Tribuna:

La llama sagrada

El deporte, que no sirve para nada, que no cría más que gastos, disgustos y tiempo perdido; que acarrea el despilfarro más irresponsable y más dañino de los dineros públicos, habría podido encontrar ahora una utilidad circunstancial. No es que yo piense ni deje de pensar que sea útil o tenga algún sentido castigar a Rusia; son los Estados occidentales los que, por lo visto, lo estiman así. Pues bien, desde el punto de vista de tal utilidad, Carter y los otros habían tenido ahora, al parecer, un instrumento de castigo pintiparado paría Rusia: hundirle los Juegos Olímpicos. Tal castigo habría si...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El deporte, que no sirve para nada, que no cría más que gastos, disgustos y tiempo perdido; que acarrea el despilfarro más irresponsable y más dañino de los dineros públicos, habría podido encontrar ahora una utilidad circunstancial. No es que yo piense ni deje de pensar que sea útil o tenga algún sentido castigar a Rusia; son los Estados occidentales los que, por lo visto, lo estiman así. Pues bien, desde el punto de vista de tal utilidad, Carter y los otros habían tenido ahora, al parecer, un instrumento de castigo pintiparado paría Rusia: hundirle los Juegos Olímpicos. Tal castigo habría sido, según los periódicos, de máxima eficacia política contra el Estado ruso y, a mi juicio, de mínimo daño o peligro para terceros. Pero no; si en aquel gran bochorno mundial de la olimpiada de Méjico ningún Estado supo hallar la ira, el valor y la dignidad para retirar sus colores después de la matanza oficial, menos parece que podamos esperar ahora una reacción diferente. Desde el momento en que enarbola banderas, el deporte participa del egoísmo sagrado y, al igual que el patriotismo, carece de vergüenza, de moral y de honor. La condición monstruosa de la institución del deporte se revela sin más en el singular privilegio que hace que los Estados occidentales hayan considerado ahora mismo preferible, como castigo contra Rusia, recortar las exportaciones de cereales antes que hundir los Juegos Olímpicos. ¿No es acaso monstruoso un privilegio capaz de hacer que a la opción de sacrificar una celebración deportiva se prefiera una forma de presión francamente criminal, como es la restricción en el suministro de cereales? Si los yanquis han considerado -al menos, en los tiempos de Kissinger y de Fordcomo posible casus belli una excesiva presión comercial sobre su olímpico bienestar y despilfarro por parte de los países petrolíferos y en respuesta a la inaudita complacencia americana con el feroz expansionismo israelí, ¿qué tendrían que pensar ahora las indigentes y hostigadas poblaciones rusas, primeras víctimas de la tiranía y la incompetencia comunistas, sobre la decisión occidental de castigar en sus carnes al, Estado que las desnutre (y precisamente para gastárselo en fuerzas de intervención), negándoles unos excedentes de cereal que revientan los silos de Estados Unidos, Australia y Canadá, antes que ofender directamente a ese Estado en la pompa y en la vanidad de unos Juegos Olímpicos que tan sólo redundan en provecho de su perpetuación?

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En