Sanidad en Madrid: medicina impersonal pensada para multitudes

Lo que podría denominarse soporte humano de la estructura médico-sanitaria de la provincia de Madrid es soportado por un número de médicos indudablemente superior a los 20.939 con que contaba en 1975, año al que es relativo dicho censo profesional. También el número de camas es hoy superior a las 25.263 del año 1973, en que se llegó a una equivalencia de siete camas cada mil habitantes. En todo caso, las instituciones que patrocinan y supervisan las plazas hospitalarias siguen siendo la Seguridad Social, la Administración Central, la Cruz Roja, las corporaciones locales y, finalmente, o...

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Lo que podría denominarse soporte humano de la estructura médico-sanitaria de la provincia de Madrid es soportado por un número de médicos indudablemente superior a los 20.939 con que contaba en 1975, año al que es relativo dicho censo profesional. También el número de camas es hoy superior a las 25.263 del año 1973, en que se llegó a una equivalencia de siete camas cada mil habitantes. En todo caso, las instituciones que patrocinan y supervisan las plazas hospitalarias siguen siendo la Seguridad Social, la Administración Central, la Cruz Roja, las corporaciones locales y, finalmente, otras instituciones tuteladas por la Iglesia, por entidades benéficas o por empresas particulares.

La ciudad Sanitaria, cima de la pirámide

La red asistencial de la provincia de Madrid sigue un esquema sectorial, de manera que cada una de las diez zonas o sectores médicos en que ha sido dividida es encabezada por una ciudad sanitaria o por un gran centro hospitalario, dotado en teoría para resolver una multiplicidad de problemas. Quiere decirse que cada una de las diez estructuras de sector es una especie de pirámide que comprende, en su base, ambulatorios, consultorios y centros sanitarios, y cuya cúspide es ocupada por un gran hospital.Además de disponer de un alto número de camas, los grandes hospitales, algunos de los cuales han acuñado la expresión ciudad sanitaria, dada su magnitud, son los centros usualmente encargados de acoger y tratar las urgencias, los casos cuyo tratamiento se considera inaplazable; muchos de los ingresos urgentes son consecuencia de accidentes de tráfico o de enfermedades cardíacas o circulatorias. El tratamiento inmediato de los enfermos o heridos es aplicado sucesivamente en los quirófanos y en las unidades de vigilancia intensiva.

Para comprender de un modo cabal los esquemas de funcionamiento de una ciudad sanitaria, su auténtica capacidad operativa y sus problemas, basta con repasar las características del Centro Especial Ramón y Cajal y dependiente de la Seguridad Social: la más moderna de las ciudades sanitarias madrileñas.

El popularmente llamado Piramidón ha sido el último término de una inversión de 6.000 millones de pesetas. Es un edificio con varios cuerpos, el mayor de los cuales consta de diecisiete plantas. Las especialidades que cubre están agrupadas en razón de afinidades clínicas o de ventajas de carácter funcional. En el ala central se han instalado los equipos que atienden a los accidentados: engloba traumatología, cirugías ortopédica, maxilofacial y plástica, nefrología y quemados. En el ala derecha se agrupan los de medicina interna, pediatría, ginecología y cabeza, y en el ala izquierda, los de corazón, pulmón, tórax y aparato digestivo.

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Su dotación para urgencias comprende dos quirófanos, séxtuple unidad de cuidados intensivos y sala de yesos. El abastecimiento energético del Centro Especial Ramón y Cajal se efectúa desde una central térmica aneja.

Se estima que en el Piramidón pueden llegar a servirse unas 8.000 comidas diarias, que en Sus proximidades han de ser estacionados unos 3.500 automóviles. Su plantilla completa se cifra en 650 médicos, además de los residentes, 950 ayudantes técnicos sanitarios, seiscientos auxiliares de clínica, doscientos auxiliares de asistencia, 130 funcionarios y cuatrocientos celadores y personal de oficio; más de 4.000 profesionales. A un 100% de su capacidad, la ciudad sanitaria ofrecería 1.680 camas.

El contingente de datos anteriormente reseñado ofrece, con una imparcialidad matemática, las dimensiones de un gran hospital de sector. Es inmediato suponer que todos sus esquemas técnicos son ultramodernos y que cualquier alteración en su régimen de trabajo está destinada a tener incalculables consecuencias. Sólo en una noche de guardia de invierno, un gran hospital como el Piramidón atiende a una media de 130 personas; sólo en un conflicto laboral suficientemente importante puede comprometer la atención de varios cientos de personas que no precisan ser atendidas en régimen de urgencia.

El día 12 de octubre de 1977 apareció en el Boletín Oficial del Estado un decreto que afectaba a la cuantía de las plantillas y ala supresión de los sábados libres alternos, disfrutada por el personal de los grandes centros desde varios meses antes. Su interpretación provocó importantes desarreglos laborales posteriores, que luego han afectado, con mayor o menor virulencia, a las distintas categorías profesionales, por otras razones. Sin embargo, el conflicto quizá más importante en la historia de la Seguridad Social española es muy reciente: poco antes de las últimas elecciones generales, los trabajadores reclamaron mejoras que afectaban a todas las categorías.

Conflicto laboral: la estructura se tambalea

Las reivindicaciones de los trabajadores, afectas a su situación social y a cuestiones de personal, desembocaron en una huelga de insospechada virulencia. Además de que durante dos días sólo se atendió a las urgencias y a los enfermos ya internados; en la residencia sanitaria La Paz llegaron a levantarse barricadas y los agentes de la autoridad practicaron más de cien detenciones. Puede decirse, con el calendario de conflictos a la vista, que los centros de la Seguridad Social presentan continuas peticiones de ampliación de plantillas y mejoras técnicas sanitarias. Los desajustes de una y otra naturaleza son una amenaza larvada, pero permanente. En apariencia, a finales de la pasada semana concluían con acuerdo las largas negociaciones entre los trabajadores de la Seguridad Social y el Instituto Nacional de Previsión, a pesar de lo cual el peligro de nuevas tensiones sigue inalterable.Las personas que han precisado de atericiones urgentes en distintos centros afirman a menudo que las aglomeraciones de enfermos o accident ados son frecuentes. No obstante, los mayores índices de sobrecarga se producen a diario en los ambulatorios. La imagen de las largas colas ante las salas de consulta y la pérdida de tiempo que se impone a los beneficiarios de la Seguridad Social se traducen a un repudio del sistema. Es común que los enfermos que creen estar afectados por dolencias leves abandonen las antesalas antes de ser atendidos por el médico de cabecera o por elespecialista y, asimismo, que entre la visita al primer médico y el diagnóstico del último transcurra más de una semana, con el consiguiente peligro de evolución desfavorable de la enfermedad.

La conciencia de que un tratamiento leve exige un largo protocolo de visitas y de largas estancias en los ambulatorios es otra de las razónes de una enfermedad urbana: la automedicación. Los cludadarios de Madrid-capital se sienten inclínados a recurrir a sus botiquines particulares por intuición. La salud es, pues, un asunto que está muchas veces, a expensas del azar.

Sobrecarga en los ambulatorios

La sobrecarga de muchos ambulatorios es, en opinión de los estudiosos del problema, la consecuencia de dos antecedentes: la escasez de centros o la impropia situación de los mismos. Según publicaba EL PAIS en su número del 14 de diciembre del año pasado, el ambulatorio de la barriada de San Blas, que había sido proyectado para un máximo de 70.000 usuarios, atiende a una población superior a las 650.000 personas. En estas circunstancias, el centro se ve forzado a atender diariamente a unas 10.000 personas, cuyos reconocimientos han de hacerse en segundos.Sólo un día antes, EL PAIS había denunciado otra importante anorrialía: el ambulatorio de Vallecas, al que tienen acceso los titulares y las familias de 107.000 cartillas de la Seguridad Social, carecía de laboratorio de análisis. En aquella ocasión, los firmantes de un escrito de protesta duplicaban la denuncia, puesto que el laboratorio que se veían obligados a utilizar no reúne condiciones higiénicas ni tiene espacio para que los enfermos esperen su turno; a diario se ven forzados a hacer cola en la calle durante varias horas, se decía entonces.

El problema que movió a los habitantes de Vallecas a exigir un laboratorio no es, seguramente, el másgrave de los que padecen los madrileños de la provincia. El pasado año falleció en Móstoles un niño mientras se le trasladaba en ambulancia a un centro asistencial muy distante, puesto que el ambulatorio asignado a su familia carecía de los elementos precisos para las transfusiones. Como en tantas otras oportunidades, en aquélla volvió a hacerse patente que la acumulación de centros médicos en determinadas zonas tiene la contra partida del vacío sanitario que acusan otras.

Puede afirmarse, con absoluta certeza, que la sanidad en Madrid está actualmente asociada a las largas esperas, a las deficiencias técnicas, a la contraposición de las acurriulaciones y las carencias de centros, a la falta endémica de residencias geriátricas, a la impersonalídad de la medicina. Términos como automedicación, masificación y deshumanización son más que nunca concordantes cuando se habla de la medicina en Madrid.

Pero probablemente el mal mayor es otro: en 1979, casi todos los madrileños pueden decir que no saben quién es su médico.

La salud de los madrileños no está vinculada solamente a los centros médicos, sino que pasa también por los farmacéuticos o, mejor dicho, por los grandes laboratorios desde los cuales se orquesta el consumo de fármacos. La trascendencia económica del comercio de estos productos puede compendiarse objetivamente en varias cifras. En 1977 se produjo un reajuste de precios que tuvo dos repercusiones contrarias: aumentó el de los productos de precio inferior a las cuatrocientas pesetas y bajó el de los antibióticos y el de las gamma-globulinas. Asimismo, se produjeron otros dos efectos en el comercio de 1978: el número de unidades adquiridas descendió en un 2%, pero se incrementó en un 9% el valor de las ventas.

Las cifras relativas a ese año son las siguientes: en toda España se expendieron 820 millones de cajas de fármacos, de los que 96 millones fueron adquiridos en Madrid, por un valor de 15.000 millones de pesetas. El importe de medicamentos consumidos por los beneficiarios madrileños de la Seguridad Social fue de 10.700 millones de pesetas, pero el coste real para la institución fue de unos nueve millones.

Las millonarias cifras del comercio de los medicamentos sólo son comparables con otro contingente: el de sus usuarios. Reivindican la sospecha de que cada español está convirtiéndose en médico de sí mismo.

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