Ruiz Miquel y los victorinos, de poder a poder

No imaginaría Victorino Martín que su debut como ganadero en Valencia le iba a suponer un éxito apoteósico, al estilo del que obtuvo en San Isidro, pues tales acontecimientos marcan época y, como es lógico, sólo pueden producirse de tarde en tarde; a lo mejor una vez, o un par de ellas, a lo largo de toda una generación.Poco importa, por tanto, que ayer no saliera a hombros, y casi hay que alegrarse de ello, pues la afición valenciana ha podido apreciar lo que es exactamente esta ganadería famosa: toros serios, bien armados, largos, pero sin estridente trapío; bravos unos, mansos los más y cas...

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No imaginaría Victorino Martín que su debut como ganadero en Valencia le iba a suponer un éxito apoteósico, al estilo del que obtuvo en San Isidro, pues tales acontecimientos marcan época y, como es lógico, sólo pueden producirse de tarde en tarde; a lo mejor una vez, o un par de ellas, a lo largo de toda una generación.Poco importa, por tanto, que ayer no saliera a hombros, y casi hay que alegrarse de ello, pues la afición valenciana ha podido apreciar lo que es exactamente esta ganadería famosa: toros serios, bien armados, largos, pero sin estridente trapío; bravos unos, mansos los más y casta para dar y tomar y derrochar.

Los victorinos, protagonistas

Los victorino, en suma, con sus altibajos, con los problemas que todos tuvieron -incluidos los muy nobles- han ofrecido una corrida interesantísima, que el público siguió atento y emocionado de principio a fin, y, en definitiva, el gran espectáculo del toro de lidia verdadero, que por sí solo da carácter y belleza a la fiesta.

Plaza de Valencia

Cuarta corrida de feria. Toros de Victorino Martín, desiguales de presentación, serios, cuatro mansos, dos bravos, todos con mucha casta y tendencia a desarrollar sentido; muy nobles primero y tercero, relativamente manejables quinto y sexto. Ricardo de Fabra: estocada corta (ovación y salida al tercio). Estocada corta atravesada, rueda de peones y tres descabellos (bronca y almohadillas). Ruiz Miguel: dos pinchazos y descabello (ovación y salida). Estocada caída y rueda de peones (oreja y dos vueltas clamorosas al ruedo). Manili: media estocada y descabello (ovación y salida). Estocada tendida (protestas).

Los victorinos de nobleza contrastada, primero y tercero, no eran animalitos colaboradores de temperamento pasivo, como es habitual en las reses boyantes que hoy se llevan, sino toros de embestida vivaz, agresiva, prolongada y sostenida, que se producía siempre y cuando el lance o el muletazo tuvieran la técnica precisa y el torero el aguante indispensable para parar, templar y mandar. Fabra y Manili no los tenían, o por lo menos no estuvieron ayer a la altura de las circunstancias. El valenciano equivocó su primera faena, tocó demasiado las orejas de su enemigo, citaba con la muleta retrasada; el de Cantillana se encontró con el compromiso de un material de excelente calidad, que era excesiva para sus limitadísimos recursos, y lo desaprovechó lamentablemente.

Estrategia especial

Los victorinos requieren, para su lidia, una estrategia especial, basada en el valor y en la torería, y si aquella no se emplea, la faena es imposible, tanto como probable la cornada. De esta forma, en tres o cuatro ocasiones se la pudo llevar Fabra durante el trasteo a su segundo, con el que no pudo, pues de nuevo equivocó el planteamiento. El toro, que tenía sentido, aprendió de inmediato, se defendía y le buscaba, y llegó a arrollarle cuando intentaba el descabello. Manili, en el sexto, terminó a la defensiva y por la cara el trasteo, pues en los primeros pases no había acertado a templar unas acometidas que en otras manos habrían sido muy aprovechables.

Por ejemplo, las de Ruiz Miguel. Así, sí: así se torea. Era el segundo toro reservón, que amagaba la cara entre las manos, del cual cualquiera habría dicho que no tenía un pase. Pero Ruiz Miguel, corte de torero recio y auténtico, lo sacó en una verdadera pelea de poder poder, y no sólo eso, sino que los ligó. Construía su muleteo en terreno comprometido, sin importarle la proximidad de unos pitones que le culebreaban a las zapatillas; obligando y sometiendo, hasta cuajar una labor de enorme mérito que seguimos con emoción creciente y habría culminado en el delirio si no fuera porque el diestro de La Isla alargó la faena y dejó que el oro ganara la querencia de toriles, donde se le hizo fuerte. Las pasó muy negras para cuadrar y ensayar el volapié.

El triunfo de Ruiz Miguel

De mejores características el quinto, aunque con una casta apabullante y sentido también, esta vez Ruiz Miguel, de nuevo aguantando embestidas inciertas y metiendo al animal en la muleta, que echaba abajo con mando, sacó tres series de naturales y dos de derechazos, pletóricas de poderío, más unas giraldillas de adorno, para acabar en los medios de una estocada certera. No hubo florituras, ni falta que hacían: fue, sencillamente, una gran faena.

La afición valenciana, que había estado injusta con Fabra, pues le abroncó desmesuradamente sin apreciar los malos tragos por que le había hecho pasar el cuarto toro, se volcó con Ruiz Miguel, ahora merecidamente, en reconocimiento a la entrega y no hay inconveniente en añadir que a la maestría de este torero, en una tarde pletórica de afición, de. responsabilidad y de aciertos.

Los victorinos, decíamos, trajeron la emoción a la feria. El ganadero habrá anotado que cuatro de sus pupilos mansearon en varas y dos fueron bravos, y quizá no habrá echado cuenta sobre la casta, pues esa se le desborda por los cercados de sus fincas. Pero tal es la base de la fiesta: el toro encastado. No busquen más fórmulas de diversión los empresarios. Cuando el toro es así no hacen falta ni corridas mixtas, ni algarrobos, ni charlores, porque a su solo reclamo el público llena las plazas. Se verá cuando los victorinos repitan en Valencia.

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