preocupación la posibilidad de que Estados Unidos pretenda conveoir la Conferencia Europea de Seguridad y Cooperación, a celebrar en Madrid, en «un proceso» contra la Unión Soviética.

En Bruselas se examina con gran atención el último discurso de Leónidas Brejnev, dirigido fundamentalmente hacia Francia como el país más reacio a seguir a ciegas la política exterior norteamericana, y se analizan con extremo cuidado las reacciones que ha provocado en Washington -donde le conceden poca credibilidad- y en las principales capitales europeas.

Como ya se puso de manifiesto en la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la CEE celebrada la semana pasada en Roma, los nueve quieren dejar abierta una puerta que permita a la URSS una salida airosa de la crisis de Afganistán, mientras que Estados Unidos parece más interesado en aislar, sea como sea, a la Unión Soviética.

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