Tribuna:

¿Revolución por gestos y palabras?

Ya algunos sociólogos han dicho que la revolución se ha vuelto imposible, que nuestra época, al menos en los países desarrollados, no admite revoluciones. Si fuera así en verdad, yo no me alegraría. Los hombres viven difícilmente sin esperanza, y la esperanza revolucionaria es una de las grandes ilusiones. La revolución, aún allá donde no triunfa, corrige predominios. Si las revoluciones se volvieran del todo imposibles, ¿cómo se evitaría el antiguo aplastamiento de unos por otros?Pero el espectáculo de gestos y palabras que se dan como revolucionarios, que los mismos que gesticulan y gritan c...

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Ya algunos sociólogos han dicho que la revolución se ha vuelto imposible, que nuestra época, al menos en los países desarrollados, no admite revoluciones. Si fuera así en verdad, yo no me alegraría. Los hombres viven difícilmente sin esperanza, y la esperanza revolucionaria es una de las grandes ilusiones. La revolución, aún allá donde no triunfa, corrige predominios. Si las revoluciones se volvieran del todo imposibles, ¿cómo se evitaría el antiguo aplastamiento de unos por otros?Pero el espectáculo de gestos y palabras que se dan como revolucionarios, que los mismos que gesticulan y gritan creen revolucionarios, la involuntaria y nauseante lectura de pintadas delirantes, la contemplación de actitudes que en su inconsecuencia dejan ver el puro egoismo que se encubre en revolucionarismo, nos llevan a preocupamos por la suerte de una sincera actitud revolucionaria. Pues lo peor que les podía pasar a ideas revolucionarias, es decir, críticas, renovadoras, profundamente disconformes, es que hubieran de asegurar la clientela adulando las más bajas y egoistas ambiciones.

La última manifestación «revolucionaria » por mí presenciada en una universidad alemana estuvo bien organizada y consiguió la asistencia de unos miles de estudiantes, quizá una octava parte del total de los matriculados. Hacía varios años que los grupos izquierdistas, mucho más allá, naturalmente que el Partido Comunista ortodoxo (y eso que entonces, y en Alemania todavía ahora, no existía el eurocomunismo), no conseguían un eco semejante ni un tan brillante despliegue. Pancartas, banderas rojas, marcha silenciosa, discursos al final de una manifestación bien organizada, legalmente autorizada, y custodiada por la policía.

¿Cuáles eran las revolucionarias vindicaciones que con tan perfecta escenografía se planteaban? ¿Apoyo a los llamados «anarquistas», a la sazón encarcelados o acorralados? ¿Solidaridad con los innumerables pueblos explotados por el colonialismo o el imperialismo o víctimas de dictaduras o molidos entre las piedras de las grandes superpotencias? Chile, los palestinos, los negros de Suráfrica, los derechos humanos en Brasil o Argentina, todo había sido inscrito en rojos carteles en los corredores, se había cantado y bailado en la mensa, se había inscrito en grandes letras en los paramentos de los sufridos muros universitarios. Con estos lemas y otros parecidos se había convocado a los estudiantes, se había agitado; en los periódicos estudiantiles progresistas se habían gastado las mayores titulares en rojo. En vano, porque la masa uniformada con variadas barbas y vaqueros y ponchos, con sus cabelleras varoniles o femeniles, igualmente sin lavar, no se movilizaba.

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Para movilizar a la masa hubo .que acudir a los temas que llegaban a la masa. En Alemania es actualmente la enseñanza gratuita. En las universidades no se paga matrícula. Ultimamente, por la crisis económica, y dado el alto costo de enseñanzas en laboratorios, se ha introducido el pago de prácticas para ciertas carreras, como Medicina, Odontología, Química, etcétera. Reclamar contra esa barrera que se levanta para profesiones en general muy bien retribuidas podía ser un tema de movilización «revolucionaria» atractivo para la masa. Banderas rojas y un desfile con un cierto aspecto amenazador, donde los y las estudiantes mostraran los ceños fruncidos, podía conseguirse con tan «revolucionario» programa. Lo que no se había conseguido con Chile y pintadas, y los palestinos y las grandes titulares rojas, se podía conseguir con el audaz programa de hacer caer sobre el contribuyente el gasto que cuesta superar barreras para conseguir el ejercicio de una profesión bien retribuida. Detrás de las banderas rojas y de las pancartas con hoces y martillos desfilaban unos estudiantes que, protegidos por la valla del numerus clausus, avanzan hacia profesiones todavía burguesas.

¿No es esto convertir la revolución en parodia y juego? ¿No es esto adular las aspiraciones egoistas del hombre masificado, que a lo que aspira es a un lugar seguro, y si es posible privilegiado, en la colmena social?

Parece que han pasado los tiempos en que el disconforme, el anarquista, manifestaba su repulsa a la organización estatal no aceptando entrar en ella. Hoy, la negación de la legitimidad del Estado y la resistencia a su fuerza puede hacerse compatible con la aceptación de un cargo y su sueldo mediante un modesto gesto simbólico. Así, he oído con cierto asombro al disfrutante de un sueldo académico en la universidad oficial, adoctrinando a un colega que advenía a la ansiada posición retribuida para que hiciera esa salvedad libertaria: había de presentar tales y cuales documentos para que el nombramiento se tradujera en nómina, pero eso sí, un certificado que llaman de penales, y que ha de demostrar que el propuesto para un cargo no tiene sobre sí la comisión de delitos, ese no había que presentarlo. El aconsejante, por supuesto, no lo había presentado, sin que, por ello, gracias a la lenidad de nuestra desarticulada Administración, hubiera todavía ninguna dificultad en la nómina.

¡Gestos simbólicos y vacíos! Los disidentes han representado algo en la historia porque tenían el valor de sus convicciones. Las barreras demuchas prohibiciones han caído porque mucha gente se ha sacrificado hasta que ha conseguido romperlas. La resistencia a un orden que se proclama injusto pierde toda eficacia si no es radical y completa, si no se da por satisfecha con gesticulaciones y apariencias. Al entrar al servicio del Estado se confirma el poder de éste, y con no presentar un papel, por otra parte sin consecuencias, no se hace sino un acto hipócrita.

Las ideas y los gestos.revolucionarios se gastan así en salvas. Estos días hemos visto el gesto de unos escritores invadiendo el tranquilo edificio de una academia oficial para defender unos derechos propios o promesas de carácter administrativo que, normalmente, si existen, se han de defender ante un fuero especial. Todo el acompañamiento de periodistas Y fotógrafos no hará olvidar que la defensa de un derechopersonal, todo lo respetable que pueda ser, nojustifica actitudes de apariencia subversiva. La actitud respetable de un Xirinachs no puede ser parodiada para resolver un pequeño problema personal. Las huelgas de hambre, la ocupación de sitios públicos, el encadenamiento a lugares, son sagrados cuando defienden grandes causas. Cuando defienden ambiciones personales, aunque sean legítimas, se convierten en teatro.

Todos hablamos de democracia. La democracia consiste en asegurar el mayor margen posible de autogobierno. Sepamos gobernar los gestos, que los revolucionarios sepan utilizar los grandes gestos para las causas verdaderamente progresivas, y no los malgasten en parodias que nos entristecen, pues parecen confirmar que las revoluciones se acaban.

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