Editorial:

Esperanza en Euskadi

CUANDO EL pasado 22 de junio se reunían por vez primera el presidente Suárez y el del PNV y del Consejo General Vasco, Carlos Garaicoetxea, se iniciaba un giro copernicano en los métodos seguidos hasta entonces por el Gobierno en el tratamiento político del problema de Euskadi. En medio, el largo fin de semana de los sanfermines -pacíficos también como si fuera otro síntoma- contemplaba un repentino acelerán de las negociaciones, con las dieciséis horas de otra entrevista entre ambos líderes. Y finalmente, en las veinticuatro horas del atardecer del martes a la noche de ayer, en una maratonian...

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CUANDO EL pasado 22 de junio se reunían por vez primera el presidente Suárez y el del PNV y del Consejo General Vasco, Carlos Garaicoetxea, se iniciaba un giro copernicano en los métodos seguidos hasta entonces por el Gobierno en el tratamiento político del problema de Euskadi. En medio, el largo fin de semana de los sanfermines -pacíficos también como si fuera otro síntoma- contemplaba un repentino acelerán de las negociaciones, con las dieciséis horas de otra entrevista entre ambos líderes. Y finalmente, en las veinticuatro horas del atardecer del martes a la noche de ayer, en una maratoniana jornada de negociaciones sin descanso, se desembocaba en un acuerdo global que permitió a la ponencia de la Comisión Constitucional del Congreso poder presentar dentro del plazo mercado por la ley el proyecto de Estatuto para Euskadi. Por fin se ve la luz en ese largo túnel del problema vasco.Frente al Estatuto de Guernica se blandió desde un principio una extensa panoplia de «motivos de desacuerdo» que no hacían presagiar nada bueno. Pero las pasadas elecciones legislativas y municipales, que dieron el triunfo al PNV en el País Vasco, y la realidad de que la Constitución sólo había obtenido con anterioridad una mayoría relativa en el conjunto de las provincias vascas señalaban claramente que hasta entonces se había seguido un camino equivocado. Según los resultados electorales, dos tercios de la población de Euskadi es autonomista, y en el otro tercio restante se hallan los votantes de UCD, CD y PSOE.

La línea divisoria en Euskadi pasa por los partidarios de la paz y los que consienten la violencia, que no coincide exactamente con la existente entre autonomistas y francamente independentistas. Y la posición del PNV, la fuerza política más importante del País Vasco, era determinante en todo el problema. Si a ello se añade que como contrapeso al tremendo descenso del PSOE surgía el ascenso de Herri Batasuna, la conclusión estaba clara: sin el PNV no podía haber una solución política al problema de Euskadi. Una solución que fuese además democrática y pacífica, sin la cual de nada hubieran servido las medidas estrictamente policiales, como se ha demostrado hasta la saciedad en estos años de transición democrática.

El intento de eliminar a Garaicoetxea o la torpeza en la presentación de los motivos de desacuerdo fueron corregidos cuando Adolfo Suárez tomó las riendas de las negociaciones, en una de las operaciones políticas más difíciles y complejas de su carrera. Suárez cogió al toro por los cuernos, desoyendo a los radicales de su propio partido, que seguían contemplando detrás de las formulaciones del PNV un espíritu independentista.

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El Estatuto ha sido objeto de una negociación por consenso, según la tradición que tan eficaces resultados le ha dado hasta ahora al presidente del Gobierno. Consenso fuera del Parlamento, pero trasladado después y día a día al Congreso, entre las dos fuerzas que podían llevarlo a cabo: UCD, esto es, el Gobierno, y el PNV. Y es preciso no pararse en barras, no detenerse en el examen de las diversas peripecias o de la picaresca negociadora en función del resultado. Ya hay Estatuto o, al menos, un principio de Estatuto, pues ahora viene la discusión en comisión y posteriormente la ratificación en el Pleno del Congreso y del Senado. Pero no cabe duda de que este primer paso ha sido de gigante, se ha cumplido lo funda mental y, por fin se ve brillar la esperanza.

No obstante, queda todavía un buen trecho por recorrer, y no puede pensarse que el terrorismo de ETA militar vaya a cesar en cuanto Euskadi goce de Estatuto y de una verdadera autonomía. No en balde su oposición al Estatuto de Guernica ha sido tan radical -y más violenta- que la del señor Piñar. En el pasado fin de semana estalló una grave reyerta en la prisión de Soria, entre presos de las dos ramas de ETA, la militar y la político-militar, precisamente a causa de esta cuestión. El terrorismo, sin duda, no acabará; pero lo que hoy ha comenzado es su aislamiento efectivo del resto del pueblo vasco.

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