Reportaje:Tauromaquia 1978 / 1

La invención del toro "que sirve" ha deteriorado el primer tercio

En las décadas de los años cincuenta y sesenta solían decir: «¡Hoy se torea mejor que nunca!» Lo decía el triunfalismo, pero triunfalismo lo era entonces todo, o casi todo, en los toros y fuera de ellos. Había un dato llamativo para respaldar la gozosa afirmación: se cortaban más orejas que nunca.Hubo hasta quien hizo estadística: «Mientras Curro Girón ha cortado esta temporada ciento-y-no-sé-cuántas orejas, Joselito sólo cortó ... » Un escándalo, vaya. Porque todos sabíamos que en la época de Joselito, y en general hasta la guerra, era muy difícil cortar orejas (dado que el público, muy enten...

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En las décadas de los años cincuenta y sesenta solían decir: «¡Hoy se torea mejor que nunca!» Lo decía el triunfalismo, pero triunfalismo lo era entonces todo, o casi todo, en los toros y fuera de ellos. Había un dato llamativo para respaldar la gozosa afirmación: se cortaban más orejas que nunca.Hubo hasta quien hizo estadística: «Mientras Curro Girón ha cortado esta temporada ciento-y-no-sé-cuántas orejas, Joselito sólo cortó ... » Un escándalo, vaya. Porque todos sabíamos que en la época de Joselito, y en general hasta la guerra, era muy difícil cortar orejas (dado que el público, muy entendido y severo, era reacio a concederlas), mientras que después lo difícil es no cortarlas.

Pero el triunfalismo es así, alérgico al análisis, hasta al de ir por casa. Y la oreja regalada daba lustre a la faena mediocre y magnificaba al torero que la había ejecutado, aunque fuera más corto que el rabo de una boina a medio capar. De este modo, surgían a tropel las figuras, o los fenómenos (que así los llamaban entonces) y los había que se hacían millonarios sin apenas saber cómo se coge el capote (casos de Pedrés, El Litri, y tantos otros), o ni capote ni muleta, como El Cordobés.

De aquella tauromaquia cojitranca es hija esta de ahora, no muy sana, y aún debemos darnos por muy contentos, pues podríamos estar peor. Lo lógico habría sido que el arte de torear degenerara hasta la infinita vaciedad del limbo, pero lo tenemos con algunos fundamentos, algunas esencias y algunas lucecitas que abren esperanzas para un futuro mejor.

El toreo de capa y la misma concepción de la lidia son lo que necesitan mucha inyección y mucho oxígeno, y hasta trasplante de órganos. El taurinismo consiguió cambiar los criterios con tan mala pata, que ha llegado a desfigurar el espectáculo. Empiezan por referirse al toro que sirve. Que sirve, ¿para qué? Naturalmente, para enjaretarle, sin problemas, los dos pases consabidos a los que quieren reducir el repertorio de muleta. Es decir, que todos los demás toros que por supuesto sirven para la lidia, quedan descalificados, y aquélla se limita a una actitud permisivo-defensiva de no quedar mal, porque según la mentalidad del taurino no es posible quedar bien. A la tauromaquia, en consecuencia, tan rica y sólida, en técnica y repertorio, se le arrancan sus mejores y más dilatados capítulos, de modo que el grueso y enjundioso libro queda convertido en folletito para turistas.

Ahí tenemos a un José Mari Manzanares, figura donde las haya en esta temporada de 1978, el cual no sólo no brilla con el capote, sino que con él se hace un lío. Ni para bregar le sirve, salvo excepciones. Y el caso es que reúne condiciones para ejecutar los lances, pues tiene gusto y planta. Alguna vez le hemos sorprendido (porque hay que cogerle así, por sorpresa) en la interpretación de alguna verónica impecable, o de una salerosa chicuelina.

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