LAS VENTAS

Un Raúl Sánchez corregido y aumentado

Triunfó Raúl Sánchez, versión corregida y aumentada del jabato que conocíamos, en el inesperado retorno al escenario de sus fragorosas batallas durante pasados «veranos sangrientos». No es que cortara orejas. El presidente se negó a conceder la que, con toda razón y justicia, pedía la mayoría del público. Ese presidente debe ser de los que tienen a bien guiarse por la fama de los artistas. ¿A un Raúl Sánchez, proletario del toreo, fama de tosco, le iba a dar una oreja? ¡Vamos, hombre! Aunque luego vendrá cualquier robaperas bien arropado de novela y, por menores trabajos, le regalará el trofeo...

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Triunfó Raúl Sánchez, versión corregida y aumentada del jabato que conocíamos, en el inesperado retorno al escenario de sus fragorosas batallas durante pasados «veranos sangrientos». No es que cortara orejas. El presidente se negó a conceder la que, con toda razón y justicia, pedía la mayoría del público. Ese presidente debe ser de los que tienen a bien guiarse por la fama de los artistas. ¿A un Raúl Sánchez, proletario del toreo, fama de tosco, le iba a dar una oreja? ¡Vamos, hombre! Aunque luego vendrá cualquier robaperas bien arropado de novela y, por menores trabajos, le regalará el trofeo. Hemos de verlo.Hubo de lidiar Raúl Sánchez torazos muy difíciles y no le arredraron, sino que los dominó y los sacó pases de alta categoría. Aseguro que en la reciente feria de Ciudad Real, donde los espadas que llaman figuras han disfrutado de animalitos flojos, mermados de pitones y manejables, ninguno -salvo determinados momentos de Julio Robles- fue capaz de igualar algunos -muchos- de los muletazos que Raúl Sánchez instrumentó el domingo en Las Ventas. ¿Qué quiere decir esto?

Plaza de Las Ventas

Cinco toros de Carreros, con gran trapío, muy bien armados, poderosos (derribaron tres), difíciles, salvo el sexto, que resultó muy boyante; ese toro, al derribar, rompió una puerta y metió al caballo en el callejón. El cuarto, de García Romero, serio y con cuajo, flojo y peligroso. Todos eran cinqueños. El Inclusero: pinchazo sin soltar, bajísimo, y bajonazo descarado (silencio). Pinchazo sin soltar y estocada corta baja (silencio). Raúl Sánchez: estocada atravesada (fuerte petición de oreja y dos vueltas al ruedo). Estocada caída (aplausos y saluda con una toalla color caqui). El Bogotano, que confirmó la alternativa: pinchazo sin soltar, estocada, corta perdiendo la muleta, y dos descabellos (palmas y pitos cuando saluda por su cuenta). Estocada (vuelta).

Es muy posible que si alguna vez, por milagro, Raúl Sánchez se llegara a encontrar frente al género suavón e insignificante que los empresarios reservan para el grupito de elegidos, le cueste crear arte, y hasta concederemos que a lo mejor es incapaz de ello. Pero el error no será de Raúl Sánchez, matador de toros y no de borregos; antes bien, lo será del montaje del espectáculo, en el que seleccionar para una corrida reses sin presencia, sin resistencia física, sin pitones, y por añadidura tan bondadosas como hermanitas de la caridad, es un fraude.

El toro debe ser serio siempre, y nunca menos que los carreros del domingo en Las Ventas. Los cuales no eran moles, no monstruos antediluvianos, no «elefantes con cuernos», como dicen los taurinos que exige el público de Madrid. Antes bien, estaban dentro de un peso normal (varios rebasaron la media tonelada, mientras algunos no llegaban a ella), pero tenían edad, fuerza y trapío. Y esto es, ni más ni menos, lo que, en cuanto a presentación del ganado, exige la afición madrileña. Cuando saltó a la arena aquel segundo toro de 482 kilos, en cierto modo terciado, no se escuchó ni una sola protesta y le tocaron las palmas en las localidades altas. Los veterinarios de la plaza, en esta corrida que era a beneficio de su asociación profesional, quizá no han tenido opción a elegir divisa, pero han traído justo el toro de lidia que debe salir todos los días a los ruedos. Los aficionados coinciden con su criterio. Ha sido una lección que es justo resaltar y agradecer.

La tendencia, en ciertos sectores -sin embargo-, es rasgarse las vestiduras para propalar que con toros de esta presencia es imposible interpretar el arte. Se trata de una afirmación inconsistente, porque el arte en el toreo ya existía, ya era una característica determinante del espectáculo mucho antes de que se impusiera el toro bobalicón. En realidad lo que ocurre es que los toreros actuales, o buena parte de ellos, no están preparados para lucirse, con el estilo y la finura que todos quisiéramos, cuando les miden con el toro cuajado y de empuje. Pero allá penas, pues este será problema de esos toreros y no de la autenticidad de la fiesta. Que se aprieten los machos y aprendan.

Por ejemplo, mejor trapío, más seriedad, mayor fortaleza que el sexto carreros será difícil encontrarlos. Le protestaron de salida, aún no sabemos con qué motivo. Quizá por su condición de cornalón aparatoso y cornipaso, que a algún espectador despistado le sugirió la imagen de la vaca. Mas nada de vaca: era un torazo de estampa, como aquellos clásicos de «la lidia», cuyo empuje en la primera vara fue tal que estrelló al caballo contra la puerta del diez, la hizo astilla, incluso rompió los goznes, y metió a jaco y picador en el callejón. Después romanearía una vez y derribaría otra. Y a pesar de todo embistió a la muleta con excepcional largura y nobleza. Con esa fiera se podía bordar el toreo, crear arte, y si El Bogotano, que derrochó entusiasmo, no lo hizo, es evidente que no hay que culparle al toro.

Toda la corrida era cinqueña, importante condición que revaloriza los méritos de los diestros. El carreros que abrió plaza, querencioso, estaba incómodo allá donde, con valor auténtico, le planteaba la faena El Bogotano, hasta que se salió con la suya y llegó a chiqueros, pero para entonces ya no tenía más pases. El siguiente se aculó en tablas y de allí no pudo sacarlo El Inclusero, que hubo de limitarse a despacharlo. El cuarto tenía un peligro enorme -no pasaba, derrotaba, o sencillamente iba al bulto- y este espada trasteó muy bien por bajo a dos manos. Mala suerte la del alicantino.

El coraje y el dominio fueron patrimonio de Raúl Sánchez, que se embraguetó con dos toros difíciles y les hizo faena. La del primero, dentro de la emoción que se derivaba del peligro cierto, poseyó ribetes de alta calidad. A fuerza de oficio y coraje, mandó en la pelea; hubo derechazos hondos, naturales de finísimo trazo, pases de pecho de cabeza a rabo y, a la salida de uno de estos, cuando se le revolvió el carreros con violencia y peligro, aguantó impávido y resolvió la situación con un torerísimo cambio de mano. ¡Buena faena había sido aquella! El quinto se quedaba corto y derrotaba, y sin embargo, Raúl porfió metido en el terreno del animal. Con una entrega espeluznante llegó a quedarse quieto, expuesto a la puñalada, para, a la descompuesta salida de un muletazo, ligar el siguiente. Más debemos decir de Raúl Sánchez, por un detalle básico que no debe pasar desapercibido: planteó y resolvió las dos faenas en un limitadísimo espacio de terreno. Así de valiente y torero estuvo en el escenario de sus fragorosas batallas con corridones «a la desesperada». Es el que era corregido y aumentado.

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