Oscuro y problemático se presenta el reinado de Diodoro

En el manual de historia que nos hacían aprender de memoria en el colegio figuraba aquello de «oscuro y problemático se presenta el reinado de Witiza». Es una frase que ya conocíamos de boca de nuestros mayores y legaremos a las nuevas generaciones, y ahora se nos viene a la memoria para calificar el panorama que tiene ante sí el nuevo empresario de Las Ventas, Diodoro Canorea (Diodoro I), monarca taurino de Madrid, de Sevilla, de El Puerto y de Guadalajara.Oscuro y problemático se presenta su reinado, porque entra en Las Ventas (si es que le deja la anterior empresa, por cierto), ...

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En el manual de historia que nos hacían aprender de memoria en el colegio figuraba aquello de «oscuro y problemático se presenta el reinado de Witiza». Es una frase que ya conocíamos de boca de nuestros mayores y legaremos a las nuevas generaciones, y ahora se nos viene a la memoria para calificar el panorama que tiene ante sí el nuevo empresario de Las Ventas, Diodoro Canorea (Diodoro I), monarca taurino de Madrid, de Sevilla, de El Puerto y de Guadalajara.Oscuro y problemático se presenta su reinado, porque entra en Las Ventas (si es que le deja la anterior empresa, por cierto), con lo puesto. Es decir, con esa enormidad de los 161 millones de pesetas por año, más lo que supongan los derechos reales, seguro del edificio, gastos de conservación y reforma, etcétera, y nada aún en cuanto a infraestructura, que debe construir partiendo de cero.

Habrá de comprar o arrendar una finca, en las cercanías de Madrid, destinada a toros; pactar con el Ayuntamiento para la utilización de la venta del Batán; montar oficinas y taquillas, y contratar personal especializado; habrá de disponer de un par de camiones para el transporte de las reses; necesita también parada de cabestros, vaqueros y mayorales, y medios mecánicos para la preparación del ruedo y limpieza dela plaza. Hasta la lona tendrá que comprar. Todo lo cual, que supone una inversión, en dinero, muy alta, ha de tenerlo dispuesto, por añadidura, antes del 15 de marzo, fecha límite que le marca el pliego de condiciones para iniciar la temporada.

Nos gustaría, pues sería justo, que la afición de Madrid tuviera paciencia; es razonable que se haga cargo de, lo oscuro y problemático que se le presenta el reinado a Diodoro, quien necesitará tiempo -tampoco demasiado, ya que se trata de un taurino experimentado- para poner en marcha una temporada de tanta complicación y responsabilidad como es la de Madrid. Aunque un empresario nada novato, que cuenta con el prestigio que merecidamente ha ganado en sus muchos años de administración de la Maestranza de Sevilla y le respalda tal potencial económico que puede poner sobre la mesa de la subasta arriba de los 161 millones de pesetas, se supone que lo habrá previsto todo.

Y que, entre esas previsiones, estará acomodarse a los gustos y exigencias de la afición de Madrid, que es bien distinta a la de Sevilla. Aquí pide el público que salte al ruedo el toro reglamentario. Aquí no se conceden dos orejas de un esmirriado animalito que ha tenido que ser apuntillado por invalidez en el tercio de banderillas, como ocurrió en la última feria sevillana. Aquí no hay, como allí, un buen conformar cuando se incumplen aspectos básicos de la lidia. Muy al contrario, aquí salta el escándalo mayúsculo al menor paso en falso.

La afición de Madrid estaba dolorosamente harta de la anterior empresa por la monotonía de los carteles que ofreció durante los últimos años, e insatisfecha porque, salvo en San Isidro, la temporada carecía del contenido adecuado a la categoría de Las Ventas y al censo de población que tiene Madrid. La respuesta a estos dolores y a estas insatisfacciones es, precisamente, aumentar el número de festejos; dar corridas de toros y novilladas entre semana, con regularidad desde abril a septiembre; ofrecer mejores carteles.

Canorea, taurino de pura cepa, ha de tenerlo en cuenta, y si lo hace así la afición le levantará un monumento; el monumento a Diodoro I, el que supo convertir en luminoso y fluido un reinado que se presentaba oscuro y problemático. Pero si no lo hace, aquí no van a disculparle, como en la tierra de María Santísima, con el clásico fatalismo de «son las cosas de Diodoro». Aquí, para empezar, chillan. ¡Y cómo chillan, Dios!

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