Brasil aspira a ser una potencia mundial

El presidente norteamericano, Jimmy Carter, llega hoy a Brasilia, en una visita que pone de relieve el interés norteamericano hacia un Estado que, paso a paso y de forma silenciosa, está a punto de convertirse en una potencia mundial. Hay dos razones que confieren una importancia especial a la etapa brasileña de Carter: la conversión de Brasil en potencia nuclear y el establecimiento de un plan de reformas encaminado a democratizar sus actuales estructuras dictatoriales.Desde 1962 hasta 1973, la economía brasileña ha crecido a uno de los más altos ritmos del mundo: el 10 % anual. A pesar de la...

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El presidente norteamericano, Jimmy Carter, llega hoy a Brasilia, en una visita que pone de relieve el interés norteamericano hacia un Estado que, paso a paso y de forma silenciosa, está a punto de convertirse en una potencia mundial. Hay dos razones que confieren una importancia especial a la etapa brasileña de Carter: la conversión de Brasil en potencia nuclear y el establecimiento de un plan de reformas encaminado a democratizar sus actuales estructuras dictatoriales.Desde 1962 hasta 1973, la economía brasileña ha crecido a uno de los más altos ritmos del mundo: el 10 % anual. A pesar de la crisis del petróleo, que le afectó, el despegue no se ha interrumpido y la tasa de crecimiento del año pasado fue superior al 5,5 %.

Esta boyante situación económica, de la que no duda en alardear Ernesto Geisel, es la que ha conseguido que los férreos conductores militares de Brasil aflojen por primera vez en trece años las riendas del poder. Geisel, en efecto, ha prometido públicamente elaborar un plan de reformas («limitado, gradual y sin calendario») para democratizar el país.

No parece que vayan a desaparecer las elecciones indirectas para los cargos de presidente, gobernador, senador o alcalde; ni que el partido oficial, el Arena (Alianza Renovadora Nacional) vaya a verse privado del control del Congreso; pero sí es probable que se derogue el Acta Constitucional número cincó, auténtica patente de corso para los poderes excepcionales del presidente, que se restablezca el habeas corpus y que se liberalice la actividad universitaria.

La libertad de asociación política está realmente lejana, y la posibilidad de actuación pública de partidos como el comunista, condenada ad aeternum.

En Estados Unidos, cuya nueva Administración no parece ver con buenos ojos las dictaduras, pero que tampoco quiere perder el control de muchas situaciones, la tímida evolución brasileña se ve con paternalista satisfacción.

Con el implícito apoyo que la presencia del presidente norteamericano en Brasil concede al programa de Geisel, Jimmy Carter parece querer obtener algunas compensaciones. Una mayor disciplina brasileña, por ejemplo, en el tema de su desarrollo nuclear. Hasta ahora, Brasil se ha subido descaradamente a las barbas de su todopoderoso aliado y se ha negado, sin más, a aceptar las recomendaciones emanadas de la Casa Blanca.

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A Carter no le asusta el programa brasileño de centrales nucleares para la producción de energía eléctrica. Lo que realmente le tiene tenso es que entre las compras realizadas por Brasil a la República Federal de Alemania para realizar ese programa (que producirá a la RFA unos ingresos superiores a los 400.000 millones de pesetas), figura una planta reprocesadora de desperdicios nucleares, mediante la cual es posible producir plutonio, elemento básico para fabricar bombas atómicas.

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