Dámaso González, "fallero mayor" de la afición valenciana

El torero de los mil pases, el torero de los pases de nunca acabar, volvió a Valencia, su plaza fuerte, para arrebatar a la afición y no precisamente con los mil pases de nunca acabar, sino con unos alardes de valor y de dominio que en estos momentos de la fiesta no hay quien iguale. Dámaso González es el fallero mayor de la afición valenciana y es al tiempo un caso muy a tener en cuenta de torero a carta cabal que se pone ahí en el terreno que nadie se atreve a pisar -y mucho menos los fenómenos de la payasada, rea parecidos o por reaparecer-, de tal manera que asusta al público...

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El torero de los mil pases, el torero de los pases de nunca acabar, volvió a Valencia, su plaza fuerte, para arrebatar a la afición y no precisamente con los mil pases de nunca acabar, sino con unos alardes de valor y de dominio que en estos momentos de la fiesta no hay quien iguale. Dámaso González es el fallero mayor de la afición valenciana y es al tiempo un caso muy a tener en cuenta de torero a carta cabal que se pone ahí en el terreno que nadie se atreve a pisar -y mucho menos los fenómenos de la payasada, rea parecidos o por reaparecer-, de tal manera que asusta al público, sí, pero asusta sobre todo al toro, que acaba sometido y tu rulato, incapaz de reaccionar.Le afea el tipo y le afea principalmente un mal gusto congénito que a lo mejor no le interesa sacudirse de encima porque le va bien así, y por ahí es por donde tenemos que pegarle el palo los puristas, porque, ¡hombre!, ya que consigue lo más difícil en toreo, que es dominar a la fiera, tampoco le costaría tanto sentir un poco más la belleza de las suertes y ejecutarlas con el ritmo y la cadencia que les son consustanciales. Pero, mira por dónde, si no aporta arte, temple le sobra, y hace que el toro se convierta en una pescadilla a su alrededor, llevándola con mando y con temple en pases circulares o semicirculares, por delante y por detrás, de pie o de rodillas, firmes o al compás abierto, y en un solo terreno siempre. El fallero mayor Dámaso planteó sus dos faenas donde quiso -curiosamente en el tercio del diez las dos- y allí, en una parcelita de muy pocos metros cuadrados, las empezó y las terminó, simplemente porque le dio la gana, le diese la gana o no al toro (que mucho no le daba, no).

Plaza de Valencia

Quinta y última corrida fallera. Un toro de Torrestrella , para rejones, bravo. Alvaro Domecq: Oreja. Seis del Conde de la Corte, con respeto salvo el tercero; flojos, con casta, manejables, aparatosos de cabeza. Angel Teruel: Pinchazo a toro arrancado, otro pinchazo y media (algunos pitos). Pinchazo y estocada caída (silencio). Ruiz Miguel: Dos pinchazos, otro hondo atravesado y dos descabellos (silencio). Pinchazo, media atravesada y descabello (silencio). Dámaso González: Dos pinchazos y estocada corta (oreja). Media estocada baja (dos orejas y salida a hombros).

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Ahora sería muy fácil, vistos los resultados, decir que Dámaso González tuvo los dos mejores toros de la corrida. Sería muy fácil, pero no seria muy justo. Porque es cierto que admitían faena, pero no estaba demasiado claro, ya que el primero de los que le correspondieron iba incierto a la muleta y el otro con la cara alta, y si ambos acabaron tomándola como borreguitos, fue por lo ya dicho: que el fallero mayor se empeñó en ello y no había más que hablar. He aquí un dato: aquel engallado sexto, que echaba los pitones al Micalet, mediada la faena los tenía casi a ras del suelo.

La corrida del conde de la Corte salió muy desigual. Hubo un segundo toro tipo anchoa, cornicorto y birria, pero los demás lucían trapío y aparatosas cabezas cornalonas. El quinto era un pavo de exposición, fenomenal de estampa, pero resultó inválido y aunque mostró nobleza, no tenía faena, porque no podía caminar: le fallaba la patita de atrás. Ruiz Miguel le porfiaba, por si acaso, mas no había nada que hacer. El otro toro del valeroso torero de San Fernando se revolvía con codicia y el valeroso torero de San Fernando no pudo con él: resolvía sus apuros con mucho baile y mucho meterse en la tabla del cuello, lo cual no está bien. Tampoco se confió Angel Teruel, ni con el manejable primero, al que sólo sacó dos tandas discretitas de derechazos en los medios porque optó por llevarle al tercio y allí le acosaba, ni con el más complicado cuarto, cuya querencia a tablas quizá no tuvo en cuenta. Los dos pares y medio que colocó Teruel en este toro tampoco fueron de especial relieve.

Como desvaídos anduvieron Teruel y Ruiz Miguel. Todo lo contrario que Alvaro Domecq, el cual toreó con gusto, brevedad y ligazón -que a caballo también se liga; ¡toma!, sobre todo a caballo- frente a un bravo torrestrella. La última corrida fallera, en fin, tuvo sus más y sus menos, y dos triunfadores, uno por torería, a caballo, y otro por valor y mando, a pie y de rodillas.

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