CRITICA DE EXPOSICIONES

Nacho Criado

Parece presuntuoso comenzar estas notas con una afirmación de cuya certeza sólo dudas puede albergar el lector, y, sin embargo, tal afirmación resulta imprescindible: cuando hace algunos meses supimos que Nacho Criado organizaría una exposición en el Palacio de Cristal, un comentario fue casi general: el máximo problema que es necesario resolver -independientemente del contenido de la exposición- es precisamente el que el ámbito elegido para la muestra ocasiona. El encristalado palacio que construyeran Ricardo Velázquez y Arturo del Palacio posiblemente difuminaría las obras o peor aún, con...

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Parece presuntuoso comenzar estas notas con una afirmación de cuya certeza sólo dudas puede albergar el lector, y, sin embargo, tal afirmación resulta imprescindible: cuando hace algunos meses supimos que Nacho Criado organizaría una exposición en el Palacio de Cristal, un comentario fue casi general: el máximo problema que es necesario resolver -independientemente del contenido de la exposición- es precisamente el que el ámbito elegido para la muestra ocasiona. El encristalado palacio que construyeran Ricardo Velázquez y Arturo del Palacio posiblemente difuminaría las obras o peor aún, con la fuerza que posee como es pacio arquitectónico fijaría la atención del espectador en el edificio mismo y a su través, ya que de cristal se trata, en los jardines que le rodean. Y no era ésta una afirmación gratuita por cuanto no era la primera vez que acudíamos a una exposición a la que lugar de características tales hubiera reducido al mínimo de su significado y presencia.

Nacho Criado

Palacio de Cristal. Madrid.

El 24 de noviembre se inauguró la exposición. Desde la misma entrada al recinto del palacio se hizo evidente que Nacho Criado había resuelto muy inteligentemente el problema del espacio: una alfombra de hojas cubría en su totalidad el suelo del lugar, atrayendo la vista del espectador sólo hacia ellas y creando una relación entre espacio exterior -evidente por la estructura del edificio- y espacio interior, que, aun cuando parezca simple aliteración de afuera-adentro, no por ello deja de actuar como motor y como aglutinante de los compo nentes de la muestra. Relación exterior-interior aún más pertienente si consideramos la existencia frente a la puerta del edificio de Fuera, un inmenso círculo acuoso donde se refleja una aproximación a la « idea de eternidad», como Nacho Criado describe en el catálogo.

El acierto máximo de la exposición, muy posiblemente, es la solución comentada, solución que en una muestra de lienzos puede considerarse como secundaria -aun cuando creo que no lo es-, pero que, sin duda ninguna, resulta primordial en un montaje de las características del que Nacho Criado ofrece.

Si este es el máximo acierto, creo también que el máximo riesgo es el carácter de balance que la exposición posee; en otros términos, un buen número de obras cronológicamente anteriores al montaje concreto que ahora se nos ofrece son componentes del mismo. Abunda en ello el catálogo cuando comienza haciendo memoria de algunas de ellas para describir luego -por someramente que sea- el montaje y reunir más tarde reseña del grupo de obras que le componen (la mayor parte del año 77), cerrando sus páginas con una confrontación a distancia mínima de Nacho Criado con su imagen en un espejo. Memotía o recuerdo que roza inclusos a las banderas que enmarcan una zona del recinto y que han sido realizadas con tela igual a la que ya fuera utilizada en algunas obras del Homena e a Rothko, expuesto en la galería Sen hace algunos años.

Doble coherencia

Y hablo de riesgo porque tanto el montaje en sí como la memoria personal, que en él y en el catálogo se hace explícita, parece pretender una doble coherencia, aun cuando se haga también explícita su toma como detritus y cenizas, como restos de un todo vital e innaccesible que no quiere perder su carácter de sucesión abierta y de elección subjetiva: por un lado, mencionar algunos momentos de una cierta comprensión de la historia: Duchamp, Durero, Bruno, Servet, Galileo, Spinoza, Vives, Diego Velázquez, Mondrian, Malevitch Manzoni, Klein, etcétera (incluso a voluntad del espectador); y, por otro, una comprensión cierta de un proceso artístico personal que tanto se quiere encadenar a la historia antes descrita como establecer su cantidad y cualidad de valor como equilibrada con ella. Cantidad y cualidad que parece entenderse en un balance que conoce sus limites y que efectúa un trasvase de unos con otros.Hablo de riesgo, pues, desde una determinada interpretación de la obra de Nacho Criado, interpretación que encuentra su apoyo en la estructura de lo que ha sido puesto ante los ojos y en las palabras mismas del artista: ir avanzando progresivamente y cerrando los círculos que conducen al centro, donde se concentran y dispersan los detritus queposibilitan ciclospermanentes.

A quí cenizas reformadas para definirprocesos artísticos igualmente permanentes. El riesgo asumido exacerba, ¿qué duda cabe?, la discusión plausible sobre una comprensión corno la reseñada, ella, sin embargo, no cabe en una mera reseña.

Y no es posible arriesgarse sin someterse a la posibilidad implacable de las pérdidas, pérdidas que en el montaje parecen señalarse con mayor intensidad en las acciones ya realizadas (ya que desconozco las que tendrán lugar el día de la clausura, 14 de diciembre) y en algunas piezas de funcionamiento autónomo, sobre accidentes y procesos en el tiempo, piezas que rompen el rigor empleado en el montaje entendido como un todo y que utilizan conceptos (El arte no ha de resultar necesariamente indigesto), o aliteraciones (E = mc2), que tanto representan una reducción irrelevante como una posible utilización de lenguajes tan prestigiosos como ajenos.

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