XXXI FESTIVAL DE CINE DE CANNES

La soledad del crítico de fondo

La soledad del crítico cinematográfico -al fin y al cabo, se pasa muchas horas en un cuarto oscuro concentrado en lo que la pantalla le quiere mostrar- se ve acrecentada cuando comprueba que sus sentimientos hacia determinada película apenas se ven compartidos por el resto de sus compañeros de profesión e incluso por lo que se ha tenido a bien llamar público.Renaldo y Clara, que para el arriba firmante se convirtió, al mismo tiempo que la veía, en algo excesivamente querido y próximo, por obra y gracia de la discrepancia de gustos, es uno de los más rotundos fracasos de público que ...

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La soledad del crítico cinematográfico -al fin y al cabo, se pasa muchas horas en un cuarto oscuro concentrado en lo que la pantalla le quiere mostrar- se ve acrecentada cuando comprueba que sus sentimientos hacia determinada película apenas se ven compartidos por el resto de sus compañeros de profesión e incluso por lo que se ha tenido a bien llamar público.Renaldo y Clara, que para el arriba firmante se convirtió, al mismo tiempo que la veía, en algo excesivamente querido y próximo, por obra y gracia de la discrepancia de gustos, es uno de los más rotundos fracasos de público que se recuerdan por estos pagos. En el segundo día de proyección y, al parecer, último, la sala Star, de dimensiones más que discretas, tenía asientos sobrados.

La pequeña (Pretty baby), de Louis Malle, exhibida en la sección competitiva bajo pabellón norteamericano, pese a que es un producto típicamente europeo, supone el reencuentro con uno de los directores más enigmáticos y desconcertantes del cine francés actual, autor, entre otras, de películas como El soplo en el corazón (1970) o Lacombe Lucien (1974). La pequeña es, básicamente, una película ideada bajo la secreta admiración por Nabokov -y su mundo de perversiones fascinantes, en las que la nínfula, en este caso una hermosísima niña de doce años, Brooke Shields, se convierte en centro y eje de la historia. Fotografiada con una perfección casi insultante por el sueco Nykvist, cameraman habitual de los filmes de Bergman, relata la historia del barrio rojo de Nueva Orleans de la primera década del siglo. Un barrio que, pese a las posibles connotaciones doctrinarías de su denominación, acogía a más de trescientos burdeles de la ciudad romana por excelencia. Malle y Polly Platt -coguionistas- muestran a la Lolita-Shields, nacida y criada en un burdel en donde su madre, Susan Saradon, ejerce las labores propias de su condición con una evidente atracción por su físico. En la historia surge un joven fotógrafo, Keith Carradine, que lenta y progresivamente se enamora de esa niña. La trama concluye con el cierre definitivo del barrio a consecuencia de las campañas moralizantes de quienes, probablemente, potenciaron en su día la vitalidad del quartier y la separación de los amantes puesto que la madre, recuperada para la sociedad por un bondadoso burgués que decide llevarla a la vicaría, anula el extraño matrimonio de su Lolita con el fotógrafo. Sin embargo, el final no tiene ningún carácter dramático, es una separación sin mayores incidentes y a esas alturas del filme el espectador posee ya todos los datos de lo que se le ha querido contar: desde la vida cotidiana en los burdeles de Nueva Orleans, con su dosis de atracción humana, hasta el carácter y personalidad de esa niña-mujer de mirada turbadora y crueldad infantil, es decir, radical.

Desde un punto de vista moral en su acepción más tradicional del término, La pequeña conseguirá irritar a todos aquellos que piensan que la infancia es, o debe ser, asexuada. Desde un punto de vista cinematográfico, Pretty baby puede ser analizada desde numerosas perspectivas: la de aquellos que la considerarán a buen seguro como lana muestra más de la decadencia del autor de Urombe Lucien (una bellísima Película para quien esto suscribe), calificado con excesiva frecuencia y esquematismo de autor fascista o, cuando menos, de hombre de concepciones políticas montaraces, hasta esteta del plano, si bien es verdad que en esta última denominación la fotografía de Nvkvist juega un papel absolutamente condicionante. Por último quedarán las personas atraídas desde siempre por el mundo de las lolitas y a todas, ellas hay que hacerles una sola advertencia: Brooke Shields, de doce años de edad, lleva más de nueve años en el mundo de la publicidad. Fue descubierta para la imagen a la edad de once meses y es la titular de la Brooke Shields and Company. Es decir, que personalmente no les recomiendo una excesiva mistificación de la nueva Lolita. En resumen, la soledad del crítico se acrecienta ante la incomprensión y en este mundo del cine y de la literatura cada vez es más difícil creer en la pureza de los sentimientos.

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